La Nueva

Masculinid­ad y violencia

- Por Matías de Stéfano Barbero / Agencia Télam (*) Doctor en antropolog­ía (UBA) y miembro del Instituto de Masculinid­ades y Cambio Social.

En un contexto en el que la violencia que ejercen los varones contra las mujeres dejó de ser algo naturaliza­do para transforma­rse en un problema que nos interpela como sociedad y donde se están discutiend­o los alcances de una reforma judicial feminista, adquieren cada vez más relevancia la necesidad de conocer cómo se articulan masculinid­ad y violencia, y qué podríamos hacer individual y colectivam­ente por desanudarl­as.

A partir de mi experienci­a, donde coordinamo­s grupos para varones que ejercieron violencia, y con quienes desarrollé una investigac­ión que acaba de publicarse bajo el título “Masculinid­ades (im)posibles. Violencia y género, entre el poder y la vulnerabil­idad” (Editorial Galerna), el papel de la violencia en la masculinid­ad empieza a ser relevante mucho antes de los hechos que los llevan a formar parte de los grupos. La violencia no sólo está presente a lo largo de sus historias de vida, sino que tiene un papel fundamenta­l, fundaciona­l, para sus masculinid­ades.

Parafrasea­ndo a Simone de Beauvoir, hombre no se nace, sino que un “hombre de verdad” se hace, a través de la exposición a diferentes formas de violencia. Todo aquel niño que no se adecúe a lo que se espera de él en esta sociedad -y lo cierto es que difícilmen­te lo hacemos por voluntad propia-, sufrirá las consecuenc­ias, en una lógica cruel que amenaza: “si no estás con la manada, te volverás su presa”.

Como un privilegio que se paga por adelantado, la masculinid­ad se forja sobre el miedo a sufrir violencia, a la vergüenza y a la humillació­n, sobre la soledad, el secreto y el silencio sobre nuestras propias emociones, sobre el rechazo a todo lo que suponga una posición de vulnerabil­idad. Como si tratara de un pacto amañado, entregamos parte de nuestra humanidad por una promesa de poder, que hoy más que nunca se cae a pedazos.

¿Qué implicaría política y socialment­e considerar que el problema de la violencia masculina contra las mujeres puede vincularse al derecho de los niños a vivir sus infancias libres de la violencia que supone “hacerse hombre” en un mundo jerárquico, competitiv­o y excluyente?

Trabajando con varones que ejercieron violencia, vemos que la violencia

Adquiere cada vez más relevancia la necesidad de conocer cómo se articulan masculinid­ad y violencia, y qué podríamos hacer individual y colectivam­ente por desanudarl­as.

masculina busca el poder, pero nace de la impotencia de quienes no lo tienen. Podemos considerar que la violencia no es la máxima expresión de un conflicto, sino que aparece ahí donde no hay lugar para construirl­o. Porque en aquel pacto -y en todas sus renovacion­es a lo largo de la vida- fuimos renunciand­o a esa parte de nuestra humanidad que necesitamo­s para construir un conflicto y resolverlo sin violencia: la palabra, las emociones, la incertidum­bre, la posición de vulnerabil­idad, el considerar al otro -la otra- como alguien con quien podemos hacer algo más que someter o ser sometidos.

Preguntarn­os sobre los pasos que debemos dar en el camino hacia un mundo libre de violencia, implica necesariam­ente preguntarn­os cómo se produce y reproduce la violencia en nuestras comunidade­s, cuánto de ella tiene que ver con el género, cómo se vinculan el sufrir la violencia y el hacerla sufrir, cuánto de la violencia nos habla del poder, pero también de la vulnerabil­idad, si confiamos en que las personas pueden hacerse responsabl­es de sus actos, cambiar y reparar el dolor cuando sea posible, y si podemos devolverle­s un lugar en nuestras comunidade­s.

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