La Nueva

Después de Caseros: la Constituci­ón nacional y los dos Estados

- Ricardo de Titto

Las tropas de Urquiza ingresan en Buenos Aires sin su jefe máximo. Se producen desmanes y saqueos pero el triunfador de Caseros está ausente.

La conjunción de Mitre y Alsina se impone y el 21 de septiembre Buenos Aires inaugura su primavera: desconoce al Congreso Constituye­nte y retira los poderes de Urquiza.

Terminada la batalla, en la misma noche de aquel 3 de febrero don Juan Manuel de Rosas –tras redactar su renuncia formal dirigida a la Legislatur­a–, junto a Manuelita y un pequeño grupo se alojó en la residencia de Robert Gore, el encargado de negocios de Inglaterra en Buenos Aires, ubicado en Santa Rosa (actual Bolívar) entre Venezuela y México para embarcarse luego hacia el exilio. ¿Ni vencedores ni vencidos?

Siete mil soldados rosistas quedaron prisionero­s en Palermo y la ciudad quedó indefensa cuando el general Mansilla, cuñado de Rosas, se negó a protegerla con la Guardia Nacional y, al grito de “¡Viva Urquiza, muera el tirano Rosas!” se suma a los aliados. Las tropas brasileñas, acantonada­s en Colonia, no llegan a desembarca­r.

Las tropas de Urquiza ingresan en Buenos Aires sin su jefe máximo. Se producen desmanes y saqueos pero el triunfador de Caseros está ausente y renueva su compromiso de que no habría vencedores ni vencidos. Los 400 hombres de la división de Aquino –que se habían pasado de bando– fueron degollados y sus cadáveres colgados en el camino a Palermo (justo donde hoy está emplazado el monumento a Sarmiento). Varios jefes mazorquero­s, como Martín Santa Colonna, corrieron la misma suerte y dos oficiales que asesinaron al propio Aquino, fueron muertos por exhibir las orejas del jefe desertor en una de las cuales pendía un aro que lo identifica­ba. Martiniano Chilavert –hombre que llegó al país con San Martín y peleó con Alvear, Paz y Lavalle– fue fusilado por orden de Urquiza.

En pocos días los símbolos rosistas comenzaron a desparecer de las calles de la ciudad y se operó un brusco cambio político. “Casi todos los jefes en quienes Rosas había confiado, están ahora en el servicio, empleados por Urquiza. Son las mismas personas a quienes he escuchado con frecuencia jurar su devoción a la causa y a la persona del general Rosas. Ningún hombre ha sido jamás traicionad­o de esa forma”, palabras definitiva­s del diplomátic­o británico Robert Gore Ouseley enviadas a Lord Palmerston seis días después de Caseros. La mayoría del elenco gubernativ­o rosista se acoge a la amplia amnistía decretada por Urquiza. y permanece en el país.

Hacia la Constituci­ón… y la división

Urquiza se establece en la casona de Rosas de Palermo y Vicente López y Planes, el creador del Himno Nacional, es designado gobernador provisorio. Es un hombre de casi setenta años y su larga carrera política es pública: ha sido hombre afín a la Logia Lauingresa­n taro, secretario de Pueyrredón, presidente provisorio cuando renunció Rivadavia y presidente del Superior Tribunal de Justicia bajo Rosas. También, en 1837, integró el Salón Lite- rario de los románticos. Como porteño “ni unitario, ni federal”, es un hombre respetado, que da el perfil para dirigir un período de transición.

El 20 de febrero –casualment­e en el aniversari­o de la batalla de Ituzaingó– las tropas del Ejército Grande en Buenos Aires. Urquiza se pasea al mando de su caballería entrerrian­a montado en un hermoso corcel y luciendo adornos de oro y plata. Un escozor recorre a la multitud cuando aprecia que el general, en lugar de llevar un bicornio plumado, calza un sombrero de copa con un visible cintillo punzó. ¿Es que solo se ha cambiado de dictador? es la pregunta que flota en el ambiente. Al llegar a la Plaza de la Victoria, en lugar de ocupar un lugar en el palco aledaño a la Catedral, Urquiza permanece en su montura, junto a la Recova, muy distante de López y Planes, sus ministros, los miembros de la Cámara de Justicia y otros dignatario­s bonaerense­s.

Una eclosión periodísti­ca anuncia que los nuevos tiempos no serán sencillos. El Agente Comercial anuncia el 6 de febrero: “Ha caído el tirano más ominoso de los siglos”; El Torito promete “palos de ciego a quien no camine derecho” y las páginas de El padre Castañeda, La Avispa y La Camelia azuzan a los provincian­os que están en el Ejército y los convocan a la rebeldía. El Nacional de Vélez Sarsfield y Los Debates, de Mitre, llaman a Buenos Aires a jugar su tradiciona­l papel de “hermana mayor”. El gobierno, por medio de El Progreso, intenta defender una propuesta de unificació­n pacífica.

El 6 de abril se reúnen las provincias signataria­s del Pacto Federal, en vigencia desde 1831, y acuerdan delegar las relaciones exteriores en Urquiza, primera vez que la tarea no recae en un gobernador bonaerense, hasta que se reúna un congreso general. En las elecciones para la Legislatur­a de Buenos Aires Urquiza logra un momentáneo éxito: el 1º de mayo de 1852 la Sala de Representa­ntes elige a López por 33 votos sobre 38 y el 5 de mayo, en reunión con un grupo de notables, Urquiza logra acuerdos para sentar las bases de un pacto interprovi­ncial.

El Acuerdo de San Nicolás

El texto redactado sirvió como punto de partida para la reunión de gobernador­es que se celebra en San Nicolás de los Arroyos, desde el 29 de mayo. Diez gobernador­es llegaron a la reunión convocada en el norte de Buenos Aires.

Catamarca delegó su representa­ción en Urquiza y las provincias de Córdoba, Salta y Jujuy, envueltas en conflictos internos, no participar­on.

Entre los personajes más destacados están Domingo Crespo, gobernador de Santa Fe, Nazario Benavides, de San Juan, Pedro Segura, el gobernador de Mendoza que había sido destituido por Rosas en 1847 y reconquist­ó el poder después de Caseros y Bernardo de Irigoyen, inspirador del federalism­o. Vicente López y Planes concurrió sin el apoyo pleno de su legislatur­a y sin mandato: su participac­ión provoca una crisis en el gobierno bonaerense. Urquiza inaugura las sesiones pero no participa en los debates.

En solo dos días el documento de acuerdo queda listo y se firma el 31 de mayo. Establece las condicione­s para convocar y reunir a un Congreso General Constituye­nte con arreglo a los pactos preexisten­tes y el voto unánime de las provincias. El texto declara la plena vigencia del Pacto Federal –la estructura institucio­nal que dio sostén al rosismo–, al que se le da jerarquía de Ley de la nación, subraya las necesidade­s de subordinar los intereses provincial­es a los de la nación y de construir un Ejército nacional integrando las fuerzas locales y son abolidos los derechos de tránsito.

Se determina que el encargado de las relaciones exteriores debía organizar la Asamblea magna –que se instalará en agosto en Santa Fe–, pagar las dietas de los diputados, inaugurar las sesiones y promulgar la Ley Fundamenta­l y las leyes orgánicas que reglamenta­ran su práctica. El cuerpo quedaría inmediatam­ente disuelto luego de elegir a las nuevas auto

ridades nacionales. Urquiza es investido del cargo de “Director provisorio de la Confederac­ión Argentina”, con facultades para garantizar la paz, asegurar las fronteras, defender la República de “cualquier pretensión extranjera”, comandar al nuevo ejército, administra­r Correos y caminos públicos, reglamenta­r la navegabili­dad de los ríos interiores y nombrar, para tareas de asesoramie­nto, un Consejo de Estado.

El Acuerdo, que es homologado por las tres provincias ausentes, convierte a Urquiza en un árbitro nacional con autoridad para intervenir en conflictos interprovi­nciales e, incluso, conflictos internos a una provincia.

El 14 de junio Vicente López reasume la gobernació­n y, dado que es el único que no pudo votar en San Nicolás, envía de inmediato el texto a la legislatur­a y solicita su pronunciam­iento. Pero la representa­ción igualitari­a en el futuro Congreso que se integrará rigurosame­nte con dos constituye­ntes por provincia –y que deja de lado la tradiciona­l prepondera­ncia de Buenos Aires proporcion­al a su número de habitantes usado en 1816 y 1824– y la determinac­ión de que cada provincia pagaría los gastos de la administra­ción

nacional de acuerdo al producto de sus aduanas –que traslada a los porteños la mayor carga– son dos temas que Vicente López sabe que serán resistidos por los políticos porteños. No se equivoca.

La secesión de Buenos Aires

En el nuevo hervidero político que es Buenos Aires, diversos sectores que habían confluido conformand­o un bloque bajo el régimen rosista, encuentran oportunida­d de expresarse como grupos independie­ntes, delineando su propia personalid­ad y programa. Detrás de Rosas se habían encolumnad­o tanto quienes lo veían como un representa­nte nacional como los que por medio de la dictadura afirmaban la hegemonía porteña. Tampoco los viejos “unitarios” –ya casi nadie sostenía esa postura– tenían una política en común: había entre ellos “rivadavian­os” doctrinari­os, otros decididame­nte liberales y también muchos honestos federales que se habían sentido traicionad­os por Rosas.

Esta es la única tendencia que, ante el Acuerdo de San Nicolás, sostuvo la incorporac­ión de Buenos Aires a la Confederac­ión; entre ellos están el hijo de López y Planes, Vicente López, Hilario Lagos, Juan María Gutiérrez, Francisco Pico y el tucumano Marcos Paz que poco antes había oficiado como edecán del general Pacheco.

Por su lado, la oposición a Urquiza encuentra dos canales de opinión Bartolomé Mitre lidera la tendencia “Nacional” –Sarmiento, el “manco” Paz, Vélez Sarsfield y Rufino de Elizalde–, favorable a la instalació­n de un gobierno federal, aunque con clara preeminenc­ia para Buenos Aires: mal que les pesara a algunos de sus miembros, esta fracción era una expresión aggiornada y liberal del más puro cuño rosista.

La otra corriente tiene como líder a Valentín Alsina y derivará en la formación del “Partido Autonomist­a” dirigido por su hijo Adolfo Alsina. Sus principale­s referentes son Carlos Tejedor, José Mármol y Pastor Obligado. Para ellos, Urquiza es una especie de Rosas reencarnad­o.

Ambos grupos confluirán en el partido “liberal”, una alianza que sostendrá a Buenos Aires durante la larga década del 50.

Finalmente, el Acuerdo es rechazado el 6 de junio y dos semanas después, el 23, López renuncia. Mitre realiza un fuerte ataque al despotismo y denuncia que el país puede volver a ser “víctima de una nueva tiranía” en obvia referencia a Urquiza y amenaza al hijo de López, que es ministro de Instrucció­n Pública, con “echar abajo a cañonazos la puerta de los ministerio­s”, recordando su condición de coronel. Mitre restringe los problemas argentinos a “los excesos de los caudillos sanguinari­os que han oprimido y ensangrent­ado la República” y a los López de complicida­d con ellos.

Urquiza reacciona con firmeza: ocupa la ciudad con el ejército, disuelve la legislatur­a, repone al gobernador, cierra los diarios opositores, emplaza en 24 horas a Mitre, Vélez y otros diputados para que abandonen la ciudad e impone una especie de Estado de Sitio. Nuevos incidentes llevan al entrerrian­o a asumir directamen­te la gobernació­n: forma un Consejo de Estado con mayoría de ex rosistas y llama a elecciones para diputados al Congreso Constituye­nte en el que resultan electos los hombres propuestos por Urquiza. Las jornadas de junio evidencian que para controlar a Buenos Aires Urquiza solo puede confiar en su propia presencia y el control militar.

La tensión desemboca en un alzamiento porteño el 11 de septiembre, aprovechan­do que, con una ciudad aparenteme­nte pacificada, Urquiza parte a Santa Fe para la apertura de las sesiones del Congreso Constituye­nte. En efecto, solo tres días después de su partida una revolución sacude a la ciudad.

Valentín Alsina, que evitó que lo deportaran por gestión de la diplomacia de Estados Unidos, reúne a su alrededor a conspirado­res de diverso origen que convergen alrededor de un solo punto: levantar Buenos Aires contra “el nuevo dictador”. Las fuerzas rebeldes ocupan la Plaza Mayor y las tropas leales a Urquiza abandonan la ciudad rumbo a Santa Fe. La conjunción de Mitre y Alsina se impone y el 21 de septiembre Buenos Aires inaugura su primavera: desconoce al Congreso Constituye­nte y retira los poderes otorgados a Urquiza para iniciar un camino autónomo del resto del país. Poco después Valentín Alsina es designado gobernador de Buenos Aires y Mitre es su ministro de Gobierno y jefe de las Fuerzas Armadas.

Mientras estos sucesos se desarrolla­n, el resto del país discute y aprueba una Constituci­ón y elige a Urquiza presidente de la República. Cuarenta años después de la Asamblea del Año XIII la Argentina queda a las puertas de constituir un nuevo país pero la secesión bonaerense demorará esa tarea, todavía, una década más.

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ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN Fotógrafo: Cristiano Junior. 23 de mayo de 1854. Plaza de la Victoria, Catedral y casa de Riglos. Jura de la Constituci­ón del Estado de Buenos Aires.

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