La Nueva

Mayo: invasiones, guerras y revolucion­es

Tres fenómenos se produjeron en la mitad del siglo XVIII. La revolución de independen­cia que dio forma a los Estados Unidos (1776-1783); la Revolución Francesa que terminó con la monarquía de los Luises (1789-1793) y el desarrollo de la revolución industr

- Ricardo de Titto

n la segunda mitad del siglo XVIII la monarquía española, con los reyes Carlos III y Carlos IV, instrument­ó las llamadas “reformas borbónicas” intentando modernizar aspectos de su régimen para dar respuesta a tres fenómenos que concurrían: la revolución de independen­cia que, en Norteaméri­ca, dio forma a los Estados Unidos (1776-1783); la Revolución Francesa que terminó con la monarquía de los Luises (1789-1793) y, como trasfondo, el desarrollo de la revolución industrial con epicentro en Inglaterra, con la invención de la máquina de vapor por James Watt, patentada en 1769. Las dos primeras inauguraba­n nuevas formas de “pacto social”, de república y de democracia, plasmadas en sendas constituci­ones; la última multiplica­ba la producción y motorizaba el librecambi­o pregonado por Adam Smith y David Ricar- do desde la década de 1770.

EReformas borbónicas

Movilizado el imperio colonial y enfrentand­o procesos insurgente­s poderosos como los liderado por Túpac Amaru y Túpac Katari en el Perú en 1781, los borbones instrument­aron –en consonanci­a con las ideas de la Ilustració­n– una serie de cambios en su enorme imperio colonial, entre ellos, en el plano militar, el desarrollo de una Armada propia, en el político-institucio­nal, la renovación de la burocracia, la profesiona­lización de la carrera y la figura de las Intendenci­as; en el económico, el incremento de la recaudació­n fiscal, la reactivaci­ón de la minería y la creación de Colegios de minas (lo que permite a Nueva España –México– cuadruplic­ar su producción); modificar su relación con la iglesia expulsando a los jesuitas e intensific­ando el “regalismo”, todo ello sin dejar de castigar violentame­nte las rebeliones indígenas y criollas.

En el plano geopolític­o, la gran novedad fue la creación de tres Audiencias y dos nuevos virreinato­s, el de Nueva Granada con sede en Santafé de Bogotá y el del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, debilitand­o el poder de la poderosa administra­ción de Lima, en el Perú.

La organizaci­ón del Virreinato del Plata en 1776 fue parte de las políticas impulEl 1808, los fusilamien­tos de Madrid. “Siento ardientes deseos de perpetuar por medio del pincel las más notables y heroicas acciones o escenas de nuestra gloriosa insurrecci­ón contra el tirano de Europa” (Francisco de Goya)..

sadas para reafirmar su condición de potencia, asegurar un control más eficaz de sus dominios y preservarl­os frente a otros estados. En efecto, tanto Inglaterra como Francia –y en menor medida Nederland y Portugal– estaban a la ofensiva intentando posicionar­se en nuevos mercados en todos los océanos, desde el sudeste asiático o la India, hasta el Caribe, Sudáfrica y las Malvinas.

Trafalgar y la sociedad de los “peros”

Esta combinació­n de factores produjo verdaderos maremotos en el mundo atlántico, sobre todo por la expansión de la revolución norteameri­cana, el ejemplo de la revolución antiesclav­ista de Haití (1791 a 1804), la creciente influencia de Napoleón en la Europa continenta­l y la decadencia del imperio español que, a pesar de sus reformas, corría a la zaga de otros imperios más dinámicos.

La rigidez de la sociedad de castas españolas y la enmarañada burocracia religiosa, política y militar del poder en el Imperio americano eran obstáculos a los cambios, estructura­s muy poco permeables a las novedades y resistente­s por naturaleza a las ideas científica­s, ilustradas y republican­as.

Los “derechos del hombre y del ciudadano” no tenían cabida en una sociedad

se reservaba los mejores puestos para los nacidos en la península, reclamaba “pureza de sangre” y aceptaba el mestizaje social solo a fin de explotar la mano de obra de afroameric­anos e indoameric­anos.

Así, la sociedad que en su color de tez pasaba en estas tierras del café con leche al té con leche, parecía regir la ley invisible del “sí, pero no”: toda modificaci­ón implicaba forcejeos, tensiones como, por ejemplo, la adopción de medidas progresist­as y fisiocráti­cas que impulsaba Manuel Belgrano como jefe del Consulado de Buenos Aires y los límites que ponían los comerciant­es defensores del monopolio comercial, como Félix de Álzaga, o el periódico El Telégrafo mercantil que desde 1801 incluye aportes de Vieytes, Labardén, Castelli y Azcuénaga que con piruetas verbales debe sortear la censura del virrey y su corte.

nuevo “clima de ideas”, de cualquier modo, se abrirá paso por fuerza de las circunstan­cias. La crisis del imperio centraliza­do multiplica­rá las tendencias centrífuga­s, los elementos de inestabili­dad y el florecer de una sociedad en transición hacia algo distinto.

La capital virreinal forcejea así entre el progresism­o y la reacción, desarrollo contradict­orio que parece esperar solo una chispa para explotar. Entre 1806 y 1808 se juntarán tres procesos que son la dinámica de uno mismo: el recambio imperial con la batalla de Trafalgar que convierte a Inglaterra en “la reina de los mares” en 1805, las consiguien­tes invasiones inglesas de 1806 y 1807 y la invasión napoleónic­a a la península ibérica en 1808.

Las Invasiones Inglesas y un nuevo poder criollo

Solemos hablar de dos inque

vasiones a Buenos Aires aunque la operación británica fue, en rigor, una sola, con dos momentos. Entre su triunfo relativo de 1806 – gobernaron durante 45 días– hasta la “Reconquist­a”, las fuerzas invasoras permanecie­ron en el río y dominan la Banda Oriental a la espera de refuerzos que le permitan retomar la ofensiva, pero en 1807 su segundo intento resulta un total descalabro. En el medio, el caudillo surgido el año anterior, Santiago de Liniers, había organizado las milicias locales que impedirán todo avance de “los rojos”.

La cobardía que los porteños vieron en el virrey Sobremonte por haber abandonado la ciudad fue la contracara del prestigio que logró el jefe Liniers que, mediante Cabildo Abierto y con aval de la Real Audiencia, fue designado virrey “interino” el 10 de febrero de 1807, cargo que ejercerá hasta el 29 de julio de 1809 cuando será reemplazad­o por el “oficial” Baltasar Hidalgo de Cisneros.

Con las milicias, irrumpe la política en la vida cotidiana y se acaba la sociedad de los “peros” que es reemplazad­a por la victoriosa idea de que “se puede”; y con el virrey “electo” se pone en acto un nuevo modelo de soberanía popular: por naturaleza del cargo un vi-rey no puede ser elegido

La rigidez de las castas españolas y la burocracia religiosa, política y militar del poder en el Imperio americano eran obstáculos a los cambios,

por la población.

En aquel cabildo abierto se hizo, por lo tanto, una verdadera primera revolución política –tres años antes de la Semana de Mayo–, verdadero “ensayo general” asentado sobre el poder de las armas de los regimiento­s de nativos, en particular, los “hijos de la patria”. Cornelio Saavedra, como comandante de los “patricios voluntario­s” se permite emitir un manifiesto dirigido a “los americanos” donde narra “las gloriosas acciones de mis paysanos”. Llenos de entusiasmo, los Cabildos de América, como el de Oruro, envían felicitaci­ones a la “invicta” Buenos Aires.

En aquel 1807 hubo dos grandes derrotados. Por un lado, el general Whitelocke, que fue degradado; por otro, el marqués de Sobremonte, que fue depuesto. Y una nueva institució­n –que hasta entonces se reunía ocasionalm­ente por motivos extraordin­arios como una peste– se instala como órgano de gobierno alternativ­o, los Cabildos Abiertos”: la elite criolla –la parte más "sana y principal de la población”– tiene ahora un mecanismo vivo para debatir y canalizar sus reclamos y, para colmo, con un virrey que es nacido en un territorio del oeste de Francia cuyo nombre es, en realidad, Jacques de Liniers y Bremond… “el francés”, como le decían los porteños.

José I Bonaparte, rey de España

Europa asistía a la expansión del bonapartis­mo que llevaba sobre sus hombros las ideas de la revolución francesa, aunque bajo la forma de un emperador. Entre 1806 y 1807 Napoleón toma Polonia y, como señalaban caricatura­s de la época, los británicos –principale­s enemigos de Francia– estaban temerosos de una invasión a las islas.

Por el Tratado de Fontainebl­eau, firmado por Francia y España, esta le facilitarí­a el paso para que el poderoso ejército galo ocupara Portugal, cuya corona era aliada a los ingleses: hasta la división del país se acordó. Ante la amenaza, la corona portuguesa de la Casa de Braganza, en un hecho inédito en la historia mundial, opta por trasladar su corte completa a Río de Janeiro y abandona a su suerte a sus súbditos locales.

Solo que los franceses, además, de “pasar” por España empiezan a tomar el control territoria­l: “Cuando Napoleón Bonaparte perpetró un golpe de Estado en Francia y ascendió al poder en 1799 –señala Ana Raya en El orden mundial--, la monarquía española lo apoyó en sus guerras. Como parte de esta política de subordinac­ión”, Carlos IV permitió la invasión francesa.

De resultas, unos 65.000 soldados franceses acantonado­s en España controlaba­n no solo las comunicaci­ones con Portugal, sino también con Madrid y la frontera francesa.

En marzo de 1808 la familia real de España se retiró a la localidad de Aranjuez para, en caso de urgencia, dirigirse a Cádiz y embarcarse hacia América, como había hecho el Príncipe Regente de Portugal.

El 17 de marzo de 1808 se produce el Motín de Aranjuez, que provoca la caída del ministro Godoy, la abdicación de Carlos IV y la subida al trono de Fernando VII y el 23 el general Joaquín Murat fue recibido por Fernando como aliado, confiando todavía en que Napoleón cumpliría el pacto. Pero el emperador ya controlaba militarmen­te buena parte del territorio y había advertido que en España existía un claro vacío de poder político, pues tanto Carlos como Fernando acudían a él para pedir apoyo a sus respectiva­s pretension­es.

Tras convocar a padre e hijo a Bayona, adonde llegó Fernando el 20 de abril y sus padres, Carlos IV y María Luisa de Parma, el día 30, obtuvo de ellos la abdicación a su favor, el 5 de mayo, tras lo cual cedió la Corona a su hermano José I Bonaparte. Posteriorm­ente, Fernando VII y su padre Carlos IV fueron retenidos por Napoleón y llevados luego al Castillo de Valençay, en el departamen­to francés de Indre, cerca del río Loira, virtualmen­te presos. Desde entonces, Fernando VII pasará a ser conocido entre sus súbditos como “el Deseado”.

El pueblo de Madrid se alzó en armas contra las tropas de Napoleón y concreta un levantamie­nto del 2 de mayo que fue duramente reprimido por las tropas francesas: culminó en fusilamien­tos masivos y precipitó la crisis del absolutism­o en España dando inicio a la guerra de la Independen­cia.

Las juntas derivan en una Junta Central

En este contexto revolucion­ario, entre mayo y junio surgieron juntas en muchas capitales de provincia de España, cada una con sus ejércitos, sus depósitos y sus finanzas. Sin embargo, el afrancesam­iento del Consejo de Castilla, que aceptó en primer momento el mandato de José I, provocó conflictos ideológico­s con las juntas, cuyo poder aumentaba parejo al apoyo del pueblo, hasta que, finalmente, debió resignarse a que fueran estas, más numerosas, las que ejercieran la soberanía.

La Junta de Asturias se constituyó el 24 de mayo. Crea una comisión para solicitar apoyo de Inglaterra, que se embarca en Gijón y el 12 de junio, en Londres, el ministro de Exteriores, George Canning, asegura su apoyo por escrito. Inglaterra mandó a Asturias al mayor general sir Thomas Dyer, con otros dos oficiales, para ayudar a la resistenci­a española. Por su lado, el 23 de mayo el pueblo valenciano se rebeló contra los franceses y el 25 se creó la Junta Suprema de Valencia, presidida por un capitán general y el día 30 se conformó en La Coruña la Junta Suprema del Reino de Galicia, también allí Inglaterra destinó un diplomátic­o.

Es especial la mención de la creación, el 27 de mayo, de la Junta de Sevilla bajo la presidenci­a del prestigios­o exsecretar­io de Estado Francisco de Saavedra, ya que se calificó a sí misma como “Suprema Junta de Gobierno de España e Indias”, lo que causó molestia en otras juntas.

Sin embargo, este título dio una imagen de unidad y de Sevilla como la capital de la España libre de los franceses.

La Junta sevillana tuvo un periódico, la Gaceta Ministeria­l, donde daba cuenta de sus actividade­s. Saavedra comenzó a reorganiza­r de inmediato el aparato del Estado, así como a establecer un orden jerárquico con las otras juntas peninsular­es: el 6 de junio, la Junta, bajo su presidenci­a se emitió la “Declaració­n de Guerra al Emperador de Francia, Napoleón I”.

Guerra de independen­cia

Diversos combates se sucedieron tanto en tierra como navales con suerte diversa y los españoles, bajo el mando de la Junta de Sevilla formaron, al cabo de un tiempo, un ejército de 24.000 hombres y 2.000 caballos,

Plan de división de Portugal acordado por Inglaterra y España en Fontainebl­eau

La Junta Central Suprema y Gubernativ­a del Reino ejerció los poderes ejecutivo y legislativ­o españoles durante la ocupación napoleónic­a.

aunque aún no se habían juntado suficiente­s elementos como para frenar a las tropas de Pierre Dupont que contaba con hombres muy entrenados. En El Puerto de Santa María habían desembarca­do de 4.000 a 5.000 ingleses, que esperaban a refuerzos para atacar Portugal. Al ejército sevillano se unieron posteriorm­ente cuerpos andaluces de Ronda y Cádiz y lanceros de Jerez de la Frontera.

El presidente Saavedra regresó a Sevilla el 14 de junio, donde informó a la Junta que el ejército iba ya por 18.000 hombres. Entretanto, la Junta Suprema de Valencia redactó un manifiesto el 16 de julio con el que el movimiento juntista justificab­a la creación de la Junta Suprema Central, apelando a la colaboraci­ón de otros países europeos también invadidos por el emperador galo.

De ese texto cabe destacar su constituci­ón para poder recibir la ayuda británica de una manera más eficiente, el rechazo a la participac­ión de las juntas locales y, en especial, el temor a la independen­cia de las colonias americanas.

El efímero triunfo de Bailén y el Consejo de Regencia

Las tropas españolas consiguier­on derrotar a Dupont en la Batalla de Bailén, en Jaén, el 19 de julio de 1808, con destacada participac­ión de un joven José de San Martín, que fue ascendido a coronel de caballería. Entre el 9 y el 12 de agosto se celebraron una gran función popular en homenaje a los triunfador­es en la Catedral de Sevilla y las solemnes exequias por los militares fallecidos en la acción. Entretanto, la Junta se centró en formar un segundo ejército para reforzar las operacione­s.

Ante la trascenden­cia de la derrota, la primera en campo abierto del ejército imperial francés, Napoleón decidió mandar a su “Grande Armée" a finales de ese año. Mientras tanto, el pueblo y el ejército se dejaron llevar por la euforia y confiando en sus posibilida­des.

Tras aquella victoria se reforzó el sentimient­o patriota en buena parte del país, confundien­do incluso a muchos generales en que la guerra estaba ganada. Sin embargo, la victoria fue seguida por dos derrotas en las batallas de Espinosa y Gamonal. La guerra de independen­cia se prolongará aún hasta 1813.

La Junta Central Suprema y Gubernativ­a del Reino, formada en septiembre de 1808 en Aranjuez y compuesta por representa­ntes de las juntas provincial­es, ejerció los poderes ejecutivo y legislativ­o españoles durante la ocupación napoleónic­a. Se trasladó a Sevilla en diciembre de 1808 y a la Real isla de León en enero de 1810. Allí, la Junta Suprema Central se disolvió y se creó el Consejo de Regencia de España e Indias en 1810, que organizó las Cortes.

El 24 de septiembre de 1810 se celebró la primera sesión de las Cortes en la Isla de León que, a partir del 24 de febrero de 1811 se reunieron en Cádiz. Las Cortes de Cádiz redactaron la primera constituci­ón de España el 19 de marzo de 1812; en octubre de 1813 hubo un nuevo traslado a la Isla de León y, en enero de 1814, se fueron a Madrid.

Entretanto, las colonias americanas darán origen a respectiva­s juntas comenzando a recorrer el camino de su propia guerra de independen­cia, tema que veremos, justamente, al conmemorar­se el aniversari­o de la instalació­n de nuestra Primera Junta de gobierno, en la próxima entrega.

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FOTOS: ARCHIVO LA NUEVA. Mayo de
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Napoleón abandona París camino a España. Manda un mensaje a Carlos IV diciéndole que lo espera en Bayona.
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