La dictadura del optimismo
Arte y felicidad El optimismo actual se vuelve agresivo por su alto grado de superficialidad. Es difícil pensar que produzca artistas.
El quiosco de barrio Güemes, el local de ropa de Nueva Córdoba y el bar de café al paso tienen pizarrones en sus veredas. Además de la oferta del día, comparten una frase multicolor para anunciar que este es el mejor día de todos por el sólo hecho de ser hoy. Es un hecho: el optimismo vende.
En una escena de la primera temporada de la serie Mad men, Don Draper le dice a su próxima amante que el amor no existe, que fue inventado por tipos como él para vender medias. La estrategia publicitaria de crear necesidades donde antes no las había hace lo propio ahora con la felicidad. “La felicidad no existe, la inventaron sujetos como yo para vender cappuccinos”, diría el mejor creativo publicitario nietzscheano actual.
Empezamos a atravesar un siglo recién nacido y lo que ese optimismo indica es que vivimos en la época más desesperanzadora. Es difícil encontrar un almohadón sin el imperativo de la sonrisa o del amor. Hay que amar, amar, amar porque sí, porque si no se ama el horror nos devora. O algo parecido dice un bolso playero con una de esas gaseosas que prometen la juventud eterna.
Las ideas como emergentes de circunstancias sociales funcionan como claroscuros de las afirmaciones: dime qué afirmas y te diré tu dolencia. Como resultado, el optimismo actual se vuelve agresivo por su grado de superficialidad: nadie puede ser tan feliz como lo afirma el menú de un bar moderno. Más allá de la definición personal de felicidad, ninguna puede coincidir con la proclamación de que se es feliz: la felicidad no es un acto de habla.
Existe una opinión de tintes freudianos que ve en el dolor la cuna del arte con fines de supervivencia. Es cierto que el arte en sus diversas dimensiones floreció luego de enormes guerras y crisis, y también que el sufrimiento a nivel individual no siempre florece en genios del arte. Sin embargo, es difícil pensar que el optimismo produzca artistas. El arte funciona como evasión de una realidad que no se desea; se considera que lo imaginado y lo pensado es mejor oferta que la realidad. ¿De qué realidad desearía evadirse quien deambula con un ejército de querubines?
La creación artística exige una carencia, exige anhelar lo que no se posee: si la realidad no lo provee, entonces deberá ser creado. La dictadura del optimismo neutraliza el impulso creativo. Siempre hay que estar un poco triste, o al menos bastante enojado.