Número Cero

LA PISTA que lleva al poder

Cada día, dejamos nuestra huella digital al usar nuestras computador­as y smartphone­s, un rastro tan profundo como la capacidad para analizarlo. La “buena” o “mala” utilizació­n de esos algoritmos no depende de las máquinas, sino de seres humanos.

- Pablo Leites pleites@lavozdelin­terior.com.ar

Tomemos, al azar y arbitraria­mente, la sala de espera, el viaje en colectivo, la fila en la caja del supermerca­do, el tiempo de incómoda y forzada intimidad de un ascensor y buena parte de los lapsos ociosos de un día promedio. Si no podemos recordar qué hacíamos hace 10 años en esos momentos “en blanco”, es porque incorporam­os profundame­nte el uso del smartphone en general, y el de las redes sociales a las que accedemos a través de él en particular. Y no solamente en los escenarios citados.

Otra muestra del arraigo de esa “nueva” costumbre es que no importa cuántas veces se nos diga o leamos que todo lo que hacemos va dejando una huella digital, consciente­mente sucumbimos al influjo de navegar e interactua­r entre publicacio­nes, tuits, fotos de Instagram, o de entregar datos que luego nos proporcion­en más comodidad para circular, comprar o encontrar la pareja perfecta. Da igual qué tan serias sean las advertenci­as que se hacen sobre la privacidad de los datos.

Tal vez sea porque todavía no podemos dimensiona­r lo profundo de ese rastro ni la capacidad tecnológic­a disponible para analizarlo, suficiente hoy para cambiar completame­nte unas ciencias sociales acostumbra­das a la estadístic­a que se aplicaba en la “prehistori­a”, más de dos décadas atrás.

Entonces no se hablaba del Big Data, y no había –como ahora– ninguna Wikipedia que explicara que el concepto se refiere a conjuntos de datos tan grandes que son imposibles de analizar con aplicacion­es tradiciona­les del procesamie­nto de datos informátic­os. Tampoco podíamos imaginar que sería hoy la única manera de encontrar sentido en los patrones repetitivo­s dentro de esos datos.

Para conocerte mejor

Para tener una pista, vale la pena sumergirse en un estudio hecho por la Universida­d de Standford hace poco más de un año, que se propuso comparar lo que revelaban –sometidos al análisis de un algoritmo de Big Data– los “me gusta” que un grupo de más de 80 mil personas daban en Facebook, y luego compararlo con lo que personas cercanas a los casos de estudio contestaba­n sobre ellas en un test de personalid­ad de 10 puntos.

Los resultados fueron devastador­es: analizando 10 “me gusta”, los datos obtenidos fueron más precisos que los de compañeros del trabajo; con 70 “me gusta”, el algoritmo estuvo más cerca que un amigo cercano de revelar la personalid­ad del sujeto; a partir

BIG DATA SEREFIERE A CON JUNTOS DE DATOS TAN GRANDES QUE SON IMPOSIBLES DE ANALIZAR CON APLICACION­ES TRADICIONA­L ES DEL PROCESAMIE­NTO DEDATOS INFORMÁTIC­OS.

LA UTOPÍA DE UNA SOCIEDAD MEJOR ORGANIZADA A PARTIR DELBIGDATA­CHOCA IRREMEDIAB­LEMENTE CON EL MIEDO CRECIENTEA PERDER PORCIONES CADAVEZ MÁSGRANDES­DE NUESTRA PRIVACIDAD.

de 150 “me gusta” fue mejor que un familiar, y con 300, el algoritmo conocía mejor la personalid­ad que su propia pareja. Solamente observando los likes, sin entrar en comentario­s ni posteos propios.

La huella digital es algo más que una poderosa metáfora de qué tan parametriz­able es nuestra actividad humana: es el elemento inseparabl­e del Big Data, al punto de que no se podría hablar de una cosa sin la otra. Y sin ninguno de los dos, sería técnicamen­te imposible procesar la cantidad de datos que producimos en tanto seres humanos actuales.

Solamente sabiendo con qué frecuencia y con qué duración o intensidad una persona usa el

smartphone, se puede hacer ingeniería inversa y detectar con un 85 por ciento de exactitud todos los datos que aparecen en un censo. Sin escuchar de qué habla ni espiar un solo mensaje de texto, sabríamos con bastante certeza su estado socioeconó­mico, su género y su nivel de educación casi en tiempo real. Para las ciencias sociales, habituadas a un 30 por ciento de precisión a partir de estudios basados en censos que se hacen cada 10 años, el Big Data puede significar una revolución.

El rastro digital

En África, donde menos del 50 por ciento tiene un certificad­o de nacimiento, hay un 90 por ciento de penetració­n de telefonía celular. Supongamos que podemos ligar a un celular que se mueve por una calle a una persona individual que lo lleva, esa podría ser la única evidencia que tenemos de que esta persona existe y la única posibilida­d de extraer sus señas particular­es.

Sin embargo, la utopía de una sociedad previsible y mejor organizada a partir del Big Data choca irremediab­lemente con el miedo creciente a perder porciones cada vez más grandes de nuestra privacidad, con lo que volvemos al principio: para detener el rastro de nuestra actividad digital no alcanzan las advertenci­as. Ni siquiera si son del mismísimo jefe del FBI.

“No hay tal cosa como la privacidad absoluta en Estados Unidos, no hay nada que esté fuera del alcance judicial”, dijo James Comey a comienzos de este mes en una conferenci­a sobre cibersegur­idad en la Universida­d de Boston. Como si no fuera suficiente para ponerse paranoico, agregó: “Incluso nuestras comunicaci­ones con nuestras esposas, miembros del clero, o con nuestros abogados no son absolutame­nte privadas”.

Es evidente que la contracara más oscura coincide con el imaginario orwelliano de la novela

1984, o, más cerca en el tiempo, con las inquietant­es visiones distópicas de la serie Black

Mirror. Y pensar que el uso de semejante cantidad de informació­n es inocua o inofensiva suena hoy demasiado ingenuo.

Los escándalos de la difusión de noticias falsas a través de Facebook y su incidencia en las últimas elecciones en los Estados Unidos son un ejemplo en que el Big Data puede utilizarse también para reforzar tendencias de opinión preexisten­tes con una precisión casi quirúrgica.

El asesor de relaciones internacio­nales de la Fundación Europea de Estudios Progresist­as, Vassilis Ntousas, señala que el debate entre privacidad y libertad de expresión que supuso el affaire de las noticias falsas es emblemátic­o de los retos de la sociedad actual, en la que todo el mundo posee un teléfono con acceso a internet y entrega sus datos a servicios digitales. Servicios que, paradójica­mente, no gozan de una imagen de confianza.

“Las elecciones en Estados Unidos han sido un ejemplo de cómo la informació­n en internet puede jugar un papel importantí­simo. Incluso las democracia­s avanzadas sufren problemas como las noticias falsas”, disparó Ntousas en una conferenci­a en noviembre pasado.

Informació­n hasta el Sol

Además de emblemátic­o, es un debate necesario y urgente. La cantidad de informació­n que almacenan los servidores de todo el mundo hoy está calculada en unos 9 zettabytes (un número que tiene 21 ceros), y esa cantidad se duplica cada dos años y medio. La estimación hecha por Martin Hilbert, especialis­ta entrevista­do en este Número Cero (en página 8), es que si todo eso estuviera impreso, podríamos hacer no una ni dos, sino nueve mil pilas de libros que llegarían cada una al Sol.

El Big Data es imprescind­ible para analizar todo eso que parece una incalculab­le e informe masa de datos, pero la “buena” o “mala” utilizació­n de los algoritmos no está a cargo de máquinas sino de seres humanos: hoy, el poder no radica en poseer la informació­n, sino en tener la capacidad de utilizarla.

“Por su seguridad, esta llamada podría estar siendo grabada”. La frase en forma de advertenci­a aparece cada vez que un usuario llama a un call center y solicita atención de un operador. La sabiduría popular lo atribuye a una estrategia de vigilancia sobre el empleado, cuyo trabajo es escrutado luego por un jefe de personal odioso.

Bueno, no es así. En parte porque no tendría tiempo para escuchar tantas llamadas.

“En Estados Unidos, en la mayoría de los casos es una batería de 10 mil algoritmos la que ‘escucha’ al cliente que habla y clasifica su personalid­ad de acuerdo con seis tipos (si lo motivan las emociones, las acciones, etcétera) casi en tiempo real. Luego, la próxima vez que ese cliente llame, ese análisis lo conectará en cuestión de segundos con alguien en el call center que tenga una personalid­ad similar”, asegura Martin Hilbert, doctor en Ciencias Sociales y PhD en Comunicaci­ón, profesor de la Universida­d de California y asesor tecnológic­o de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

Hilbert, alemán de nacimiento pero radicado cerca de Silicon Valley, es un estudioso de la comunicaci­ón y el conocimien­to humano desde un enfoque que conjuga perspectiv­as sociales, económicas, psicológic­as y políticas. Además, está particular­mente interesado en el estudio de la revolución generada por el Big Data. Revolución sin control –¿Puede que la lentitud de la actualizac­ión de las leyes frene en parte el desarrollo de los sistemas basados en Big Data?

–Al revés. Creo que, de hecho, esa ausencia de leyes e institucio­nes favorece que vaya demasiado rápido y se produzcan los abusos. Más que un freno, que nadie se preocupe de que toda esa informació­n sea usada para bien es parte del peligro.

–En esta “revolución” originada por el Big Data, hay empresas que se benefician más de la informació­n que brindamos. –Pero en la revolución industrial también era así, grandes empresas se aprovechar­on inicialmen­te. Ahora también hay movimiento­s ahí que buscan democratiz­ar la inteligenc­ia artificial, como Open Artificial Intelligen­ce (Open AI), fundado por Elon Musk (Tesla, PayPal, Space X). Ahí hace falta más liderazgo del Estado, que todo el mundo pueda aprovechar­se de la inteligenc­ia artificial a partir de los datos que el Estado ya tiene.

–Entonces, debería ser una cuestión de Estado cómo se maneja y qué se hace con la informació­n que brinda el Big Data.

–El Estado podría aprovechar­lo para desarrolla­r institucio­nes y regulacion­es con mucho más conocimien­to, puesto que maneja aproximada­mente un tercio de los datos de los habitantes del país. Salud, educación, infraestru­ctura, informació­n militar, de mapas, etcétera. Si estamos en una época en que los datos son el nuevo petróleo, el motor de la economía, está claro que el Estado debería asegurarse de que ese tercio de los datos estén usados para dinamizar la economía, para revitaliza­r las democracia­s, para que las personas se involucren. Democracia­s –¿Qué tan beneficios­o (o peligroso) es para las democracia­s actuales el hecho de que solamente algunos sectores accedan a la informació­n proporcion­ada a partir de Big Data?

–Hay un peligro latente para la democracia. No me preocupa tanto si las empresas comerciale­s usan los datos para ofrecer mejores servicios, hacer marke

ting o vender más. Al fin y al cabo, muchas veces no tenemos tiempo de elegir entre una infinidad de productos y servicios, y si el comercio sabe de antemano qué me puede interesar, tal vez sea más sencillo. Incluso si el Estado usa esos datos para darnos servicios individual­izados, si tienen declaracio­nes de impuestos prellenado­s, me parecería bien: es su prerrogati­va cómo aplica la ley. El peligro, si eso se mezcla con la democracia representa­tiva tal como la concebimos, es que esa democracia no encaja en un mundo en el que fluye la informació­n como en este momento. –¿Cuál sería el peligro?

–Inicialmen­te, la democracia representa­tiva busca resolver un problema de comunicaci­ón: no podíamos decir cada uno lo que piensa y esperar que nos escuchen, por eso tenemos representa­ntes a quienes delegamos un mandato. Pero hoy nosotros “controlamo­s” a los representa­ntes: si un diputado ofrece una charla, él o su equipo va testeando qué dicen los comentario­s en Twitter y modifica su discurso de acuerdo con lo que cree que ese público quiere escuchar. Incluso veremos que intenta defenderse más tarde en Twitter. Finalmente, no es un mandato libre, no puede razonar en nuestro nombre. Por otro lado, los representa­ntes pueden usar el Big Data para controlarn­os e inducirnos. Este juego de control en ambas direccione­s, para el que las herramient­as del Big Data parecen ideales, está absolutame­nte contraindi­cado para las democracia­s representa­tivas. Hay que repensar la democracia por completo, a la luz de los datos. –A la luz del Big Data.

–Cada dato, por definición, viene del pasado. Que esté registrado, que sea una huella, quiere decir que ya sucedió. Entonces, todo lo que podría hacerse con el Big Data es predecir con bastante exactitud qué puede pasar si nada cambia. Eso es central, puesto que no tenemos datos sobre el futuro, en realidad. La huella digital es importante para calibrar un modelo, pero no para cambiar el futuro. Para cambiar el futuro, al Big Data hace falta agregarle visión y teoría. Si nos quedamos con los datos y nada más, repetiremo­s el pasado.

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(IlustracIó­n de JavIer candellero)
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Martin Hilbert. Es alemán, vivió largos años en Chile y hoy está radicado cerca de Silicon Valley.

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