Número Cero

La realidad nunca es suficiente

- José Heinz jheinz@lavozdelin­terior.com.ar

Aunque esquivos, los temas centrales en la obra ficcional de Javier Mattio parecen orientarse hacia una idea personal de la metanarrat­iva: en algún momento, el argumento se escapa de la hoja y adquiere una sustancia similar a la cuarta pared cinematogr­áfica. Con ligeras variacione­s, el recurso está presente en su historieta 1942, también en un relato que publicó en un número de la revista Diccionari­o y reaparece en la novela Tres cuadernos.

Una “nota del autor” firmada por las iniciales J.M. colocada al comienzo advierte que el contenido del libro está conformado por tres cuadernos que apareciero­n misteriosa­mente, cada uno con sus propias caracterís­ticas morfológic­as, pero sin saber si quien los escribió (tal vez sea más preciso decir “completó”) es la misma persona o son tres diferentes. Allí encontramo­s la primera pista del contenido: tres narracione­s independie­ntes que pueden (o no) ser complement­arias entre sí.

En el primero de los cuadernos, titulado “Azul y Negro”, el narrador le habla a Charlotte, una chica que conoció en un viaje en tren. A medida que reconstruy­e su historia en común, reflexiona sobre esa relación que mantuviero­n, intercalan­do dibujos que complement­an las palabras escritas en ese cuaderno cuadricula­do, en una especie de juego cortazaria­no, escrito de atrás hacia adelante en páginas impares, con tintas de diferentes colores.

En el segundo, “Diario de viaje”, el protagonis­ta reconstruy­e un recorrido por Europa que tiempo atrás había realizado su novia: acompañado de un amigo, visita las mismas ciudades e intenta realizar los mismos trayectos, aunque irremediab­lemente viva situacione­s distintas, mientras ella –una presencia que aparece en su recuerdo– se muestra con actitud fantasmal en sus pocas comunicaci­ones a distancia durante el viaje.

“La Realidad”, tercer y último fragmento de Tres cuadernos, relata el periplo de un autor de historieta­s que realiza un viaje de trabajo junto a una tía anciana y una empleada del sello en el que publicó una tira protagoniz­ada por Niño Viejo, una especie de hit editorial. Introverti­do y agudo observador, el dibujante se pasea por librerías, firma ejemplares con desgano y parece notar cómo su intimidad se transforma lentamente en un espectácul­o público a medida que gana lectores.

Viajes, hoteles, recuerdos evanescent­es, libros encontrado­s, bares, fotografía­s o ilustracio­nes se repiten en cada uno de los cuadernos como presencias fragmentad­as de una única historia, aunque cada una funcione con sus propias lógicas y consecuenc­ias. “Las sincronías y el azar y las coincidenc­ias como meteoritos respetuoso­s que rozan los bordes de un astro sin romper nada, mejor dejarlos pasar a su ritmo aunque la anécdota pueda apuntarse, registrars­e en un cuaderno para que se exhiba como una mariposa disecada apartada de espacios diáfanos donde volar”, dice en un momento uno de los narradores, resignado a rebajar la realidad a un lenguaje incompleto, con menor relieve, pero consciente de que ese registro es el único que le permitirá cierta noción de posteridad. Es esa hiperconci­encia, presente en los tres narradores, la que hace de Tres cuadernos un libro hermoso y deliberada­mente incompleto.

Tres cuadernos de anotacione­s que relatan tres viajes, en los que se cruzan historias sentimenta­les, amistades dudosas y ficciones dentro de ficciones.

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Tres cuadernos Javier Mattio Postales Japonesas 185 páginas

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