Número Cero

Nostalgia reflexiva

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Varios poemas de Los restos permanente­s, de Christian Hertel, muestran que ciertas acciones cotidianas, como preparar una comida o comprar algo en un quiosco, pueden volverse ceremonias íntimas si en ellas se ha instalado una forma de ausencia –la más definitiva, la muerte– que vuelve absurdos o patéticos todos los gestos rutinarios.

Ya el título mismo de libro parece aludir a esa compañía de fantasmas que sigue a cualquier persona que ha perdido a algún ser querido. Sin embargo, si todos de una manera u otra somos sensibles a la muerte, tan sensibles que preferimos mirar hacia otro lado, Hertel se expone a la desolación de la muerte como si se enfrentara a un espejo.

Si bien esa obsesiva atención a la ausencia les da un tono parejo a todos los poemas, hay variacione­s sutiles en el libro, el cual se subdivide en tres partes precedidas por epígrafes de Alberto Mazzocchi, Juana Bignozzi y Albert Camus. Este último retrata perfectame­nte el estado de ánimo que domina a la poesía de Hertel: “El pensamient­o de un hombre es, ante todo, su nostalgia”. Esa tercera sección, la más autobiográ­fica, empieza con un poema que recuerda una visita al cementerio, cuando era niño, junto con su madre y su padre, y luego la memoria se desvía a otras escenas familiares o barriales, todas simples y conmovedor­as, gracias al arte de Hertel de retener en sus versos apenas la trama difusa de vidas que pudieron ser diferentes y que permanecen como restos, como espectros, como literatura. Los restos permanente­s. Christian Hertel. Borde Perdido. Córdoba.

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