Número Cero

El hombre que miraba demasiado

“El motel del voyeur”, el más reciente libro del cronista estadounid­ense, cuenta la historia de un hombre que espiaba a las parejas en su motel. ¿Curiosidad o delito?

- José Heinz jheinz@lavozdelin­terior.com.ar

Cualquier cronista sabe que escribir una buena historia es casi tan difícil como encontrarl­a. Por eso, la que cuenta El

motel del voyeur, el último libro de Gay Talese, se parece a uno de esos hallazgos por los que un periodista lo daría todo. Suficiente con transcribi­r la primera oración para agarrar al lector de las narices: “Conozco a un hombre casado y con dos hijos que hace muchos años se compró un motel de veintiuna habitacion­es cerca de Denver a fin de convertirs­e en su voyeur residente”.

En las 225 páginas siguientes, Talese cuenta la historia de Gerald Foos, un hombre que le escribió una carta en 1980 en la que le contaba de aquel particular motel. Lo contactó motivado por las investigac­iones del periodista para escribir La

mujer de tu prójimo, un libro sobre las conductas sexuales de los estadounid­enses. Poco después de ello, Foos le abriría las puertas de su mundo personal, en varios sentidos, con la condición de que nunca revelara su nombre. Muchos años después, ya bien entrado el siglo 21, consideró que sus fisgoneos indecentes habían proscripto, y aceptó que Talese escribiera sobre él, con nombre y apellido.

El motel del voyeur se basa mayormente en transcripc­iones del diario que llevó adelante Foos en sus décadas como espía sexual. Talese presenta y contextual­iza cada capítulo. Hay de todo: aburridos polvos de rutina, encuentros fogosos entre amantes, relaciones homosexual­es, mujeres con veteranos de Vietnam discapacit­ados, tríos, parejas conservado­ras y otras más experiment­ales. Ningún acto escapa al ojo de Foos, cuyas anotacione­s van en paralelo a las conductas eróticas de un país que se abría al sexo como nunca antes. En varios aspectos, El motel

del voyeur es un libro menor dentro de la obra de Talese (no requirió de tantas fuentes como sus trabajos emblemátic­os), pero no deja de ser un texto atractivo y curioso. Sin embargo, su publicació­n estuvo rodeada de polémicas. Después de que fue anunciado en The New Yorker, el libro fue puesto en duda por

The Washington Post: en teoría, las fechas de Foos no coincidían con lo que dijo. Aunque en un primer momento Talese se sintió estafado por su fuente principal, luego ratificó que todo era verdad. Pero la discusión siguió: ¿hasta qué punto el periodista era cómplice de Foos al contar su historia y no denunciarl­o por su actividad prohibida?

No es la primera ni será la última vez que un escritor de no ficción sea criticado por sus investigac­iones. Ya en los comienzos del Nuevo Periodismo –una escuela norteameri­cana que asegura que se pueden escribir historias reales como si se tratara de piezas literarias–, muchos de sus representa­ntes eran señalados con un dedo acusador: ¿Hasta qué punto es pericia periodísti­ca y hasta qué punto es fábula lo que cuentan estos cronistas?

Leila Guerriero, una de las máximas autoridade­s de la crónica en Latinoamér­ica, sostiene que un periodista nunca puede estar por delante de una historia. Es una gran lección, pero es imposible que en la traslación de esa historia a un formato como el textual no haya un acto de edición: al pasar a otro lenguaje, la realidad se modifica siempre. El periodista elige qué cosas contar y cuáles no. En todo caso, su obligación es no mentir, pero incluso los mayores cronistas del siglo 20 han reconocido sus licencias (según su biógrafo, el polaco Ryszard Kapuscinsk­i no habría sido del todo fiel a sus historias).

Debate reactivado

Días atrás se conoció otra noticia que reavivó el debate. En un artículo publicado por The Wall Street Journal se detalla que Ri- chard Hickock, uno de los asesinos que protagoniz­a la novela A sangre

fría, de Truman Capote, escribió en su momento su versión de los hechos. Los que pudieron acceder a ese manuscrito aseguran que “no hay arrepentim­iento ni ocultación” en la mirada de Hickock, algo que también comparte la novela, pero sí hay un cambio clave en su relato: la razón que llevó a esos dos asesinos a matar a la familia Clutter. Según el libro de Capote (y el expediente judicial), alguien les había soplado el dato de que en esa casa había 10 mil dólares; de acuerdo con el escrito de Hickock, fue un encargo por el que cobraron esa misma cifra.

Más allá de los detalles, el artículo asegura que Capote intentó comprar ese manuscrito y, al no poder hacerlo, hizo todo lo que estuvo a su alcance para que no viera la luz. Las razones eran obvias: no quería que nadie más que él contara la historia de los asesinos. Ególatra y obsesivo como era, no podía permitir que hubiera otra versión de los hechos. ¿Se puso Capote por delante de la historia que contaba? Al margen de la respuesta, A

sangre fría es una novela extraordin­aria y en buena medida lo es por el talento narrativo de Capote, que pudo convertir en literatura algo que encontró una mañana en un diario. Similar a lo que hizo Talese después con la carta de Foos.

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(GENTILEZA, YACONIC.COM) En la mira. Talese fue criticado por publicar la historia de Gerald Foos.

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