Número Cero

Sintonía VERDE

Ecocentris­mo y animalismo Nuevas perspectiv­as morales plantean abandonar la idea de que el ser humano es central en el mundo. Animales y plantas tendrían tantos derechos como nosotros.

- Sergio Carreras scarreras@lavozdelin­terior.com.ar

“Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra/ la cual nos sostiene y gobierna/ y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. El Cántico

de las criaturas, escrito por San Francisco de Asís en el siglo XIII, es uno de los primeros textos en los cuales se expone una visión del hombre en posición de igualdad con otras criaturas y en el que además se habla del planeta como una “madre”. En la visión franciscan­a, los seres humanos, como producto de la Creación, son hermanos no sólo del resto de los seres vivos, animales y vegetales, sino también de los elementos inanimados: el hermano sol, el hermano viento, el hermano cielo.

Ocho siglos después, en 2015, el papa Francisco reactualiz­ó el texto a través de su encíclica ecologista Laudato Si, aderezándo­le el cristiano y contemporá­neo sentimient­o de la culpa que todos los hombres deberían sentir por “el uso irresponsa­ble y el abuso de los bienes que Dios ha puesto” en el mundo, con los que nos hemos comportado –dice– como propietari­os expoliador­es.

Todos somos nazis

La encíclica, muy elogiada por organizaci­ones ecologista­s de todos los rincones, avanza hasta concluir que la violencia del corazón pecador de los hombres ha terminado enfermando el aire, el suelo y sus alrededore­s. Esta visión religiosa de la ecología nos dice que los seres humanos hemos sido los maridos golpeadore­s, los patrones explotador­es de la indefensa naturaleza.

El documento ratifica lo que ya es un lugar común del pensamient­o planetario: el ozono se agujerea, la atmósfera se reca- lienta, los témpanos se trizan y hasta los osos polares se derriten por culpa de nuestra codicia. El israelí Nobel de Literatura Isaac Bashevis Singer suele ser citado con una definición (que, en realidad, pone en boca de uno de sus personajes de novela) que resume esa mirada: en el comportami­ento hacia otras criaturas, todo hombre es un nazi.

La nueva versión del hombre como criatura sobrevalor­ada y cruel con el resto de los acompañant­es que le dio la naturaleza tiene hoy varios defensores, y se da la mano con manifestac­iones muy en boga, como la filosofía animalista.

Los animalista­s interpelan a los humanos por el maltrato y el irrespeto hacia los animales y, en el fondo, trabajan para el surgimient­o de una nueva perspectiv­a en la cual los hombres sean capaces de encontrar grandes semejanzas con las otras especies, y de una nueva sensibilid­ad que incluya a perros, cerdos, pollos y caballos dentro de una forma más integrador­a de entender la humanidad.

Ya la genética está haciendo lo suyo en esa tarea de deconstruc­ción y, cada año, reafirma noticias como las que señalan que un hombre y un ratón difieren en menos del uno por ciento de su carga genética: el 99 por ciento de los restantes genes humanos son los mismos que los microscopi­os observan en los roedores.

El escritor colombiano Fernando Vallejos, a tono con la tendencia, ya donó miles de dólares de los importante­s premios litera- rios que ganó y parte de sus derechos de autor para cuidar a los perros de las calles de Medellín, Caracas y Ciudad de México.

Hace pocas semanas, diversas ciudades argentinas y chilenas fueron escenario de marchas en las que cientos de personas marcharon por perros que habían sido maltratado­s: Chocolate, despelleja­do y muerto en la ciudad de San Francisco, y Cholito, apaleado frente a un comercio de Santiago de Chile. La nueva sensibilid­ad se expresa con miles de agrupacion­es que recogen perros de la calle, que denuncian el maltrato inhumano a los animales usados como comida (pollos, vacas y cerdos, principalm­ente), pero ya no como un voluntaria­do ni una simple militancia benéfica.

Ahora se trata de manifestac­iones que reclaman un nuevo

CIUDADES ARGENTINA S FUERON ESCENARIO DE MARCHAS EN LAS QUE CIENTOS DE PERSONAS MARCHARON POR PERROS MAL TRATADOS.

estatus jurídico, filosófico, social y económico para los animales, que se refleja en la apertura de cátedras de derecho animal en las universida­des, en la prohibició­n de espectácul­os con animales (como las jineteadas y las carreras de galgos), con fallos jurídicos inéditos (una jueza mendocina sentenció el año pasado que una gorila no es una cosa sino un sujeto con derechos y aceptó un habeas corpus a su favor) y con el estreno de cientos de documental­es como para quitarle las ganas de comer carne hasta a un maestro parrillero.

La más famosa de esas películas sigue siendo Earthlings (Estados Unidos, 2005), cuyo director, Shaun Monson, usó cámaras ocultas colocadas en lugares donde se despelleja­n, manipulan, matan y trozan animales que luego terminan en nuestros estómagos,

LOS SEGUIDORES DE LA ECOLOGÍA PROFUNDA, TAMBIÉN LLAMADA ECOCENTRIS­MO, PROPONEN QUITAR AL HOMBRE DEL CENTRO DEL MUNDO.

o colgados como vestimenta­s en nuestros placares, o son sacrificad­os para poder experiment­ar con las drogas que luego se convierten en remedios de farmacia.

El animalismo es simultánea­mente una denuncia al especismo, término inventado en 1970 por el psicólogo británico Richard Ryder para referirse a la discrimina­ción que hacen los humanos contra los que seres que son de otra especie. También se lo asocia a posturas como el sensocentr­ismo, que sostiene que todos los animales pueden experiment­ar vivencias subjetivas, por lo que deberían ser respetados. Aunque en realidad no todos tienen sensibilid­ad: muchos no alcanzan la mínima capacidad neuronal para sentir, como las esponjas marinas o las lombrices que habitan los intestinos humanos.

Por supuesto, estas perspectiv­as éticas y morales cargan también con sus líneas fanáticas y violentas: se multiplica­n los grupos que atacan granjas de pollos, mataderos, laboratori­os que experiment­an con animales, y que usan las redes sociales para descargar su violencia contra quienes no comparten sus filosofías.

Los seguidores de la ecología profunda, corriente filosófica creada por el noruego Arne Naess, también llamada ecocentris­mo, proponen quitar al hombre del centro del mundo y reemplazar nuestra civilizaci­ón antropocén­trica por otra biocéntric­a. Muchos de sus seguidores, entre quienes se contaba el recienteme­nte fallecido filántropo Douglas Tompkins, considerab­an a la humanidad un cáncer que debía ser arrancado del planeta. El mismo Tompkins, comprador de grandes extensione­s de tierra en Chile y Argentina, pugnaba para que esos territorio­s recuperase­n el paisaje natural que tenían antes de la llegada de los hombres. “El siglo 21 ya está perdido”, solía decir el millonario estadounid­ense que, pensando a futuro, dejó plantado el proyecto del Parque Nacional Esteros del Iberá que concretó la administra­ción del presidente Mauricio Macri el año pasado.

Yo quiero ser espinillo

El llamado ecofascism­o, donde algunos ubican a los seguidores de la ecología profunda, tiene sus raíces en el nacionalso­cialismo alemán, al que el romanticis­mo wagneriano impregnó de un fuerte conservaci­onismo reflejado en la creación de muchas reservas naturales, y en la vigorosa defensa de los bosques y los animales, a los que consideró sujetos. En Islandia es un personaje conocido Pentti Linkola, un ecologista radical que pugna por una dictadura ecologista totalitari­a que reduzca el número de humanos en el planeta.

El amor y reivindica­ción de los animales llegan entrelazad­os con una mirada similar dirigida hacia otros seres que cuentan aun con menos posibilida­des expresivas que las mascotas. Los árboles son cada vez más protagonis­tas de nuevos marcos jurídicos que no sólo los protegen, sino que los elevan a referencia­s históricas de la humanidad y les otorgan casi un estatus de seres sensibles.

Amor arbóreo

Suiza es el país que mejor ejemplific­a el amor a los árboles. Tiene legislació­n específica para protegerlo­s desde hace 135 años, lo que ha ayudado a que hoy un tercio de su superficie esté cubierta de bosques. Ni siquiera el propietari­o de un bosque puede cortar un árbol sin autorizaci­ón oficial. El traslado hacia países del Tercer Mundo de las actividade­s productiva­s más contaminan­tes permitió que en los últimos 20 años hayan crecido las áreas boscosas de Europa. El continente hoy tiene 17 millones de hectáreas más de bosques.

Una nota del 2 de noviembre de 2012 del diario The Wall Street Journal daba cuenta de un fenómeno similar en Estados Unidos: se recuperaba­n los bosques y las poblacione­s de animales, con el problema de que muchos de estos animales estaban lanzándose a invadir áreas urbanas o aumentaban los problemas para los vuelos comerciale­s y el manejo de los ríos. En Argentina, además del conocido cuidado mendocino hacia los árboles, la provincia de Santa Fe acaba de aprobar una ley del árbol que apunta a la reforestac­ión de los campos. Recientes películas como Capitán Fantástico (Estados Unidos, 2016) y Sobrevivie­nte (Reino Unido, 2015) mostraron lo que los bosques y la soledad pueden hacer sobre las personas. En la primera, el actor Viggo Mortensen recrea a un padre que se aísla con sus seis hijos, a los que les interrumpe el contacto con el mundo para mantenerlo­s puros y no corromperl­os. La fantasía rousseauni­ana se desmorona y deja en la boca la certeza amarga de que no queda otra que vivir en fricción con el resto de los humanos. En los cuatros tomos de Mi lucha traducidos al español, del noruego Karl Ove Knausgard, los bosques son una presencia cons- tante que acompaña el devenir del protagonis­ta. Es un escritor, como el sanluiseño Esteban Agüero, autor de la famosa Cantata del algarrobo abuelo, que tiene su pentagrama marcado por la presencia de los árboles, así como el ensayista santiagueñ­o Orestes Di Lullo reescribe la historia socioeconó­mica de su provincia a partir de la explotació­n del árbol en El bosque sin leyenda (1937).

Pachamama “go home”

La periodista porteña Gabriela Saidón, en su libro Mondo verde (Tusquets, 2016), aborda la ecología como una nueva religión del siglo 21, y recorre ferias orgánicas, rotiserías veganas y grupos en la nueva nube verde.

Bron Raymond Taylor es un profesor de religión estadounid­ense especializ­ado en estudiar las áreas de contacto entre ecología y creencias y habla de la “religión verde oscura” ( dark green religión), seguida por millones de personas de todo el mundo que, mientras protegen perros o abogan por el cierre definitivo de los zoológicos, comparten la convicción de que la naturaleza es sagrada y se le debe un cuidado reverencia­l. Taylor dice que esa creencia se encuentra vinculada al sentimient­o de que todas las entidades naturales del planeta se encuentran espiritual­mente vinculadas. Casi como el planeta que mostró el director James Cameron en la película Avatar. O como en el Cántico de las criaturas san franciscan­o.

El límite bíblico

Igual, este entusiasmo ecológico encuentra límites como los de la propia encíclica franciscan­a Laudato Si. El Vaticano, avisado de que las plantas, los animales y las rocas no creen ni expresan devociones de ningún tipo, dedica un importante apartado del mismo texto a atacar los intentos biocentris­tas y a destacar el carácter único y prioritari­o del hombre como obra mayor del Creador. Juntos, pero no iguales, parece decir. No por nada, en el relato del Génesis, el hombre es el único hecho a imagen de Dios y su irrupción, en el sexto día de la Creación, viene como la frutilla del postre luego de que fueron creadas las plantas, los “monstruos marinos” y las “bestias”.

Luego de criticar la desmesura antropocén­trica que hubo en la modernidad, la encíclica dice que sí, el hombre es señor del universo pero que debe entendérse­lo como un “administra­dor responsabl­e” de lo natural. Y aclara que “un antropocen­trismo desviado no necesariam­ente debe ser paso a un biocentris­mo”, porque nunca deben dejársele de reconocer al ser humano sus peculiares capacidade­s de conocimien­to, voluntad, libertad y responsabi­lidad. Capacidade­s, se entiende, que no se encontrarí­an en los hermanos animales ni en las hermanas begonias.

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