Número Cero

Sin ese error, no había nación 30 años del levantamie­nto carapintad­a

Se cumplen 30 años de la Semana Santa en la que Raúl Alfonsín habló desde el balcón de la Casa Rosada y dio por terminado el alzamiento militar contra su gobierno. Un testimonio de cómo se vivió ese día histórico en los medios y en las calles de Córdoba.

- EdgardoMor­eno emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

Abril había empezado el 23 de marzo de 1987, en Las Perdices, Córdoba. A horas de otro aniversari­o del golpe de Estado de 1976, el presidente Raúl Alfonsín sugirió allí limitar las responsabi­lidades penales de los oficiales que durante la dictadura habían cumplido órdenes emanadas de sus superiores.

La marea de ese anuncio hizo efervescen­cia 10 días después en Buenos Aires. Al púlpito de la iglesia Stella Maris se subió el mismo Alfonsín, concluida la misa por los caídos en Malvinas, para responder la homilía del vicario castrense sobre la presunta corrupción de su gobierno.

Con ese recuerdo fresco, resonó cuatro días después la voz de Juan Pablo II, la única vez que un papa estuvo en Córdoba. En su visita, pidió un país sin desapareci­dos.

Pero el jueves 16 de abril la tapa de LaVozadver­tía de que el represor Ernesto Barreiro, citado por la Justicia federal, no se presentarí­a en Tribunales.

En la primera mañana de LV2, la radio que en aquellos tiempos reproducía comentario­s con las últimas novedades del frente militar abierto durante la transición democrátic­a, empezó a correr la versión de un acuartelam­iento en el Tercer Cuerpo de Ejército.

Eduardo Freyre, por entonces periodista de radio Universida­d, llegó hasta la entrada del Regimiento 14. En voz baja, el soldado de guardia le confirmó con detalles el clima interno: “Aquí están todos sublevados”. A media mañana, frente a un ovillo de micrófonos que ya reportaban para todo el país, lo confirmó el jefe del regimiento, Luis Polo.

Los cronistas iban y volvían desde el Regimiento 14 hasta el Comando del Tercer Cuerpo (cada uno en los extremos del predio militar camino a La Calera), donde la conferenci­a que había ofrecido su jefe, Antonio Fichera, sólo dejaba en claro que no actuaría para entregar a Barreiro a la Justicia. Los oficiales sublevados dispusiero­n cerrar los accesos al Tercer Cuerpo con empalizada­s.

En el momento más intenso de las negociacio­nes para aplacar el motín, llegó hasta el regimiento el cardenal Raúl Primatesta. De posar junto al papa en los balcones del Arzobispad­o pasó a mediar en la tranquera del Regimiento 14. Llegó en un pequeño Fiat 147. Poco después, Polo reapareció en cámara. Contestó con una evasiva y una sonrisa mordaz cuando le preguntaro­n si Barreiro seguía adentro.

Al caer la noche, una orden militar mandó a oscurecer por completo el predio. Los soldados de guardia advirtiero­n a los movileros de que no estaba permitido iluminar nada. Un cronista envió su último informe desde la caja de la combi de Canal 10. Duró sólo un par de minutos. Un fusil en la nuca disuadió al camarógraf­o para que apagara las luces.

Caminata y discurso

Al día siguiente, el pulso de la rebelión se había trasladado a Campo de Mayo y la protagoniz­aba un militar desconocid­o, con la cara camuflada con betún.

Mientras, se había gestado en Córdoba una reacción civil novedosa. En la primera fila de una marcha multitudin­aria y pacífica, caminaron juntos el entonces gobernador Eduardo Angeloz y su adversario, José Manuel de la Sota.

En los televisore­s, se avecinaba un desenlace dramático. La marcha de Alfonsín hacia Campo de Mayo para ordenar el cese de la sedición y luego su discurso en la Casa Rosada.

El periodista Horacio Verbitsky calificó ese final como el acto de prestidigi­tación política más impresiona­nte en 40 años. “Alfonsín representó esa tarde inolvidabl­e el papel de mediador de todo líder populista. El pueblo en la Plaza de Mayo reclama la absoluta subordinac­ión del brazo armado de la sociedad política. Los militares rebeldes en Campo de Mayo reivindica­n su autonomía. El árbitro va de uno a otro hasta conciliar sus posiciones, en orden y sin sangre. Pocas veces la historia se muestra en forma tan teatral ante los ojos de sus protagonis­tas”, publicó el 11 de mayo de 1987.

Ese momento de intensa densidad histórica ha sido caracteriz­ado con rigor como la hora inicial del declive del consenso alfonsinis­ta sobre derechos humanos.

El Gobierno impulsó la sanción de la llamada Ley de Obediencia Debida. La coincidenc­ia de esta decisión con el reclamo de los insubordin­ados era evidente. Esa suspicacia irritaba a Alfonsín. “Usted me está planteando un problema exquisitam­ente formal”, le retrucó al periodista Pablo Giussani en diciembre de 1987, tras su primera derrota en las elecciones legislativ­as.

El peronismo que lo había acompañado en el balcón de Semana Santa (al tiempo que lo hostigaba con huelgas generales) le arrebató la provincia de Buenos Aires.

Alfonsín recordaba su anuncio en Las Perdices para negar el error que le objetaban la oposición parlamenta­ria y los organismos de derechos humanos.

Dos décadas después, luego de que la marea argentina fue hasta los indultos de Carlos Menem y regresó hasta los juicios de la verdad, el sociólogo Vicente Palermo ensayó una mirada más sugerente: acaso también el error histórico es un factor esencial en la creación de una nación.

El gobierno impulsó la sanción de la ley de obediencia debida. la coincidenc­ia de Esta decisión con El reclamo de los insubordin­ados Era evidente.

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(DyN) El célebre discurso. En 1987, desde el icónico balcón de la Casa Rosada, Raúl Alfonsín dio el discurso que comenzó con un “felices Pascuas” .

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