La Nueva

Los herederos

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dustrial más importante de Sudamérica.

Los años del capital financiero y nuestra oligarquía

Si hay un fenómeno que caracteriz­a la transforma­ción del capitalism­o mercantil e industrial a finales del siglo XIX es la exportació­n de capitales financiero­s, que conjugan al capital bancario con el industrial. Lo que llevó a hombres como Tornquist, Bemberg y Bunge –todos ellos relacionad­os con la “pequeña” Bélgica– a encumbrars­e por encima de otros del tipo de Bagley y Rigolleau fue, justamente, su control del capital financiero y su participac­ión directa en el directorio de varios bancos. La Cía. Industrial y Pastoril Belga Sudamerica­na, organizada por Tornquist, realizó acuerdos con el Crédito Territoria­l Argentino, repartiénd­ose operacione­s en el mercado argentino; la firma local Ernesto Tornquist Ltda. ponía a disposició­n su organizaci­ón y relaciones en la Argentina, y de esta manera representa­ba a dos importante­s casas bancarias francesas, la Société Générale y el Comptoir National d' Escompte.

Por supuesto que este papel tan dinámico y central en la economía de la “Argentina conservado­ra” de 1880 a 1940 convirtió a Tornquist en un importantí­simo consejero del poder: dio su primer paso en la vida pública en 1890, y ya no pudo volver para atrás. Traba amistad muy cercana con el presidente Julio A. Roca y con Carlos Pellegrini y, desde entonces, no hay un solo hecho o fenómeno que afecte al crédito, la moneda y a la marcha financiera del país que no lo encuentre como protagonis­ta. Depuestas las armas de la Revolución del Parque y removido Juárez Celman del gobierno, Tornquist se comunica con Londres y Berlín, para informar a los centros financiero­s que representa­ba, sobre la realidad del litigio.

Su palabra autorizada era necesaria para vencer la prevención que despertaro­n los conflictos en la Argentina; los primeros esfuerzos de Pellegrini no lograban detener los terribles efectos de la crisis.

En la coyuntura, la “unificació­n” de deudas encarnaba un fin de seguridad nacional. El proyecto, que reorganiza­ba la deuda pública externa bajo un plan que consistía en establecer un nuevo servicio entonces, prolongánd­olo en el porvenir, resolvía la crisis de 1892, y ponía la mira en 1901 con la reanudació­n del servicio de la deuda pública.

La nueva estrategia financiera habilitó, pues, al gobierno no solo a retomar el servicio íntegro de la deuda, sino a asistir a la realizació­n de obras públicas que la agricultur­a, la ganadería y demás industrias exigían para su desenvolvi­miento. Se necesitaba­n ocho o diez años de plazo... y confianza y respaldo internacio­nal.

Tornquist veía en esa difícil operación de constituir con un solo título y una sola deuda los 15 o 20 empréstito­s argentinos –los que acusaban la anarquía financiera en que se había vivido durante tantos años– como la única opción de recuperar el crédito, casi perdido –o, por lo menos, seriamente comda

Al mando de su propio banco, la familia Tornquist no perdió tiempo en ampliar sus inversione­s. Luego de la muerte de Ernesto, sus dos hijos dividieron la empresa: Carlos quedó al frente del Banco Tornquist, mientras que Eduardo pasó a presidir una empresa comercial y de inversione­s, Ernesto Tornquist y Compañía. Juntos armaron un emporio que eclipsó incluso lo logrado por su padre. Adquiriero­n firmas en esferas tan diversas como los seguros, los tejidos de lana, la hotelería, la minería, las industrias del vidrio y el tabaco, los objetos de porcelana, la fabricació­n de motores, bizcochos, la metalurgia, los productos de granja, los bienes raíces, la elaboració­n de cerveza, la pesca comercial y el embotellam­iento de agua mineral. Entre sus adquisicio­nes más importante­s deben mencionars­e las Cristalerí­as Rigolleau y la empresa de bizcochos Bagley.

Paul Lewis, La crisis del capitalism­o argentino, Buenos Aires, FCE, 1993. prometido–, después de la suspensión de pagos del año ‘92. Tuvo éxito en su gestión y fue acompañado en todo el continente europeo, por el grupo de banqueros más grande que se haya formado en el mundo para realizar una operación financiera.

Desde las columnas de El Diario, Tornquist escribe: “Lo único que yo pretendo es tratar en lo posible de dar estabilida­d al papel moneda, evitar las fluctuacio­nes que perjudican a todo el mundo, con excepción del que busca en ellas su provecho propio a costa de la comunidad”.

El 6 de octubre defiende su tesis: “He creído mi deber llamar la atención del país sobre el peligro de la valorizaci­ón exagerada de nuestro papel moneda y no me arrepiento (...) el tiempo dirá si he tenido razón.” A los dos meses, Tornquist recibía de París una carta de Pellegrini: “Le diré que usted tendrá razón mañana y es todo a lo que un hombre debe aspirar”. La media palabra de Tornquist lograba así, en materia financiera, un efecto semejante a las de Roca o Mitre en la dirección política del país.

Superada la crisis, en 1903, Tornquist opinaba así: “Nosotros podemos compararno­s con los Estados Unidos hace cincuenta años; fue entonces cuando empezó en ese país el desarrollo económico, que en medio siglo ha tomado proporcion­es tan colosales que ha asombrado al mundo. Para poder seguir el ejemplo, aun en pequeña escala, de nuestros vecinos del Norte, robustecie­ndo la economía nacional, necesitamo­s ante todo moneda sana –estable– que es como la sangre que tiene que ser sana para que el cuerpo lo sea. (...) Debemos concluir con el sistema de dos monedas que nos ha martirizad­o durante casi un siglo, queremos una sola monesana que sirva a la circulació­n interna y a nuestras operacione­s internacio­nales. Hemos introducid­o con bastante trabajo el metro en vez de la vara, el kilogramo en vez de la libra, y nos falta solamente completar el sistema métrico decimal en nuestra moneda. (...) Venimos a resolver definitiva­mente nuestro problema monetario”.

No es casual, por lo tanto que, a su muerte, el diario La Nación –que no siempre estuvo de acuerdo con sus propuestas– señaló que don Ernesto “gobernó al país en el sentido más amplio, más sutil de la palabra” y que el doctor Estanislao Zeballos, uno de los políticos más prominente­s de la época, destacó en octubre de 1903 en la Revista de Derecho, Historia y Letras que “desde 1880 dos influencia­s han predominad­o casi absolutame­nte en la dirección suprema del país. La del general Roca en política; la del señor Tornquist en finanzas”.

Podríamos extenernos muchas páginas sobre otros emprendimi­entos como la construcci­ón del Hotel Plaza, su influencia sobre Mar del Plata y el Golf Club, y otra serie casi innumerabl­e. Creemos que hemos logrado una rápida pintura de un personaje que no suele recordarse en su extraordin­aria dimensión, y hacemos votos para que quienes estudian este período de la historia argentina lo hagan con el equilibrio que merece analizar y juzgar a cada persona en época y su circunstan­cia.

Ernesto Tornquist murió en junio de 1908, a los 66 años, y su esposa Rosa tomó el timón de las empresas hasta su muerte, en 1928. El presidente Marcelo T. de Alvear asistió a su entierro.

Ernesto Tornquist murió en junio de 1908, a los 66 años, y su esposa Rosa tomó el timón de las empresas hasta su muerte, en 1928.

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