Soberanía reproductiva y ficción
Una de las obras que encumbran el Romanticismo europeo, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), con su escepticismo en el poder de la razón y la ciencia, traía a la vida el ambiente de cementerios saqueados, experimentos con electricidad animal y otras prácticas que antecederían a la actual anatomía forense. Los cuerpos (vivos, muertos o muertos-vivos) eran esa materia blanda disciplinable sobre la que empezaba a recaer el discurso científico.
La noción de biopolítica es una de las fundamentales aportadas por el filósofo Michel Foucault para pensar cómo un dispositivo de discursos legales, educativos, prescriptivos, médicos y científicos modelan, regulan y establecen qué es lo normal o anormal con relación al cuerpo y a la sexualidad desde los orígenes de la modernidad occidental. Y las ficciones especulativas como la de Mary Shelley emergen como un territorio de disputa de esos discursos, como resistencias a las formas en que ese dispositivo institucional ha querido disciplinar los cuerpos. Y, sobre todo, la soberanía reproductiva.
La escritora Charlotte Perkins Gilman se inspiró (quizás involuntariamente) tanto en el mito de las amazonas como en las especulaciones del antropó- logo Johann Jakob Bachofen (1815-1887) sobre las primitivas religiones matriarcales borradas de Occidente. Y en Herland (1915) planteó una sociedad formada sólo por mujeres, que se reproducen por partenogénesis, por reproducción asexual. La característica principal de esta sociedad utópica es que al estar libre de tensiones dualistas, no se manifiestan conflictos ni guerras.
Una idea que desarrolló con sutileza Úrsula K. Le Guin al describir la sociedad del planeta Invierno. Esta colonia está habitada por los guedenianos, seres andróginos y biológicamente hermafroditas que se reproducen durante una semana al mes, asumiendo la identidad contraria al individuo con quien se unen sexualmente, para después adoptar la identidad andrógina anterior. Sin embargo, esta obra imprescindible de la especulación antropológica sobre el género y la sexualidad que es La mano izquierda de la oscuridad (1969) parece cerrar un ciclo de fe en el cambio y el progreso. En 1980, la era de Reagan y Thatcher, marcada por la regresión de los derechos sociales, la cuestión de la soberanía reproductiva es retomada por la eterna candidata al Nobel Margaret Atwood. En El cuento de la criada (1985) plantea una sociedad estamental en la que un grupo de mujeres son obligadas a servir a la reproducción de los matrimonios infértiles de más jerarquía. En breve se estrena la serie.
Este oscuro futuro de regresión reproductiva es relativizado por Estrogénos, de Leticia Martín (Galerna, 2016), novela en la que por los avances biotecnológicos los hombres pueden embarazarse. El protagonista, al convertirse en padre/madre, relativiza cualquier esencialismo biológico para poner en evidencia la universal vulnerabilidad de los cuerpos y, también, la resistencia a las prácticas biopolíticas.