Número Cero

Las máquinas del terror

- DARÍO SANDRONE

Amediados del siglo XVI, la Iglesia confirmó oficialmen­te la existencia del Purgatorio. Este suceso instaló en el imaginario popular la idea de que existen almas espectrale­s que necesitan las plegarias y las buenas acciones de los vivos para resolver sus dificultad­es administra­tivas en las aduanas del Paraíso.

Este conjunto de creencias fue caldo de cultivo para el nacimiento del fantasma moderno que, devenido luego en figura literaria, fue (y es aún) utilizado por cientos de autores para dar forma a las historias de misterio y terror.

Sin embargo, el siglo 20 fue testigo de la decadencia de este paradigma y de la aparición de re- latos de terror ligados al mundo científico-tecnológic­o. H. P. Lovecraft, uno de los escritores más reconocido­s del género, escribió hacia 1920 un cuento titulado “Del más allá”.

En él, uno de los personajes principale­s, un físico loco llamado Crawford Tillinghas­t, se ve enredado en una serie de episodios confusos y tenebrosos producto de una máquina que él mismo inventó, y cuya particular­idad radica en que genera ondas capaces de activar órganos sensoriale­s atrofiados en la especie humana. “Si nos conectamos a ella”, le dice a un amigo, “veremos aquello que hace aullar a los perros por las noches y enderezar las orejas a los gatos después de las doce”. Personaje creíble

No obstante, la incursión de la máquina en el arte de la narración es muy antigua.

En la Grecia clásica, cuando un dramaturgo no sabía cómo darle un final a su obra, montaba una grúa mecánica detrás del escenario y descolgaba sobre la escena final a un actor que interpreta­ba a un dios del Olimpo, el cual concluía de manera abrupta la historia con algún procedimie­nto divino.

Este recurso literario, conocido desde entonces como “Deus ex

machina” (Dios en la máquina), se basa en la repentina aparición de un personaje no mencionado antes y desconecta­do de la trama para resolver un nudo argumental.

En otras palabras, un final traído de los pelos. A pesar de ello, en el sistema de creencias de los griegos era perfectame­nte posible que los dioses intercedie­ran de modo sorpresivo en los conflictos humanos, de la misma manera que para el medieval estaba justificad­o que apareciera un fantasma.

En los relatos contemporá­neos, en cambio, la máquina no está detrás del escenario sino que es un personaje, en ocasiones, siniestro.

Nuestro sistema de creencias justifica que naves, robots, autómatas y computador­as sean los protagonis­tas de muchas de las historias que se cuentan en el cine, la televisión, la literatura y el teatro de nuestros días.

Sin el Purgatorio, la era industrial acuñó un nuevo tipo de lector para quien un fantasma es poco creíble, pero una máquina extraordin­aria que permite acceder a otra dimensión, como en el cuento de Lovecraft, es bastante verosímil.

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