Mayo: invasiones, guerras y revoluciones
El proceso de formación de juntas en América fue un movimiento continental y casi todas las surgidas desde 1808 tuvieron poca vida. Segunda entrega.
n la entrega anterior analizamos el proceso que se desencadena en la península ibérica en 1808 cuando las tropas napoleónicas invaden España y reemplazan al rey Fernando VII por José I Bonaparte, hermano de Napoleón.
Esta situación provoca dos
Esituaciones inéditas antes en la historia mundial. Por una parte, el traslado completo del rey de Portugal con toda su corte y su séquito a su principal colonia, el Brasil en una monumental y costosísima mudanza a través del Atlántico a Río de Janeiro, para sostener su poder imperial desde el otro extremo del océano, donde permanecerán casi quince años.
El otro fenómeno es de orden continental ya que, desde California y Texas hasta la Araucanía y la Patagonia, el inmenso imperio español se queda acéfalo, sin cabeza.
Las autoridades de los cuatro virreinatos (Nueva España, Nueva Granada, Perú, el Plata) y las cuatro capitanías generales (Cuba, Guatemala, Venezuela y Chile) –además de las múltiples Audiencias y gobernaciones–, “aggiornadas” y reconfiguradas por los borbones apenas treinta años antes, sufrirán los que, en la jurisprudencia de la época, se llamaba vacatio regis (vacancia o vacaciones del rey), lo que habilitaba a que los cabildos formarán juntas para gobernar en nombre del rey “ausente”.
Como comentamos en la nota anterior, eso dio lugar en España al inicio de su “Guerra de Independencia” contra el invasor francés y a la formación de una serie de Juntas que se reúnen en una Junta Central que gobierno “en nombre de Fernando VII”.
Las juntas americanas
El llamado a formar juntas planteó el problema de quién ejercería la “soberanía”, o sea, la tarea que no podía cumplir el soberano cautivo en Francia.
Y los americanos de casi todas las ciudades importantes vieron ahí la oportunidad de aplicar un concepto antiguo en la legislación hispánica, el de la “retroversión de la soberanía en el pueblo”.
De este modo legitimaban el autogobierno criollo ya que su supuesta incorporación como españolesamericanos en la Junta central y su participación en las Cortes se planteó dejando a
los criollos en completa mi- noría, como era habitual: los españoles peninsulares se guardaban para ellos todos los puestos principales y consideraban a los americanos, súbditos de segunda categoría.
Desde 1808 comenzaron a surgir entonces, por toda la América hispana, movi- mientos revolucionarios que se plantearon formar juntas como en Montevideo, Quito, Guayaquil, Chuquisaca y La Paz, todas salvajemente reprimidas por los militares españoles. El líder del movimiento en La Paz, por ejemplo, Pedro Murillo, dijo antes de ser ahorcado que dejaba “la tea encendida” y que “nadie la podrá apagar”, para gritar desde el cadalso, “¡viva la libertad!”. Y así fue, a pesar del terrible escarmiento que hicieron los realistas.
Especial era la situación de Buenos Aires que, como consecuencia de haber derrotado los intentos de invasión inglesa en 1806 y 1807, había dado forma a sus milicias criollas que permanecían armadas -como los patricios– o sea, tenía el poder de las armas en sus manos. Además, los vecinos habían depuesto por cobarde y corrupto al virrey Sobremonte y, en Cabildo Abierto (o “Congreso general”) nombrado a su propio virrey, Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista.
Este hecho, en el verano de 1807, fue un antecedente de la Revolución de Mayo dado que es una completa insubordinación al orden monárquico: un vi-rey es el alter ego del rey, no puede nunca ser electo por los pobladores de a pie sino que, por su propia naturaleza, se legitima por el poder absoluto, que viene “de arriba”. Pero Liniers –para colmo, de origen francés– era lo opuesto porque fue electo “desde abajo”, por el pueblo –su parte ilustrada, desde luego– en asamblea pública.
De modo que cuando llega a Buenos Aires la noticia de que la Junta Central y el Consejo de Regencia se habían tenido que refugiar en la isla de León, los porteños supieron de inmediato qué hacer: tres años antes habían realizado un verdadero ensayo general.
Y así fue que el nuevo virrey enviado desde España, Baltasar Hidalgo de Cisneros fue depuesto y la Primera Junta de Gobierno asumió el poder “en nombre de Fernando VII”, aunque está fuera una “máscara” en las que algunos creían y mucho no. Tanto Castelli como Saavedra habían explicitado en el Cabildo Abierto del 22 que “el soberano era ahora el pueblo”.
Y Paso, aclaró que Buenos Aires asumía la responsabilidad de tomar decisiones, como capital del virreinato y “hermana mayor” pero que, de inmediato, se consultaría a todos los otros cabildos, cabezas de las otras “patrias”.
Buenos Aires y América
Se suele perder de vista que el proceso de formación de juntas en América fue un movimiento de orden continental y que casi todas las juntas surgidas desde 1808 tuvieron poca vida y fueron derrotadas por los realistas.
En rigor solo las de Buenos Aires y Asunción de Paraguay, de 1811, se sostuvieron en el poder con sus continuidades y eso se debió a dos razones. La distancia, que jugó a favor de los rioplatenses y, también, el hecho de contar ya con milicias criollas organizadas previamente.
No es casual que el primer presidente de la Junta porteña fuera Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de patricios (los “hijos de la patria”) y heredero de una familia con remotos orígenes en los conquistadores del Paraguay y el Alto Perú, como el asunceño Hernandarias, yerno de Garay, y Juan de Saavedra, conquistador de Cuzco y Valparaíso.
Él encarnaba el “espíritu criollo” que se distanciaba desde hacía varias generaciones del poder imperial asentado en Madrid a quienes les decían “los mandones”.
Invito a los lectores a leer con detenimiento el cuadro adjunto que le permitirá tener una perspectiva de que la gran Revolución de Mayo en lo que luego sería la Argentina, asediada desde Montevideo hasta 1814 y defendida y consolidada en especial por los triunfos del ejército de Belgrano en Tucumán y Salta en septiembre de 1812 y febrero de 1813 que abrió paso a la Asamblea del Año XIII, fue parte de un proceso que sacudió a toda América.
Desde México hasta Chile, pasando por San Salvador y toda Centroamérica, en “Tierra Firme” –Venezuela, Colombia y Ecuador– hasta el Alto Perú –e, incluso el sur del Perú, la fortaleza realista– levantaron en alto la llama de la libertad americana y el derecho de los pueblos a tener sus propios gobiernos. Desde 1815, esa disputa se convertirá en guerra continental abierta, sobre todo en Sudamérica, con Bolívar, O´Higgins, Artigas, Sucre y San Martín como estandartes de la independencia, escribiendo así el siguiente y definitivo capítulo que culminará en los campos de Ayacucho en diciembre de 1824.
La tercera y última nota, el sábado 8 de junio
No es casual que el primer presidente de la Junta fuera Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de patricios (los “hijos de la patria”) .