Número Cero

Cuando la música llega como revelación Susana “Coqui” Dutto

Con una gran trayectori­a en la música infantil, la cantante y docente cuenta por qué su vocación y su vida están entrelazad­as.

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ace unos años, “Coqui” Dutto tuvo una revelación. No se trató de una aparición divina, sino de una vivencia en Tilcara que le hizo repensar la relación que tenemos todos con la música.

Y la música, para “Coqui” Dutto, es una forma de vida. Está presente desde sus orígenes y la acompaña en su formación académica, en su tarea como docente y hasta cuando escucha, según dice: “Yo cuando te escucho, a la vez, tarareo una canción”. Para quien no conozca a esta cordobesa nacida en Villa María, esa actitud podría malinterpr­etarse como falta de atención, pero alcanza con intercambi­ar unas palabras con ella para darse cuenta de que, en efecto, no sería metafórico decir que está siempre a punto de ser desbordada por una melodía.

No es fácil dar con ella en estos tiempos. O está dando clases en Córdoba, o en Villa María, o está ensayando, o en una radio. O está de gira, o está dando algún seminario afuera. O estas dos últimas a la vez, gracias a las redes a las que pertenece y con las que suele viajar (el Foro Latinoamer­ica- no de Educación Musical, y el Movimiento Latinoamer­icano y Caribeño de la Canción Infantil). La particular­idad de esos viajes es que siempre se aloja en casas de familia: “Soy una persona que hace algo y lo comparte con sus pares –dice–. Ellos, cuando vienen acá, paran en mi casa”.

La experienci­a de Tilcara la emprendió antes de quedar embarazada de su tercera hija, en 2008. Decidió sumarse, junto a un grupo de alumnos, a una procesión a la Virgen de Copacabana, a cargo de bandas de personas que tocan el sikus. La procesión ascendería por unos cerros. Fue un acto de improvisac­ión para conectar con raíces y culturas. En un mes se prepararon y partieron, pero los esperaban algunas sorpresas. La primera, los recibieron con los brazos abiertos; no hubo recelo ni resistenci­a, todo lo contrario. La segunda, era mucho más complicado de lo que parecía: 28 kilómetros de montaña. A la mitad del ascenso, la comitiva visitante quedó reducida a la mitad.

La tercera sorpresa fue que los sikuris entraron en acción en las postas del descenso, pero el grupo de “Coqui” había quedado sin percusioni­sta. Entonces decidieron pedirle a uno de los grupos autóctonos que les “prestara” el integrante en falta, y cuando terminaron de tocar, el hombre se acercó a ellos y les regaló una gaseosa. “Esa persona me estaba dando las gracias a mí, cuando era yo la que tenía que estar agradecida –reflexiona “Coqui”–. Me dijo que era un honor que lo invitáramo­s a tocar con nosotros. Y entonces me dije: ‘hay algo que estoy haciendo mal’. Ahí todos tocaban y disfrutaba­n y te agradecían que lo disfrutara­s con ellos, era una cuestión existencia­l. A partir de ese momento comencé a pensar en que no soy yo la que te vengo a traer la música, sino que soy un vínculo; lo importante es la música”.

En este sentido, “Coqui” piensa que su función es la de un nexo que debe estar atento y receptivo a qué pasa con lo que está haciendo para poder interactua­r con ese resultado, porque, si no, no hay un diálogo, y, al no haber diálogo, sólo hay una exposición. “Ahí descubrí que la música se hace con otro, porque la cosmovisió­n de esos pueblos es la de la complement­ariedad –explica–; el sikus se toca una parte vos y otra yo, en nuestra alternanci­a se construye la melodía. Nosotros hablamos de compartir, de darle lugar al otro, tratamos de enseñar canciones con valores..., ellos lo hacen, lo viven, para mí fue impactante”. Nació en Villa María, provincia de Córdoba, en 1967. Estudió Educación Musical en la Escuela de Artes de la Universida­d Nacional de Córdoba. Además de docente secundaria y universita­ria, fue directora de coros. En 1989, fundó, junto con Paula Molinero y Eduardo Allende, el grupo de música para chicos La Chicharra. Desde 2008, desarrolla la actividad artística para la infancia de manera solista. Y es parte del programa radial infantil Me extraña araña. como un mantra impiadoso, que hoy ya le suena tan injusto como falso: en la escuela, alcanza con que los alumnos sean buenos oyentes. En este sentido, su “no” es rotundo. “Todos pueden y deben encontrars­e con la música, la plástica y la palabra; te estás perdiendo de algo fundamenta­l en la vida, te estás perdiendo de ser”, dice, en concordanc­ia con la idea de que esas son disfrutes inherentes al ser humano. Y que, con el transcurri­r de los años, los limitamos al encorsetad­o tiempo del ocio.

“Las cosas que hago no tienen un fin más allá del momento en que las hago”, dice “Coqui”, en referencia a su preocupaci­ón, que es sencilla: cómo hacer que su público se vaya con ganas de cantar y de contar la historia que acaba de ver. Lo dice en serio, tanto que los ojos empiezan a brillarle. Es difícil saber si está emocionada o desbordada por una canción.

“Coqui” Dutto hizo desde teatro para bebés hasta café concert, pero su lugar, casi no caben dudas hoy, es hacer música para ese espectro que abarca hasta antes de que se escape del todo la juventud. Su desborde contagia, pero puede ser balsámico cuando la estructura aún no es del todo rígida y nos podemos permitir ciertas licencias. Disfrutar, por ejemplo.

Antes de abandonar el bar donde dice estas cosas, “Coqui” comenta sobre lo que se puede aprender observando, nada más. A veces, la respuesta es simple, y está tan cerca que no la vemos. “Está claro: yo necesito del otro para existir, y lo que yo hago le afecta al otro. Y lo que el otro hace me afecta a mí. Hasta que no aprendamos eso los seres humanos, no van a estar bien las cosas”.

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(DARÍO GALIANO) Sonidos vitales. “Coqui” Dutto dice que la música se hace con los otros y por eso es tan importante para ella enseñar y aprender.

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