LA PISTA que lleva al poder
Cada día, dejamos nuestra huella digital al usar nuestras computadoras y smartphones, un rastro tan profundo como la capacidad para analizarlo. La “buena” o “mala” utilización de esos algoritmos no depende de las máquinas, sino de seres humanos.
Tomemos, al azar y arbitrariamente, la sala de espera, el viaje en colectivo, la fila en la caja del supermercado, el tiempo de incómoda y forzada intimidad de un ascensor y buena parte de los lapsos ociosos de un día promedio. Si no podemos recordar qué hacíamos hace 10 años en esos momentos “en blanco”, es porque incorporamos profundamente el uso del smartphone en general, y el de las redes sociales a las que accedemos a través de él en particular. Y no solamente en los escenarios citados.
Otra muestra del arraigo de esa “nueva” costumbre es que no importa cuántas veces se nos diga o leamos que todo lo que hacemos va dejando una huella digital, conscientemente sucumbimos al influjo de navegar e interactuar entre publicaciones, tuits, fotos de Instagram, o de entregar datos que luego nos proporcionen más comodidad para circular, comprar o encontrar la pareja perfecta. Da igual qué tan serias sean las advertencias que se hacen sobre la privacidad de los datos.
Tal vez sea porque todavía no podemos dimensionar lo profundo de ese rastro ni la capacidad tecnológica disponible para analizarlo, suficiente hoy para cambiar completamente unas ciencias sociales acostumbradas a la estadística que se aplicaba en la “prehistoria”, más de dos décadas atrás.
Entonces no se hablaba del Big Data, y no había –como ahora– ninguna Wikipedia que explicara que el concepto se refiere a conjuntos de datos tan grandes que son imposibles de analizar con aplicaciones tradicionales del procesamiento de datos informáticos. Tampoco podíamos imaginar que sería hoy la única manera de encontrar sentido en los patrones repetitivos dentro de esos datos.
Para conocerte mejor
Para tener una pista, vale la pena sumergirse en un estudio hecho por la Universidad de Standford hace poco más de un año, que se propuso comparar lo que revelaban –sometidos al análisis de un algoritmo de Big Data– los “me gusta” que un grupo de más de 80 mil personas daban en Facebook, y luego compararlo con lo que personas cercanas a los casos de estudio contestaban sobre ellas en un test de personalidad de 10 puntos.
Los resultados fueron devastadores: analizando 10 “me gusta”, los datos obtenidos fueron más precisos que los de compañeros del trabajo; con 70 “me gusta”, el algoritmo estuvo más cerca que un amigo cercano de revelar la personalidad del sujeto; a partir
BIG DATA SEREFIERE A CON JUNTOS DE DATOS TAN GRANDES QUE SON IMPOSIBLES DE ANALIZAR CON APLICACIONES TRADICIONAL ES DEL PROCESAMIENTO DEDATOS INFORMÁTICOS.
LA UTOPÍA DE UNA SOCIEDAD MEJOR ORGANIZADA A PARTIR DELBIGDATACHOCA IRREMEDIABLEMENTE CON EL MIEDO CRECIENTEA PERDER PORCIONES CADAVEZ MÁSGRANDESDE NUESTRA PRIVACIDAD.
de 150 “me gusta” fue mejor que un familiar, y con 300, el algoritmo conocía mejor la personalidad que su propia pareja. Solamente observando los likes, sin entrar en comentarios ni posteos propios.
La huella digital es algo más que una poderosa metáfora de qué tan parametrizable es nuestra actividad humana: es el elemento inseparable del Big Data, al punto de que no se podría hablar de una cosa sin la otra. Y sin ninguno de los dos, sería técnicamente imposible procesar la cantidad de datos que producimos en tanto seres humanos actuales.
Solamente sabiendo con qué frecuencia y con qué duración o intensidad una persona usa el
smartphone, se puede hacer ingeniería inversa y detectar con un 85 por ciento de exactitud todos los datos que aparecen en un censo. Sin escuchar de qué habla ni espiar un solo mensaje de texto, sabríamos con bastante certeza su estado socioeconómico, su género y su nivel de educación casi en tiempo real. Para las ciencias sociales, habituadas a un 30 por ciento de precisión a partir de estudios basados en censos que se hacen cada 10 años, el Big Data puede significar una revolución.
El rastro digital
En África, donde menos del 50 por ciento tiene un certificado de nacimiento, hay un 90 por ciento de penetración de telefonía celular. Supongamos que podemos ligar a un celular que se mueve por una calle a una persona individual que lo lleva, esa podría ser la única evidencia que tenemos de que esta persona existe y la única posibilidad de extraer sus señas particulares.
Sin embargo, la utopía de una sociedad previsible y mejor organizada a partir del Big Data choca irremediablemente con el miedo creciente a perder porciones cada vez más grandes de nuestra privacidad, con lo que volvemos al principio: para detener el rastro de nuestra actividad digital no alcanzan las advertencias. Ni siquiera si son del mismísimo jefe del FBI.
“No hay tal cosa como la privacidad absoluta en Estados Unidos, no hay nada que esté fuera del alcance judicial”, dijo James Comey a comienzos de este mes en una conferencia sobre ciberseguridad en la Universidad de Boston. Como si no fuera suficiente para ponerse paranoico, agregó: “Incluso nuestras comunicaciones con nuestras esposas, miembros del clero, o con nuestros abogados no son absolutamente privadas”.
Es evidente que la contracara más oscura coincide con el imaginario orwelliano de la novela
1984, o, más cerca en el tiempo, con las inquietantes visiones distópicas de la serie Black
Mirror. Y pensar que el uso de semejante cantidad de información es inocua o inofensiva suena hoy demasiado ingenuo.
Los escándalos de la difusión de noticias falsas a través de Facebook y su incidencia en las últimas elecciones en los Estados Unidos son un ejemplo en que el Big Data puede utilizarse también para reforzar tendencias de opinión preexistentes con una precisión casi quirúrgica.
El asesor de relaciones internacionales de la Fundación Europea de Estudios Progresistas, Vassilis Ntousas, señala que el debate entre privacidad y libertad de expresión que supuso el affaire de las noticias falsas es emblemático de los retos de la sociedad actual, en la que todo el mundo posee un teléfono con acceso a internet y entrega sus datos a servicios digitales. Servicios que, paradójicamente, no gozan de una imagen de confianza.
“Las elecciones en Estados Unidos han sido un ejemplo de cómo la información en internet puede jugar un papel importantísimo. Incluso las democracias avanzadas sufren problemas como las noticias falsas”, disparó Ntousas en una conferencia en noviembre pasado.
Información hasta el Sol
Además de emblemático, es un debate necesario y urgente. La cantidad de información que almacenan los servidores de todo el mundo hoy está calculada en unos 9 zettabytes (un número que tiene 21 ceros), y esa cantidad se duplica cada dos años y medio. La estimación hecha por Martin Hilbert, especialista entrevistado en este Número Cero (en página 8), es que si todo eso estuviera impreso, podríamos hacer no una ni dos, sino nueve mil pilas de libros que llegarían cada una al Sol.
El Big Data es imprescindible para analizar todo eso que parece una incalculable e informe masa de datos, pero la “buena” o “mala” utilización de los algoritmos no está a cargo de máquinas sino de seres humanos: hoy, el poder no radica en poseer la información, sino en tener la capacidad de utilizarla.
“Por su seguridad, esta llamada podría estar siendo grabada”. La frase en forma de advertencia aparece cada vez que un usuario llama a un call center y solicita atención de un operador. La sabiduría popular lo atribuye a una estrategia de vigilancia sobre el empleado, cuyo trabajo es escrutado luego por un jefe de personal odioso.
Bueno, no es así. En parte porque no tendría tiempo para escuchar tantas llamadas.
“En Estados Unidos, en la mayoría de los casos es una batería de 10 mil algoritmos la que ‘escucha’ al cliente que habla y clasifica su personalidad de acuerdo con seis tipos (si lo motivan las emociones, las acciones, etcétera) casi en tiempo real. Luego, la próxima vez que ese cliente llame, ese análisis lo conectará en cuestión de segundos con alguien en el call center que tenga una personalidad similar”, asegura Martin Hilbert, doctor en Ciencias Sociales y PhD en Comunicación, profesor de la Universidad de California y asesor tecnológico de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
Hilbert, alemán de nacimiento pero radicado cerca de Silicon Valley, es un estudioso de la comunicación y el conocimiento humano desde un enfoque que conjuga perspectivas sociales, económicas, psicológicas y políticas. Además, está particularmente interesado en el estudio de la revolución generada por el Big Data. Revolución sin control –¿Puede que la lentitud de la actualización de las leyes frene en parte el desarrollo de los sistemas basados en Big Data?
–Al revés. Creo que, de hecho, esa ausencia de leyes e instituciones favorece que vaya demasiado rápido y se produzcan los abusos. Más que un freno, que nadie se preocupe de que toda esa información sea usada para bien es parte del peligro.
–En esta “revolución” originada por el Big Data, hay empresas que se benefician más de la información que brindamos. –Pero en la revolución industrial también era así, grandes empresas se aprovecharon inicialmente. Ahora también hay movimientos ahí que buscan democratizar la inteligencia artificial, como Open Artificial Intelligence (Open AI), fundado por Elon Musk (Tesla, PayPal, Space X). Ahí hace falta más liderazgo del Estado, que todo el mundo pueda aprovecharse de la inteligencia artificial a partir de los datos que el Estado ya tiene.
–Entonces, debería ser una cuestión de Estado cómo se maneja y qué se hace con la información que brinda el Big Data.
–El Estado podría aprovecharlo para desarrollar instituciones y regulaciones con mucho más conocimiento, puesto que maneja aproximadamente un tercio de los datos de los habitantes del país. Salud, educación, infraestructura, información militar, de mapas, etcétera. Si estamos en una época en que los datos son el nuevo petróleo, el motor de la economía, está claro que el Estado debería asegurarse de que ese tercio de los datos estén usados para dinamizar la economía, para revitalizar las democracias, para que las personas se involucren. Democracias –¿Qué tan beneficioso (o peligroso) es para las democracias actuales el hecho de que solamente algunos sectores accedan a la información proporcionada a partir de Big Data?
–Hay un peligro latente para la democracia. No me preocupa tanto si las empresas comerciales usan los datos para ofrecer mejores servicios, hacer marke
ting o vender más. Al fin y al cabo, muchas veces no tenemos tiempo de elegir entre una infinidad de productos y servicios, y si el comercio sabe de antemano qué me puede interesar, tal vez sea más sencillo. Incluso si el Estado usa esos datos para darnos servicios individualizados, si tienen declaraciones de impuestos prellenados, me parecería bien: es su prerrogativa cómo aplica la ley. El peligro, si eso se mezcla con la democracia representativa tal como la concebimos, es que esa democracia no encaja en un mundo en el que fluye la información como en este momento. –¿Cuál sería el peligro?
–Inicialmente, la democracia representativa busca resolver un problema de comunicación: no podíamos decir cada uno lo que piensa y esperar que nos escuchen, por eso tenemos representantes a quienes delegamos un mandato. Pero hoy nosotros “controlamos” a los representantes: si un diputado ofrece una charla, él o su equipo va testeando qué dicen los comentarios en Twitter y modifica su discurso de acuerdo con lo que cree que ese público quiere escuchar. Incluso veremos que intenta defenderse más tarde en Twitter. Finalmente, no es un mandato libre, no puede razonar en nuestro nombre. Por otro lado, los representantes pueden usar el Big Data para controlarnos e inducirnos. Este juego de control en ambas direcciones, para el que las herramientas del Big Data parecen ideales, está absolutamente contraindicado para las democracias representativas. Hay que repensar la democracia por completo, a la luz de los datos. –A la luz del Big Data.
–Cada dato, por definición, viene del pasado. Que esté registrado, que sea una huella, quiere decir que ya sucedió. Entonces, todo lo que podría hacerse con el Big Data es predecir con bastante exactitud qué puede pasar si nada cambia. Eso es central, puesto que no tenemos datos sobre el futuro, en realidad. La huella digital es importante para calibrar un modelo, pero no para cambiar el futuro. Para cambiar el futuro, al Big Data hace falta agregarle visión y teoría. Si nos quedamos con los datos y nada más, repetiremos el pasado.