Planteo, nudo y desenlace: la pesada agenda del 83
En enero de 1983 la primera ministro británica Margaret Thatcher visita en forma sorpresiva a las Islas Malvinas En el verano el dialogo político avanza y se acuerda el cronograma electoral: el 28 de febrero Bignone anuncia elecciones generales para el 30 de octubre y la entrega del gobierno para el 30 de enero de 1984 aunque, finalmente, el nuevo gobierno asumirá el 10 de diciembre, “día internacional de los derechos humanos”.
Las sanciones patrimoniales definidas por la Conarepa a un grupo importante de dirigentes peronistas quedan sin efecto por resolución de la junta militar del 14 de abril de 1983.
A fines de abril el gobierno intenta clausurar el tema de la represión ilegal y da a conocer un “Documento Final” que declara muertos a los desaparecidos, ya que “la información y explicitaciones proporcionadas es todo lo que las Fuerzas Armadas pueden dar a conocer”. A pesar de que recibe el aval de algunos sectores eclesiásticos y políticos, el intento fracasa: una multitud de treinta mil personas acompaña a las Madres de Plaza de Mayo para repudiarlo.
Otro intento gubernamental fracasa en septiembre, la ley 22.924, de “Pacificación Nacional”. una controvertida autoamnistía. El decreto 2776 de octubre de 1983 sí tiene efecto prácticos: ordena destruir los legajos y carpetas correspondientes a pedidos de paraderos sobre personas desaparecidas “por el procedimiento que en cada caso se considere más conveniente”.
Las tres etapas de la caída del régimen: pérdida de apoyo en la clase media con el fin del “plata dulce”, guerra en Malvinas como búsqueda de legitimación tras una causa nacional y surgimiento de un nuevo régimen político –aún bajo la transición Bignone– sostenido en los partidos políticos, claramente precisadas con fechas calendarias, parecen responder a aquel tradicional esquema narrativo de “planteo, nudo y desenlace”. La realización de elecciones nacionales preanuncian la luz al final de la pesadilla y parecen indicar la proximidad de un final feliz.
Los dos grandes partidos logran una afiliación multitudinaria, grandes actos, entusiasmo canalizado hacia el proceso electoral y la polarización entre las fuerzas fundamentales. El peronismo, que el 5 de septiembre aprueba la fórmula Luder-Bittel, se desprestigia ante los votantes cruzado por agresiones, congresos amañados, denuncias de chicaneo y acción de patotas envilecen el proceso de selección.
En octubre de 1983 la CGT se reunifica y programa un paro que es total. Sin embargo, Lorenzo Miguel, el principal dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica y las 62 Organizaciones Peronistas resulta abucheado y acusado de “traidor”, es abucheado el 17 de octubre.
Por el contrario, la UCR da con el hombre apropiado: Raúl Ricardo Alfonsín se presenta como un paladín de la civilidad. Su denuncia sobre un presunto pacto sindical-militar, corporativo, violento, logra gran impacto publicitario: “ellos son el pasado, la democracia (nosotros), el futuro”.
Sobre la avenida 9 de julio, las campañas electorales culminan con dos actos impresionantes. De modo desafortunado el dirigente justicialista Herminio Iglesias quema públicamente un cajón fúnebre con las siglas de la UCR y provoca el entierro de su partido: los indecisos votan a Alfonsín, prefieren la “democracia” a una enunciada “justicia social” que se asocia con tiempos violentos que la ciudadanía rechaza.
Finalmente, el 30 de octubre Alfonsín logra el voto de 7,4 millones de ciudadanos y derrota a Ítalo Luder y Deolindo Bittel que suman 5,7 millones. “Con la democracia se come, se cura y se educa” y el recitado del preámbulo de la Consitución Nacional –que muchos de los votantes más jóvenes escuchan por primera vez– son la principal bandera electoral del nuevo presidente, cuyas iniciales “R. A.” dentro de un óvalo celeste y blanco lo identifican con la República misma.
La abultada deuda externa –una crisis de orden internacional–, el genocidio y las consecuencias en el amplio campo de los derechos humanos conculcados y la todavía cercana derrota en Malvinas eran tres de los principales desafíos de la nueva democracia reconstituida.
Con la promesa y la esperanza de que “con la democracia se come, se cura y se educa” el presidente electo sintetiza magistralmente su programa. Logra así ganar la confianza de la mayoría y el acompañamiento de una izquierda atenuada como la del Partido Intransigente orientado por Oscar Alende (que da refugio a muchos antiguos militantes de la anterior izquierda guerrillera), la socialdemocracia que se miraba en el espejo del ascendente español Felipe González y el comunismo prosoviético.
Un nuevo capítulo de la historia argentina comenzará escribirse aquel 10 de diciembre de 1983... hace ya 38 años.