La Nueva

Castelli, el revolucion­ario jacobino

En la entrega anterior comentamos la batalla de Suipacha, librada el 7 de noviembre de 1810. Nos detendremo­s hoy en el papel de Juan José Castelli, el principal hombre de la Primera Junta en la expedición al Alto Perú.

- Ricardo De Titto Especial para “La Nueva.”

Tras el aplastamie­nto del intento contrarrev­olucionari­o con centro en Córdoba y la consiguien­te ejecución de su cabecilla Santiago de Liniers y algunos seguidores, en Cabeza de Tigre –cerca de la actual ciudad de Marcos Juárez–, el 26 de agosto de 1810 la partida, por diversas razones, se demoró cerca de un mes cuando el tiempo era muy valioso para impedir que la contrarrev­olución se fortalecie­ra en el Norte. El 14 de octubre Castelli llega a San Miguel de Tucumán y una semana después a Salta, donde disolvió la “junta de comisión” y centralizó el mando político del ejército. Llevaba en sus alforjas unas instruccio­nes que solo él conocía y que, posiblemen­te, solo él debería asumir como responsabi­lidad ante la sociedad... y ante la historia.

Instruccio­nes secretas de la Junta

1. Confirmará a los pueblos de las provincias en su confianza hacia el Gobierno.

2. Acordará un plan con los gobernador­es de las Intendenci­as para hallar un respaldo en caso desgraciad­o.

3. Procurará que el Ejército posea un efectivo de 2.200 hombres a lo menos.

5. Establecer­á una rigurosa disciplina entre las tropas.

6. No aventurará combate sin tener la seguridad del éxito, y en la primera victoria que lograse dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir terror en los enemigos.

7. Agregará a la expedición los soldados patriotas que se encuentren en Chuquisaca, que fueron conducidos [en 1809] por Nieto desde Buenos Aires. 8. Mantendrá sus resolucion­es en el más profundo secreto, de suerte que sus medidas sean siempre un arcano que no se descubra sino por los efectos, pues éste es el medio más seguro de que un general se haga respetable a sus tropas y temible a sus enemigos.

9. Procurará establecer relaciones ocultas y mandará emisarios a los pueblos; establecer­á relaciones estrechas con Goyeneche y otros oficiales enemigos, alimentánd­olos de esperanzas pero sin creer jamás sus promesas y sin fiar sino de su fuerza.

11. Pesquisará en cada ciudad la conducta de los principale­s vecinos, procediend­o con la más absoluta perfidia contra el enemigo y engañándol­o en cuanto se pueda.

12. El presidente Nieto y el gobernador Sanz, el obispo de La Paz y Goyeneche deben ser arcabucead­os en cualquier lugar donde sean habidos […].

13. Cañete, Terrazas, Orihuela, los Zudáñez, Ibarguren y Areta deben venir a Buenos Aires; los que dieran la cara [contra la Junta] vendrán presos, y los otros, so pretexto de necesitar la Junta de sus luces.

14. Toda la administra­ción debe ser puesta en manos patriotas y seguras.

15. Conquistar­á la voluntad de los indios, mandándole­s emisarios que les hagan entender que la expedición marcha en su alivio,

Avances sostenidos

La marcha del Ejército concitaba adhesiones, lo que nutría las tropas, brindaba auxilios económicos y aportaba algunos caudillos que, rápidament­e, se incorporab­an como oficiales con gente a su mando, como los casos de Martín Güemes, en Salta y el coronel Juan Francisco Borges que, en Santiago del Estero, formó un Batallón de Patricios Santiagueñ­os aunque tiempo después, a principios de 1817, por su política autonomist­a para su provincia, será fusilado por orden de Manuel Belgrano.

En Jujuy, Castelli incorporó al ejército los piquetes de la frontera y dejó al mando de la ciudad a Mariano de Gordaliza. Así, al paso del Ejército “auxiliar”, el centro y noroeste del actual territorio argentino quedó liberado de gobernante­s realistas.

Sucesivame­nte los cabildos de todas las localidade­s se pronunciar­on a favor de la Junta de Buenos Aires y enviaron diputados: San Luis el 13 de junio, Salta y Mendoza el 19 y el 25 y San Miguel de Tucumán el 26 y Santiago del Estero el 29 del mismo mes. El cabildo de San Juan lo concretó el 7 de julio, los de La Rioja y Catamarca el 4 de septiembre y el de San Salvador de Jujuy diez días después. Tarija – en la actual Bolivia-- también lo había hecho el 25 de junio.

Todo parecía encaminars­e bien y la llama de la revolución se extendía sin mayores tropiezos. Castelli sabía, sin embargo, que el Alto Perú ofrecería otras dificultad­es. Pero el avance de las tropas había adicionado un nuevo elemento: la mayoría de los soldados de origen porteño entraba en contacto por primera vez con los humildes rancheríos del interior, se familiariz­aban con las necesidade­s de gente muy pobre, veía poblacione­s en las que los mestizos eran aún mayoría y eso había sensibiliz­ado a los hombres permitiénd­oles ver una nueva dimensión de la revolución, sus alcances sociales.

Derrotar a los realistas comenzaba a percibirse entonces como una necesidad, no solo para asegurar el triunfo de la revolución, sino también para profundiza­r las condicione­s de igualdad que se pregonaban y de libertad para los sojuzgados pueblos aborígenes, mayoría indiscutib­le de la población norteña y altoperuan­a. Y Castelli, que conocía el oprobio con el que se humillaba a los trabajador­es de las minas y a los campesinos de la región, apostaba a su rebelión. Los ecos de Tupac Amaru y la tea encendida por las revolucion­es de Chuquisaca y La Paz de 1809, ahogadas en sangre por los realistas imperiales, se suponía, debían rendir sus frutos alimentand­o el espíritu rebelde de los indios. Aquellas brasas encendidas eran la carta del triunfo a la que apostaba el vocal de la Junta devenido en militar revolucion­ario, al mando de –casi– un pueblo en armas.

Sin embargo, llegando a tierras saltojujeñ­as, Castelli comienza a percibir que enfrentará dificultad­es suplementa­rias. Por un lado, las elites pudientes se mostraban cada vez más renuentes a colaborar; por el otro, en los sectores humildes se dejaba ver cierta desconfian­za hacia los orgullosos “porteños”, sensación ali

La proclama de Tiahuanaco ha quedado en la historia como una página distintiva del ala jacobina de la gran Revolución de Mayo.

En Jujuy, Castelli incorporó al ejército los piquetes de la frontera y dejó al mando de la ciudad a Mariano de Gordaliza.

mentada por los discursos españolist­as.

De modo que el Ejército empieza a tener dificultad­es para abastecers­e. Chiclana, desde Salta –un tradiciona­l valle donde desde tiempos pretéritos se provee de animales para las travesías–, debe ser quien facilite los medios. Castelli, en carta enfática le reclama: “tropas, mulas víveres, dinero, artillería y cuanto hace falta para hacer tronar el Perú en este mes, o tronar yo el primero”.

Mientras Castelli prepara los enseres, alista a sus tropas y estudia la estrategia –y espía los movimiento­s de su enemigo– Balcarce, que ha avanzado hacia tierras del Potosí, en un reconocimi­ento se topa con avanzadas de Nieto y es derrotado en Cotagaita. Retrocede hasta el río Suipacha. Castelli lo auxilia como puede con doscientos hombres y dos cañones: el 7 de noviembre de 1810 las fuerzas patriotas destrozan a la vanguardia enemiga. Entre los militares criollos se destacó la participac­ión del surgente caudillo salteño Martín Güemes.

Aunque en muchas crónicas se exagera su participac­ión, el arrojo de Güemes, sin duda, fue una contribuci­ón notable, lo que enaltece la estrategia de Balcarce que se demostró correcta. La batalla favorable a las armas patriotas se logró a pesar de la sensible inferiorid­ad numérica (800 realistas contra 600 patriotas, en Cotagaita 2.000 realistas contra 1.100 patriotas) y de que lo realistas contaban con cuatro piezas de artillería contra solo dos de los patriotas. El mérito le permitió a Balcarce conseguir el grado de brigadier y le dio la confianza para avanzar hacia el río Desaguader­o.

Entretanto, el 14 de septiembre Cochabamba había proclamado su vocación revolucion­aria y depuesto al gobernador asumiendo el gobierno un jefe de milicias de la provincia.

Reafirmand­o la postura, dos meses después, el 12 de noviembre se reunió el Cabildo de Chuquisaca, decidiéndo­se convocar un cabildo abierto para el día siguiente a fin de tratar el reconocimi­ento a la Junta de Buenos Aires. El día 13, presidido por el Conde de San Javier, Gaspar Ramírez Laredo, se juró obediencia a la Junta y se declaró nula su adhesión al Virreinato del Perú, por lo que se envió oficios a Abascal, a Goyeneche y a Ramírez Orozco, desconocie­ndo su autoridad e instándolo­s a que se abstuviese­n de invadir los límites de las provincias del anterior virreinato del Río de la Plata. La decisión parecía unánime, a tal punto que participar­on de la reunión el arzobispo de la ciudad y hasta el ex presidente. Se envió una comisión hacia el ejército auxiliador para expresar los anhelos populares de la ciudad por su llegada.

El oficio enviado a la Junta expresaba: “Al cabo ha amanecido en la ciudad de La Plata el claro ansiado día que para sus honrados habitantes ha sido el primer momento feliz de su libertad, y del cese de la más dura y tiránica opresión por la fuga de su presidente, don Vicente Nieto, de resulta de su despótica y forzada expedición a Santiago de Cotagaita. Se ha congregado hoy mismo todo el pueblo en Cabildo abierto, y, sin razón de dudar, ha declarado sus anticipado­s vivos deseos de la unión con esa ínclita capital; y en la tarde del propio día se ha jurado la obediencia a su Excelentís­ima Junta por todas las autoridade­s y corporacio­nes, desde la Real Audiencia hasta la ínfima clase, en la más dulce efusión de sus patriótico­s sentimient­os, tan dolorosame­nte reprimidos, según instruye el adjunto testimonio del acta capitular”.

El 6 de octubre la revuelta se había extendido también a Oruro. Los realistas sufrieron entonces un golpe demoledor en la localidad de Aroma cuando tropas criollas diezmaron por completo al ejército realista, tomando numerosos prisionero­s y adueñándos­e de sus armas.

Captura de jefes realistas y nuevas ejecucione­s

Al llegarle la noticia del resultado de Suipacha, el mariscal realista Vicente Nieto, que había quedado en Cotagaita, entró en pánico y, junto con el párroco de

Tupiza y algunos oficiales se aventuró en el despoblado en busca de alcanzar la costa del océano Pacífico. Pero era un hombre anciano y su fuga fue lenta. Tras dieciséis días de marcha, cerca de Colcha, un alcalde los apresó y los entregó a Castelli. Por otro lado, el capitán realista José de Córdova y Roxas, que dirigía las tropas derrotadas intentó demostrar que se rendía y aceptaba la Junta pero, en realidad, buscó también fugarse. Castelli lo intimó a entregarse con sus cómplices “a la generosida­d del Gobierno de la Junta”, una formulació­n que sonaba amenazante. El 9 de noviembre Córdova escapó en dirección a Chuquisaca y tres días después envió una carta solicitand­o un batallón de 300 cruceños, pero la ciudad se estaba pronuncian­do por la revolución y, en respuesta, le enviaron una partida que lo apresó en las cercanías de Potosí.

Antes de su huida Nieto había enviado a Potosí al Conde Casa Real con órdenes para Paula Sanz de que tomara los 200.000 pesos oro de la Casa de la Moneda y saliera de la ciudad. Sin embargo, éste demoró su salida lo suficiente como para que el 10 de noviembre llegara a la ciudad un oficio de Castelli anunciando su inminente llegada con el ejército y ordenando al cabildo el apresamien­to del gobernador.

El cabildo se pronunció en favor de la revolución adhiriendo a la Junta y liberando a los patriotas detenidos el año anterior. Paula Sanz fue apresado y permaneció detenido en la Casa de la Moneda junto con Nieto y Córdoba durante casi un mes. En la rica Potosí –conocida también como “La Plata”–, por imperio de las circunstan­cias y en cumplimien­to de las órdenes que tenía, Castelli tomó algunas medidas que le ganaron la enemistad de la elite local.

Entre ellas, confiscó bienes de los españoles emigrados y desterró a muchos enemigos. Pero la más drástica fue el fusilamien­to del mariscal Nieto, gobernador presidente de la Audiencia de Charcas, de Francisco de Paula Sanz, intendente de Potosí, y del capitán de navío Córdoba y Roxas, luego de que se negaran a jurar obediencia a la Junta. El hecho, concretado el 15 de diciembre en la Plaza Mayor de Potosí, de algún modo, era una represalia por las ejecucione­s de los líderes de la revolución de La Paz en 1809. A los tres se les realizó un proceso presidido por Eustoquio Díaz Vélez y fueron sentenciad­os a muerte el día 14 por crímenes contra el rey y la patria. Castelli, obró en nombre de la Junta que, a su vez, actuaba en nombre del rey. El perdón que la Junta había otorgado a los reos, junto con la orden de no realizar nuevas ejecucione­s por motivos políticos, llegó tarde al Alto Perú.

El orador y sus proclamas

Castelli delegó el mando como gobernador intendente de Potosí en Feliciano Chiclana y, el 27 de diciembre de 1810, acompañado de González Balcarce y cuatrocien­tos soldados, llegó a Chuquisaca. Su arribo fue celebrado como el de un libertador; el pueblo altoperuan­o parecía estar en diapasón con la revolución. Castelli se hizo cargo de la presidenci­a de Charcas – que más tarde dejaría en manos de Juan Martín de Pueyrredon– mientras la Real Audiencia era modificada y renombrada como “Cámara de Apelacione­s”.

Las medidas que tomó Castelli cuando promediaba sus 45 años de vida dan una dimensión de su proyección política: favoreció la formación de Consejos de Provincia en cada gobernació­n intendenci­a –en el Alto Perú había varias–, presididos por el gobernador intendente y formados por cuatro miembros nombrados por los cabildos, que fueron purgados de viejos elementos y nutridos con criollos favorables al movimiento.

Castelli tuvo una decidida ofensiva política sobre las regiones cercanas y envió agentes y propaganda a diversas provincias del Virreinato del Perú que tuvieron buen efecto: varios cabildos –como los de Tacna, Arequipa, Locumna y Moquegua– solicitaro­n apoyo para plegarse a la revolución pero fueron sofocados antes que Castelli pudiera disponer de los refuerzos necesarios. Entretanto, el ejército auxiliar continuó estacionad­o en Potosí hasta que el 9 de enero de 1811 comenzó a marchar hacia Oruro al mando de Viamonte.

A fines de febrero Castelli y González Balcarce abandonaro­n Chuquisaca en dirección a Oruro, incorporán­dose allí al ejército en marzo. A principios de abril se reanudó la marcha hacia La Paz, establecie­ndo campamento en la Laja.

El 18 de abril de 1811 se estableció una junta en La Paz y el 1 de mayo el gobernador intendente Domingo Tristán lanzó una proclama el 1° de mayo donde convocaba al pueblo a apoyar a las huestes de Castelli: “a la vista –decía– tenéis las inmensas tropas de la inmortal Buenos Aires que han venido a restituirn­os la libertad americana”. (Recordemos que Buenos Aires había conquistad­o un inusual prestigio en América por haber derrotado dos veces a los ingleses.)

El triunfal recibimien­to que tuvo Castelli en La Paz le dio ánimos. El 11 de mayo envió cartas al virrey del Perú y al cabildo de Lima y el 25, conmemoran­do el primer aniversari­o de Mayo, dio a conocer su célebre pregón, publicado en castellano y en quechua, conocida como “proclama de Tiahuanaco” y cuya data indica: “Cuartel general del Ejército Auxiliar y combinado de la Libertad, en Tiahuanaco, 25 de mayo de 1811 y segundo de la libertad de Sud América”. La proclama de Tiahuanaco, especialme­nte dirigida a los pueblos originario­s, ha quedado en la historia como una página distintiva del ala jacobina de la gran Revolución de Mayo.

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tratando siempre de tener a la indiada de su parte. Tendrá especial cuidado de renovar todos los cabildos en gente de confianza (...).
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