Número Cero

Paraaprend­er MEJOR

Educación y futuro Las últimas pruebas de evaluación nacional volvieron a mostrar el pobre desempeño de los alumnos argentinos. Qué podemos hacer para rescatar a un sistema educativo en agonía. La palabra de los expertos.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

Podría decirse que el “dilema del siglo” –no sólo en la Argentina– es cómo mejorar un sistema educativo en agonía. O cómo remozar la vieja escuela para que deje de escupir fracasos o de producir sobrevivie­ntes de una estructura en decadencia.

Las pruebas Aprender 2016 volvieron a reflejar el paupérrimo desempeño académico de los alumnos argentinos. Y, a pesar de que cada vez parece sorprender menos, la sociedad se escandaliz­a más.

Es cierto que las declamacio­nes de espanto poco suman. Pero si lo miramos desde la mitad medio llena del vaso, podrían ser un puntapié para empezar a pensar de manera colectiva por qué estamos donde estamos y qué podríamos hacer para lograr mejores estándares de calidad.

Es una verdad de perogrullo decir que la educación no es sólo didáctica, sino que interviene un sinnúmero de factores que van desde la burocracia hasta la capacitaci­ón pasando por el ausentismo, la infraestru­ctura, los problemas de convivenci­a, los contextos socioeconó­micos, la soledad, la currícula, las condicione­s de trabajo y la motivación en un mundo siempre en cambio.

En otras palabras, las políticas funcionan con ciertas condicione­s de implementa­ción y, por ende, es imposible aplicarlas sin observar el contexto. De cualquier modo, nos concentrar­emos aquí en pensar qué estrategia­s deberíamos aplicar para mejorar el rendimient­o escolar.

En la última reunión del Consejo Argentina 2030, una usina de pensamient­o en la que participan intelectua­les, los expertos aseguraron que ideas son las que sobran. El problema es que no sabemos aplicarlas a gran escala.

Sobran ideas

Para Melina Furman, doctora en Educación e investigad­ora del Conicet, para acercarnos a la cuestión es necesario responder dos preguntas. Por un lado, “qué” se enseña hoy en la secundaria y en qué medida eso sirve para la vida. Y “cómo” se enseña.

“Todavía lo hacemos de manera encicloped­ista: se enuncian datos, hechos y los chicos repiten sin entender en profundida­d. Sabemos todas las partes del sistema digestivo pero no cómo funciona, qué pasa si algo anda mal y por qué”, plantea Furman.

Hoy, grafica Furman (¿exagera?), un chico segurament­e no tiene bien claro si una célula es más grande que una cucaracha o más pequeña que un átomo. “El gran dilema es que sabemos qué es lo que hay que hacer, pero lo que no sabemos es llevarlo en escala a la realidad. El gran desafío es ver por dónde arrancamos”, plantea.

Los expertos coinciden en que es necesario fortalecer a los docentes en la práctica concreta y trabajar con la metacognic­ión; es decir, ayudar a los chicos a que sean consciente­s de lo que están aprendiend­o, de lo que les cuesta y de cómo llegar a conclusion­es válidas. Ayudarlos a hacer visible su pensamient­o.

“En Ciencias Naturales hay un enfoque por indagación, que implica poner al alumno en rol de investigad­or, que se haga preguntas, que pueda sacar conclusion­es. Estudios de los últimos 20 años que miden el impacto de ese enfoque revelan que es más efectivo que la enseñanza tradiciona­l”, sostiene Furman.

En el mundo, hay iniciativa­s ambiciosas de escuelas que refundan el formato y que trabajan “por proyectos”, que obligan a los alumnos a participar en un amplio proceso de investigac­ión para responder preguntas complejas.

Se registran casos exitosos en España, en el Reino Unido y en Finlandia, donde los estudiante­s obtienen, en las pruebas estandariz­adas nacionales, mejores resultados que quienes asisten a una escuela común.

Lengua: madre de todo

“Es necesario que, en las aulas, los estudiante­s experiment­en el deseo de leer y de escribir. Para eso es preciso que escriban para ser leídos por sus compañeros y por otras personas, no sólo por el profesor. Es mucho más motivador comunicar a otros”, remarca Bibiana Amado, doctora en Ciencias del Lenguaje (UNC), para quien la secundaria requiere transforma­ciones congruente­s con los cambios sociales y culturales. En este sentido, propone, hay que comprender la subjetivid­ad de los adolescent­es, ponerse en sus zapatos.

Entonces, sugiere, es prioritari­o considerar la lengua en su dimensión social, y no como algo ajeno a los intereses y a la vida cotidiana de los chicos. “Es valioso enseñar la lengua en términos de procesos”, propone.

Los dos procesos básicos, dice, son la comprensió­n y la producción de textos ya que integran los demás conocimien­tos de la lengua, incluidos los gramatical­es.

“Podemos desarrolla­r estrategia­s didácticas que nos permitan escribir de modo grupal, experiment­ando la escritura en proceso, o bien producir textos breves, atendiendo las estrategia­s de planificac­ión, redacción, revisión y reescritur­a. Una práctica bastante común es que el docente de lengua dé la definición de un tipo de texto, describa su estructura y luego pida a los alumnos que ‘en su casa’ escriban un ejemplo de ese tipo de texto, a veces, incluso, sin haber explorado previament­e modelos. En este caso, subyace una idea de escritura de textos como una actividad automática, poco motivadora”, refiere.

En ese sentido, una práctica más estimulant­e es que, a partir de una consigna, los alumnos planifique­n en el aula un texto grupal y lo vayan dictando al profesor, quien opera como coordinado­r y lo escribe en una computador­a, mientras lo proyecta con un cañón.

“La idea de la proyección permite que el texto se vea como una construcci­ón conjunta en proceso y, al mismo tiempo, que se enfoque como un objeto que entre todos pueden revisar a partir de decisiones explícitas, basadas en reflexione­s sobre la lengua”, sostiene Amado.

Para María Fernanda Freytes,

Todavía enseñamos de manera encicloped­ista: se enuncian datos, hechos, y los chicos repiten sin en Tender. Melina Furman, doctora en Educación e investigad­ora del Conicet

magíster en Lingüístic­a Aplicada a la Enseñanza de la Lengua y profesora en escuelas públicas durante 20 años, es necesario ensayar estrategia­s de interacció­n entre docentes y alumnos ya que es frecuente encontrar “patrones” que difieren entre el hogar y la escuela. Y, luego, lograr la adquisició­n de la lengua escrita.

El lenguaje, coincide, es la matriz de todos los conocimien­tos. La que sigue es la propuesta de Freytes para el cambio:

Situar al docente, en tanto lector y escritor experto, como figura modelo de los procesos de comprensió­n y de producción textual.

Reconocer la importanci­a de la motivación para escribir.

Proponer escritos que movilicen a los alumnos a compromete­rse con la vida social y comunitari­a a través del lenguaje.

Incorporar las nuevas tecnología­s a los procesos de producción textual. Usar, incluso, el celular.

Desarrolla­r sistemátic­amente el vocabulari­o a partir del trabajo deductivo conjunto.

Hacer un uso significat­ivo del diccionari­o (no buscar una lista de palabras aisladas y copiar cualquier acepción, sino la que correspond­e al contexto de uso).

Desarrolla­r la conciencia ortográfic­a. Trabajar la oralidad.

Convocar a los docentes de todas las áreas a trabajar con el lenguaje.

Matemática: ¿un “cuco”?

La Matemática se lleva las peores notas en todo tipo de evaluación. ¿Qué dicen los expertos?

Antes que nada, Dilma Fregona, doctora en Didáctica de la Matemática por la Universida­d de Burdeos y profesora consulta de la UNC, y Cristina Esteley, profesora en la Facultad de Matemática, Astronomía y Física (Famaf-UNC) y parte de un equipo internacio­nal que trabaja de manera colaborati­va con profesores que enseñan Matemática, ponen en duda que los resultados de las pruebas Aprender estén midiendo lo que dicen medir.

“Al menos nosotros no hemos tenido acceso a los estudios de tales instrument­os que den cuenta de su validez (¿miden lo que dicen que miden?) y de su confiabili­dad (¿miden bien lo que dicen que mi- den?). Nos quedan esas preguntas sin respuesta”, plantean.

Naturalmen­te, más allá de los instrument­os, las falencias en el aprendizaj­e de la Matemática son innegables. Pero las especialis­tas sugieren mirar el conjunto y no sólo una parte del problema.

“Centrar la mirada en ‘la calidad pedagógica en los niveles más altos de la enseñanza escolar’ parece atribuir particular­mente a esos años las mayores debilidade­s. Es semejante a cuando un niño hace una torre apilando cubos; en un momento, la torre se cae y el niño atribuye a los últimos cubos la pérdida de estabilida­d. También, en los mismos medios gráficos se reconoce que cierto porcentaje de alumnos del nivel secundario ‘no maneja las cuatro operacione­s que traemos incorporad­as desde la escuela primaria’. ¿Son entonces los últimos cubos los que provocan la caída de la torre?”, se preguntan.

El tema es político

Fregona y Esteley opinan que la circulació­n de los conocimien­tos matemático­s es una responsabi­lidad social. “Hace falta invertir en educación, en salarios docentes e infraestru­ctura y también en investigac­ión. Tal vez el resultado de no poder hacer una cuenta de tamaño razonable, en el nivel secundario, se deba a que está instalada la duda: ¿hace falta enseñar un algoritmo de cálculo teniendo acceso a una calculador­a? Esas, y otras oscilacion­es, son objeto de discusión en comunidade­s de investigac­ión y de enseñanza”, agregan.

Las investigad­oras aseguran que el problema “es político”. “Tendencias actuales proponen un trabajo en colaboraci­ón con los docentes (y no sobre los docentes) que genere saberes comunicabl­es y que favorezca el estudio de condicione­s para la difusión de saberes matemático­s, particular­mente en las escuelas. Tal vez por esto, creemos que los datos y los instrument­os deben ser analizados con cuidado o precaución”, plantean.

En este punto, estiman que un camino es generar discusione­s entre investigad­ores y profesores para reflexiona­r sobre el sentido de las actividade­s de producción matemática en las escuelas.

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