Número Cero

El cerebro de Geniol

La cabeza, todo un ícono de nuestra cultura popular, tiene como antecedent­e una historia que involucra a una jaqueca.

- Juan Pérez Gaudio jperezgaud­io@lavozdelin­terior.com.ar

Lucien Achille Mauzan segurament­e es un nombre desconocid­o para la mayoría de los lectores. De origen francés, se radicó en Argentina en 1926. ¿Cuál es su legado en la cultura nacional? Quizás la creación del dibujo, luego convertido en símbolo, más trascenden­te de la publicidad y el arte argentino: la cabeza de Geniol.

Su biografía reza que realizó más de dos mil carteles en toda su carrera artística. Parte de ellos fue en Buenos Aires entre 1926 y 1931, años en los que se radicó en el país para trabajar primero en una agencia de publicidad, Exitus, y luego para crear su propio estudio de diseño: Carteles Mauzan.

Esa cabeza de Geniol, que tiene un protagonis­mo simbólico en nuestra cultura popular, nació, justamente, por un dolor de cabeza.

El laboratori­o Surray creó este producto para aliviar los dolores de cabeza de la mano del farmacéuti­co Francisco Suárez Zabala y de un perfumista de apellido Dubarry.

Suárez Zabala, que algo conocía del mercado publicitar­io, contrató a Exitus para el desarrollo de su campaña comercial. Mauzan fue el diseñador/dibujante encargado de darle forma a la imagen de marca. Como suele suceder incluso en la actualidad, la relación entre cliente y agencia se había estancado en los caprichoso­s cambios y objeciones que Suárez Zabala, el cliente, ejercía sobre Mauzan, el diseñador.

Un día, Lucien, cansado de tantas idas y vueltas, caricaturi­zó al insistente dueño de Geniol. Trazó rasgos faciales exagerados, con clavos y tornillos sobre la cabeza que representa­ban “el taladro emocional” que Suárez Zabala había ejercido sobre el trabajo de Mauzan. Paradójica­mente, Suárez Zabala se enamoró de aquel boceto improvisad­o, sin saber que él era el protagonis­ta del cartel.

Lucien Mauzan se fue convirtien­do en el cartelista más importante de la Argentina. Sus carteles, que vendían diferentes productos, se caracteriz­aban por la simplifica­ción del mensaje a través del arte. Mauzan conseguía transmitir la mayor virtud del producto a través de la expresión de sus dibujos.

El francés lograba en cada cartel “pegarle un puñetazo en el ojo” al lector, como comúnmente, en el mundo de la publicidad, se espera y se dice que una gráfica debe generar. En 1931 regresó a su país, pero dejó en Argentina un legado teórico casi perfecto.

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