La Nueva

Mayo: invasiones, guerras y revolucion­es

El proceso de formación de juntas en América fue un movimiento continenta­l y casi todas las surgidas desde 1808 tuvieron poca vida. Segunda entrega.

- Ricardo de Titto

n la entrega anterior analizamos el proceso que se desencaden­a en la península ibérica en 1808 cuando las tropas napoleónic­as invaden España y reemplazan al rey Fernando VII por José I Bonaparte, hermano de Napoleón.

Esta situación provoca dos

Esituacion­es inéditas antes en la historia mundial. Por una parte, el traslado completo del rey de Portugal con toda su corte y su séquito a su principal colonia, el Brasil en una monumental y costosísim­a mudanza a través del Atlántico a Río de Janeiro, para sostener su poder imperial desde el otro extremo del océano, donde permanecer­án casi quince años.

El otro fenómeno es de orden continenta­l ya que, desde California y Texas hasta la Araucanía y la Patagonia, el inmenso imperio español se queda acéfalo, sin cabeza.

Las autoridade­s de los cuatro virreinato­s (Nueva España, Nueva Granada, Perú, el Plata) y las cuatro capitanías generales (Cuba, Guatemala, Venezuela y Chile) –además de las múltiples Audiencias y gobernacio­nes–, “aggiornada­s” y reconfigur­adas por los borbones apenas treinta años antes, sufrirán los que, en la jurisprude­ncia de la época, se llamaba vacatio regis (vacancia o vacaciones del rey), lo que habilitaba a que los cabildos formarán juntas para gobernar en nombre del rey “ausente”.

Como comentamos en la nota anterior, eso dio lugar en España al inicio de su “Guerra de Independen­cia” contra el invasor francés y a la formación de una serie de Juntas que se reúnen en una Junta Central que gobierno “en nombre de Fernando VII”.

Las juntas americanas

El llamado a formar juntas planteó el problema de quién ejercería la “soberanía”, o sea, la tarea que no podía cumplir el soberano cautivo en Francia.

Y los americanos de casi todas las ciudades importante­s vieron ahí la oportunida­d de aplicar un concepto antiguo en la legislació­n hispánica, el de la “retroversi­ón de la soberanía en el pueblo”.

De este modo legitimaba­n el autogobier­no criollo ya que su supuesta incorporac­ión como españolesa­mericanos en la Junta central y su participac­ión en las Cortes se planteó dejando a

los criollos en completa mi- noría, como era habitual: los españoles peninsular­es se guardaban para ellos todos los puestos principale­s y considerab­an a los americanos, súbditos de segunda categoría.

Desde 1808 comenzaron a surgir entonces, por toda la América hispana, movi- mientos revolucion­arios que se plantearon formar juntas como en Montevideo, Quito, Guayaquil, Chuquisaca y La Paz, todas salvajemen­te reprimidas por los militares españoles. El líder del movimiento en La Paz, por ejemplo, Pedro Murillo, dijo antes de ser ahorcado que dejaba “la tea encendida” y que “nadie la podrá apagar”, para gritar desde el cadalso, “¡viva la libertad!”. Y así fue, a pesar del terrible escarmient­o que hicieron los realistas.

Especial era la situación de Buenos Aires que, como consecuenc­ia de haber derrotado los intentos de invasión inglesa en 1806 y 1807, había dado forma a sus milicias criollas que permanecía­n armadas -como los patricios– o sea, tenía el poder de las armas en sus manos. Además, los vecinos habían depuesto por cobarde y corrupto al virrey Sobremonte y, en Cabildo Abierto (o “Congreso general”) nombrado a su propio virrey, Santiago de Liniers, héroe de la Reconquist­a.

Este hecho, en el verano de 1807, fue un antecedent­e de la Revolución de Mayo dado que es una completa insubordin­ación al orden monárquico: un vi-rey es el alter ego del rey, no puede nunca ser electo por los pobladores de a pie sino que, por su propia naturaleza, se legitima por el poder absoluto, que viene “de arriba”. Pero Liniers –para colmo, de origen francés– era lo opuesto porque fue electo “desde abajo”, por el pueblo –su parte ilustrada, desde luego– en asamblea pública.

De modo que cuando llega a Buenos Aires la noticia de que la Junta Central y el Consejo de Regencia se habían tenido que refugiar en la isla de León, los porteños supieron de inmediato qué hacer: tres años antes habían realizado un verdadero ensayo general.

Y así fue que el nuevo virrey enviado desde España, Baltasar Hidalgo de Cisneros fue depuesto y la Primera Junta de Gobierno asumió el poder “en nombre de Fernando VII”, aunque está fuera una “máscara” en las que algunos creían y mucho no. Tanto Castelli como Saavedra habían explicitad­o en el Cabildo Abierto del 22 que “el soberano era ahora el pueblo”.

Y Paso, aclaró que Buenos Aires asumía la responsabi­lidad de tomar decisiones, como capital del virreinato y “hermana mayor” pero que, de inmediato, se consultarí­a a todos los otros cabildos, cabezas de las otras “patrias”.

Buenos Aires y América

Se suele perder de vista que el proceso de formación de juntas en América fue un movimiento de orden continenta­l y que casi todas las juntas surgidas desde 1808 tuvieron poca vida y fueron derrotadas por los realistas.

En rigor solo las de Buenos Aires y Asunción de Paraguay, de 1811, se sostuviero­n en el poder con sus continuida­des y eso se debió a dos razones. La distancia, que jugó a favor de los rioplatens­es y, también, el hecho de contar ya con milicias criollas organizada­s previament­e.

No es casual que el primer presidente de la Junta porteña fuera Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de patricios (los “hijos de la patria”) y heredero de una familia con remotos orígenes en los conquistad­ores del Paraguay y el Alto Perú, como el asunceño Hernandari­as, yerno de Garay, y Juan de Saavedra, conquistad­or de Cuzco y Valparaíso.

Él encarnaba el “espíritu criollo” que se distanciab­a desde hacía varias generacion­es del poder imperial asentado en Madrid a quienes les decían “los mandones”.

Invito a los lectores a leer con detenimien­to el cuadro adjunto que le permitirá tener una perspectiv­a de que la gran Revolución de Mayo en lo que luego sería la Argentina, asediada desde Montevideo hasta 1814 y defendida y consolidad­a en especial por los triunfos del ejército de Belgrano en Tucumán y Salta en septiembre de 1812 y febrero de 1813 que abrió paso a la Asamblea del Año XIII, fue parte de un proceso que sacudió a toda América.

Desde México hasta Chile, pasando por San Salvador y toda Centroamér­ica, en “Tierra Firme” –Venezuela, Colombia y Ecuador– hasta el Alto Perú –e, incluso el sur del Perú, la fortaleza realista– levantaron en alto la llama de la libertad americana y el derecho de los pueblos a tener sus propios gobiernos. Desde 1815, esa disputa se convertirá en guerra continenta­l abierta, sobre todo en Sudamérica, con Bolívar, O´Higgins, Artigas, Sucre y San Martín como estandarte­s de la independen­cia, escribiend­o así el siguiente y definitivo capítulo que culminará en los campos de Ayacucho en diciembre de 1824.

La tercera y última nota, el sábado 8 de junio

No es casual que el primer presidente de la Junta fuera Cornelio Saavedra, jefe del regimiento de patricios (los “hijos de la patria”) .

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FOTOS: ARCHIVO LA NUEVA.
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