Las piezas, en cada detalle
El vehículo en miniatura luce la clásica cabina de carga plateada.
El original era movido por un motor Ford de 4,8 litros y medía 5,18 metros de largo, 2,13 de ancho y 1,88 de alto. Cargaba hasta 2,6 toneladas de carne y productos derivados.
La caja contaba con dos puertas traseras y una en el lateral derecho para bajar la mercadería a la vereda. Un robusto perfil oficiaba de paragolpes, de manera de evitar que un auto se metiera debajo de la elevada caja. La cabina era amplia y permitía viajar cómodamente hasta tres ocupantes.
El camión real, el que se puede ver en el exfrigorífico, tiene la caja con una franja azul en la parte inferior. La cabina mantiene su verde original, mantiene los espejos laterales y el paragolpes trasero. Su mal estado es evidente, pero nada que no esté al alcance de un especialista para ser recuperado.
Su valor testimonial es equiparable a otra joya del lugar, de la que dimos cuenta en una nota un tiempo atrás, como es una de las locomotoras que el frigorífico incorporó en 1903, año de su inauguraque ción, para el transporte de mercaderías desde la planta hasta el muelle Cuatreros, un recorrido de tres kilómetros.
Esa máquina alemana, fabricada por Locomotiv fabrik Krauß & Comp de Munich, está también en un estado calamitoso, en la zona de acceso a las instalaciones.
Los dos vehículos, uno para el reparto urbano, el otro para asistir a los buques, han quedado abandonados a su suerte, a pesar de su enorme valor histórico y patrimonial.
Recuperarlos y ponerlos en valor sería clave para dar testimonio de la infraestructura de una de las industrias pioneras de nuestra ciudad y la región. Son piezas tan valiosas que, hasta una firma foránea como Salvat, fundada en Barcelona a fines del siglo XIX, decidió incorporarla a su colección de vehículos inolvidables, una pieza que resultó con tanta demanda es de las pocas que, hoy, aparece mencionada como agotada en el catálogo general.