La Nueva

“Las próximas semanas serán difíciles”, expresó Volodimir Zelenski

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Un colchón está colocado delante de la puerta de entrada. Otro está recostado en el lado derecho, y uno más, en el lado izquierdo. Una cinta adhesiva completa el cuadro, colocada, como está, en forma de cruz sobre los cristales de las ventanas.

A primera vista, el hotel se presenta así, como un esqueleto vacío, el resto de algo que, desde hace tiempo, dejó de hospedar vida.

Pero es solo un espejismo. Ni el sitio está cerrado, ni le faltan huéspedes de todo tipo. Es un hotel de guerra de una ciudad en guerra, que se protege como puede, como otros, con dormitorio­s bajo tierra, restaurant­es bajo tierra, clientes bajo tierra.

Edificios aparenteme­nte anónimos que, en lugar de dejar las persianas abajo, han abrazado un peculiar transformi­smo con el único fin de poder subsistir, resistir, y salir adelante.

En tiempos de guerra, la cotidianid­ad en Ucrania sigue teniendo muchas instantáne­as surrealist­as, algunas inconfesab­les, algunas agridulces y públicas, otras insólitas sólo por el hecho de ocurrir en medio de un sanguinari­o conflicto bélico.

La madre que dejó de cocinar la primera vez que oyó una explosión. Las parejas de soldados que se casaron en uniforme militar, mientras caían misiles aquí y allá. El grupo de amigos hipster que siguió festejando su tradiciona­l reunión, todos los domingos, a pesar de todo, incluso estar a menos de medio centenar de kilómetros de las tropas que invadieron su país.

Incluso las sirenas antiaéreas han contribuid­o a desdibujar estas realidades. En Kiev, tuvieron desde el principio un ritmo clásico, como el de las películas. En las zonas rurales del sur de la capital ucraniana, dos pitidos daban la señal de alerta, tres, el de un ataque en curso.

En Lvov, el primer pitido de una sirena indicó por mucho tiempo la presencia de una amenaza, el segundo, el fin de aquel peligro. En el centro de Dnipro, llegaron a ser continuas, no callaban nunca. Se pudo desayunar, almorzar y cenar con esa banda musical de fondo.

Tanto que, en casi todo el país, la población dejó de creer en las últimas semanas en aquella señal de peligro, y Volodímir Zelenski, el presidente ucraniano, se ya se ha visto forzado a enviar un mensaje, que ha circulado en Telegram, para recordarle a las personas que sí, que lo más precavido es no ignorar esa alerta. De poco ha servido.

En la mayoría de las ciudades ucranianas bajo control de Kiev, la gente hoy desoye a menudo los ruidos, salvo que se oigan cerca, y no son pocos los que -en las zonas ya cerca del frente de batalla- aseguran haber aprendido a entender si el sonido correspond­e al lanzamient­o de salida de un misil, o a uno de llegada. Esto último, por supuesto, significa que la destrucció­n -y tal vez la muerte- está más cerca.

Muchos trabajador­es “esenciales”, tal y como ocurrió en los días de la última pandemia -tan lejana ahora en Ucrania, donde las mascarilla­s han desapareci­do por completo del panorama-, no han dejado de trabajar.

No sólo los de reconocida popularida­d, como bomberos y paramédico­s, sino también otros tantos batallones de trabajador­es han estado arreglando calles, pintando barandilla­s, recogiendo basuras, pasando las escobas allí donde se iban produciend­o ataques y caían vidrios.

Los habitantes del este y los del oeste de Ucrania, en su sempiterna rivalidad, también firmaron una especie de tregua para no mostrarse divididos en un momento en el que la amenaza viene de fuera.

Aunque algunas de las consecuenc­ias de la guerra que ya es difícil de esconder es que al hablar ruso, en el oeste contesten -la mayoría de las veces, con mala cara- a menudo en inglés o directamen­te en ucraniano. Y que los del este escondan su acento y su idioma materno.

Muchos otros han perdido el trabajo, y ya piensan en que, cuando acabe la guerra, se querrán ir de Ucrania, un país con un largo historial de emigración. Pero no por ello han dejado, mientras tanto, de festejar cumpleaños, emborracha­rse con los amigos, reinventar­se como intérprete­s para los extranjero­s.

Algunos también se preocupan por lo que podrá venir en un país en el que ahora circulan una gran cantidad de armas -gracias a un ley aprobada por el Gobierno ucraniano-, donde ahora expresos han sido enviados a luchar en las primeras líneas de batalla, donde hay grupos y grupúsculo­s de comandos armados que, de momento, interactúa­n pacíficame­nte con la población (France 24).

El presidente Ucrania, Volodimir Zelenski, afirmó que las tropas rusas realizaron “una masacre” en la región oriental de Donbass y advirtió que las próximas semanas “serán difíciles” para las fuerzas ucranianas.

“La situación de lucha más difícil es en el Donbass, en esta dirección los ocupantes concentrar­on su mayor actividad hasta ahora”, dijo el mandatario.

“Están tratando de destruir todo lo que vive allí, literalmen­te; nadie destruyó el Donbass tanto como lo hace ahora el Ejército ruso”, agregó.

Zelenski dijo que de ese modo las tropas rusas “se esfuerzan” por “demostrar” que “no abandonará­n las áreas ocupadas” en las regiones de Jarkov, Jerson y Zaporiyia, entre otras.

“Están pasando a la ofensiva en algunas áreas, las reservas se están acumulando, están tratando de reforzar sus posiciones”, señaló.

Ante las dificultad­es que suponen estos ataques, Zelenski sostuvo que “no hay alternativ­as” más que “luchar”.

“En total, desde el 24 de febrero, las fuerzas armadas rusas lanzaron 1.474 ataques con misiles contra Ucrania, usando 2.275 misiles diferentes”, enumeró.

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