Calidoscopio histórico del movimiento cordobés
Mucho antes de la aparición del peronismo, ya había fuertes sindicatos en Córdoba, y su presencia se hizo más potente que nunca en los movimientos populares de las décadas de 1960 y 1970.
El primer sindicato cordobés fue el de los trabajadores panaderos, fundado en 1895 con el nombre de Sociedad Cosmopolita Unión de Obreros Panaderos de Córdoba. Su principal reivindicación era la prohibición del trabajo nocturno en las panaderías. Exigían que su trabajo fuese diurno.
Su ejemplo fue seguido por los carpinteros, muchos de los cuales trabajaban en la céntrica calle Rivadavia en establecimientos de hasta 80 personas.
Pronto, estos primeros ensayos de sindicalización se multiplicaron: fueron sumándose los trabajadores del calzado (en 1906, la fábrica Tettamanti llegó a tener 493 obreros, de los cuales 150 eran mujeres), sastres, ferroviarios, tranviarios, molineros, albañiles, pintores y conductores de carruajes, entre otros. Las principales reivindicaciones eran la jornada de ocho horas de trabajo, descanso dominical, baños y condiciones de salubridad adecuadas.
En 1917, el obrero tapicero Miguel Contreras junto con el tipógrafo Pablo López, el obrero del calzado Pedro Magallanes y los dirigentes ferroviarios socialistas fundaron la primera central obrera en la historia de Córdoba: la Federación Obrera Local, que en su manifiesto fundacional explicaba que las empresas “en su afán de lucro, so pretexto de la crisis que determina la zozobra y el derramamiento de sangre proletaria en la actual conflagración mundial, no trepidan en hacer la vida más amarga, más inhumana al pueblo trabajador, que es la palanca propulsora de la riqueza, el progreso y la civilización. Ellas no han tornado su mirada despótica hacia el hogar proletario, donde nuestros hijos y nuestras compañeras de infortunio se ven privados en un todo de los dones que la naturaleza nos ha brindado por igual”.
En el contexto de la Primera Guerra Mundial, los nacientes sindicatos cordobeses hacían un llamado a “la afirmación proletaria en esta secular contienda que libran los trabajadores por elevar sus condiciones morales y materiales de vida”.
Poco después, Miguel Contre- ras –como relata en sus memorias– fue cofundador del Partido Comunista en nuestra provincia.
En esta época, los sindicatos cordobeses carecían de reconocimiento legal: tanto el Estado como las patronales tendían a desconocer su existencia.
Estas circunstancias contribuyen a explicar la vitalidad del anarquismo que, si bien con menor fuerza que en Rosario, tuvo su expresión cordobesa en agrupaciones como La Antorcha, Sacco y Vanzetti, Bandera de Combate y Biblioteca Obrera Estímulo al Estudio, de acuerdo con los estudios de la historiadora del movimiento obrero cordobés, Ofelia Pianetto.
Tras el golpe militar de septiembre de 1930, los sindicatos fueron duramente reprimidos. En el patio del cuartel de Bomberos, se quemaron por vez primera (casi medio siglo antes que en la Córdoba del general Luciano Benjamín Menéndez) libros requisados en los allanamientos de casas de activistas sindicales y políticos. A muchos detenidos se les rapaba la cabeza y eran enviados a Ushuaia.
Tiempos de Sabattini
La situación cambió sustancialmente a partir de 1936, con la asunción del gobernador radical Amadeo Sabattini. Desde su mirada, el Estado debía ser no sólo un guardián de leyes sino también un creador de derechos. Su gobierno reconoció a todas las organizaciones obreras y ese mismo año se fundó en Córdoba ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), integrada por obreros y empleados de Obras Sanitarias, la Fábrica Militar de Aviones, YPF y el Observatorio Meteorológico.
A través del Departamento Provincial del Trabajo se pusieron en práctica medidas de conciliación y arbitraje que permitieron encauzar pacíficamente la solución de todos los conflictos laborales. No hubo presos gremiales ni sindicatos intervenidos.
La indignación de las elites tradicionales llegó a su clímax con el proyecto de ley enviado por Sabattini a la Legislatura en el que reglamentaba el trabajo en casas de familia: las “sirvientas” pasarían a ser reconocidas como trabajadoras con legítimos derechos.
El senador nacional por la provincia de Buenos Aires Matías Sánchez Sorondo expresaba, indignado, en una sesión del Congreso Nacional: “El gobernador Sabattini, con la ley que protege al servicio doméstico, ha legalizado el sindicato de sirvientes, creando un verdadero sóviet del servicio doméstico”.
Peronismo y desafíos
En las décadas de 1940 y de 1950, el peronismo implicó una relación de continuidad con el sabattinismo en dos aspectos: el reconocimiento de derechos sociales y la intervención estatal en favor de las demandas de los sindicatos.
Más aún, los trabajadores pasaron a ocupar un lugar central en el universo simbólico de la Argentina peronista. Empero, a diferencia del período sabattinista, se intentó liquidar la independencia política y organizativa de la clase obrera. Tras el golpe de 1943, el Ministerio de Gobierno promovía un estatuto sindical cuyo artículo 3° indicaba: “El sindicato excluye todo postulado o ideología contrarios a los fundamentos de la nacionalidad argentina”.
En consecuencia, con esta premisa fueron disueltos numerosos sindicatos. Por ejemplo: frente al izquierdista Sindicato de la Construcción se creó un gremio paralelo, el Nuevo Sindicato de la Construcción, y se le dio la facultad de negociar convenios laborales; el Centro de Empleados de Comercio, orientado por los socialistas, fue clausurado, y se creó la oficialista Asociación Gre- mial de Empleados de Comercio. Comenzaba una nueva era: la de la tutela estatal sobre los sindicatos. La represión política estuvo a la orden del día: entre junio y agosto de 1950, cerca de 400 militantes políticos y gremiales pasaron por la Cárcel de Encausados.
El resultado del derrocamiento de Perón en 1955 fue paradójico: pese al carácter represivo de las nuevas dictaduras o el sesgo antiperonista de los gobiernos civiles, el sindicalismo se convirtió en un factor de poder insoslayable de la política argentina.
Como actor político, contribuyó en más de una ocasión a decidir la suerte de gobiernos civiles o militares. El modelo gremial –una sola central obrera y sindicatos por rama de industria– robusteció su poder de negociación, pero su rechazo a la representación de las minorías en la dirección de los sindicatos (la lista ganadora en cada gremio asume la totalidad de los cargos directivos) y el control discrecional de los fondos de las obras sociales dio lugar a numerosas protestas.
En relación con el deseo de acallar las voces disidentes, la llamada “burocracia sindical” fue corresponsable de la oleada de violencia que atravesó el país en los años 1970: en 1973, el primer atentado de la Triple A fue dirigido contra un senador nacional que al tratarse la Ley de Asociaciones Profesionales había brillado en una oratoria que la cuestionaba. Una bomba en su automóvil dejó en silla de ruedas por largo tiempo a Hipólito Solari Yrigoyen.
En tiempos de democracia la violencia quedó atrás; es, a lo sumo, la caricatura de lo que fue. Empero, continúa pendiente el principal desafío: conciliar un sindicalismo con fuerte capacidad de negociación y movilización con una dirigencia honesta que adhiera al pluralismo democrático.
No en vano la honestidad también formó parte esencial del capital simbólico de lo más respetado de la dirigencia sindical en la historia de Córdoba, desde los fundadores de la primera central obrera en 1917 hasta las figuras emblemáticas de Agustín Tosco y Atilio López.
LOS TRABAJADORES PASARON A OCUPAR UN LUGAR CENTRAL EN EL UNIVERSO SIMBÓLICO DEL PERONISMO.