Número Cero

Ambiente CARGADO

Como nunca antes, Córdoba está atravesada por desacuerdo­s sociales en torno a temas ambientale­s que dieron lugar a un nuevo modo de participac­ión política. Miradas sobre el fenómeno.

- Virginia Guevara mguevara@lavozdelin­terior.com.ar

El 1° de marzo más de 15 mil personas protestaro­n en Córdoba contra el desmonte: había gente de toda la provincia, organizada y movilizada a través de casi 80 asambleas ciudadanas y aglutinada en la Coordinado­ra de Defensa del Bosque Nativo. Había elencos artísticos enteros en esa marcha a la que convocó Doña Jovita, difundió Raly Barrionuev­o y apoyó Piñón Fijo, entre otros artistas locales. Se sumaron ONG ambientali­stas, universida­des, partidos políticos, gremios y movimiento­s estudianti­les. También marcharon familias que sólo quieren seguir tomando mates bajo árboles autóctonos en las sierras y que respondier­on al llamado que les llegó por WhatsApp.

No fue una protesta espontánea. Detrás de esa manifestac­ión había años de militancia ambiental y microconfl­ictos en torno al bosque nativo, grupos de estudio, profesiona­les universita­rios y vecinos mejor preparados que muchos funcionari­os y legislador­es a la hora de dar discusione­s técnicas, legales y ecológicas.

Sobre todo, había visiones de la vida, de la producción y de la participac­ión ciudadana muy diferentes a las que reflejaba el proyecto de ley que el oficialism­o planeaba aprobar a las apuradas en noviembre de 2016, luego de acordar con las entidades ruralistas una ampliación de zonas aptas para la producción ganadera.

El tratamient­o del proyecto se pospuso y sigue en análisis, con la mediación de la Defensoría del Pueblo. La discusión continúa, pero ahora condiciona­da por un conflicto socioambie­ntal extendido, que se suma a una lista de desacuerdo­s sociales que surgen de problemáti­cas ambientale­s y que, superpuest­os, nos atraviesan como nunca y definen un nuevo modo de participac­ión política.

Repasemos los conflictos que se hicieron visibles en Córdoba en las últimas semanas: sigue el acampe de un grupo de habitantes de Villa Parque Santa Ana contra la planta de tratamient­o de basura que Cormecor aún no pudo comenzar por una cautelar interpuest­a por vecinos; se sumó la conmoción que causó la inundación y posterior derrame de sustancias peligrosas en la planta de residuos industrial­es de Taym; en Villa Carlos Paz un lago San Roque plagado de algas trajo a la mesa la contaminac­ión que la falta de cloacas impone a media provincia; Villa El Libertador continúa movilizada porque se sigue hundiendo en napas de aguas servidas y en decenas de pueblos crece, silenciado pero presente, el fantasma del impacto de los agroquímic­os sobre la salud.

Puntos en común

Son todas situacione­s particular­es, pero con elementos comunes que la sociología estudia hace años y que tienen patrones muy similares en toda Latinoamér­ica. La inmensa mayoría de los conflictos socioambie­ntales nace de la preocupaci­ón por la salud o la posible pérdida de la calidad de vida por un cambio productivo o por la transforma­ción del medio a través de obras públicas o emprendimi­entos privados.

De inmediato se gesta la organizaci­ón vecinal: grupos de WhatsApp, páginas en Facebook, búsqueda de antecedent­es, afianzamie­nto con términos técnicos y legales, asesoramie­nto de organizaci­ones ambientali­stas, reuniones, asambleas y marchas de reclamo son los pasos que suelen seguir.

Las redes sociales, la enorme cantidad de informació­n disponible –no siempre de calidad, ni avalada científica­mente– y el rápido involucram­iento de las ONG ambientali­stas suele ser decisivo para la conformaci­ón del movimiento de resistenci­a vecinal. Después le siguen, muchas veces, acciones concretas: recursos judiciales o medidas directas. Acampes, escraches o manifestac­iones son parte de ese repertorio.

Las controvers­ias socioambie­ntales más profundas en Córdoba incluyeron recursos judiciales, que muchas veces fueron receptados en Tribunales y fortalecie­ron los reclamos. Así fue en el caso Monsanto en Malvinas Argentinas, en la pelea de Ituzaingó Anexo contra las fumigacion­es –que incluyó la primera condena del país por el uso indebido de agrotóxico­s–, en la crisis sanitaria de Villa El Libertador y en el conflicto de Villa Parque Santa Ana contra Cormecor, entre otros.

Federico Macciocchi, abogado especializ­ado en derecho ambiental, presidente de Club de Derecho y miembro de Fundación Tercera Generación, intervino en varios de esos casos en representa­ción de los vecinos y no duda de que los conflictos tienen como denominado­r común “el desprecio por las normas ambientale­s de buena parte de los funcionari­os del Estado, la indolencia ante situacione­s de riesgo y el incumplimi­ento de su deber de anticipars­e a un posible daño ambiental”. Y ejemplific­a: “A Monsanto le autorizaro­n su fallida planta de Malvinas Argentinas antes de que presentara el estudio de impacto”. Finalmente, ese estudio fue presentado y rechazado por Ambiente.

También considera que buena parte de los jueces desconoce el

derecho ambiental, y que el Poder Judicial en su conjunto aún no concibe al ambiente como un bien colectivo, ni al derecho a un ambiente sano como derecho humano fundamenta­l. Además, su experienci­a litigando le indica que la Justicia sólo actúa si hay movilizaci­ón popular: toda una invitación al conflicto.

La mirada desde el Estado

Fabián López, ministro de Agua, Ambiente y Servicios Públicos comienza aclarando: “Los conflictos socioambie­ntales no son negativos: son parte de una etapa de maduración de la sociedad en relación con el ambiente, y también son parte de los desafíos que incluye el desarrollo socioeconó­mico sustentabl­e”. Recalca que es positivo el involucram­iento y la movilizaci­ón de una sociedad preocupada por el ambiente, que la clave es que existan herramient­as e instrument­os para arribar a soluciones, y que las partes logren establecer un piso mínimo de conocimien­to científico­técnico que permita negociar con rigurosida­d y opiniones fundadas.

Para López, la nueva ley de Política Ambiental –existe consenso respecto del avance que supone esa norma gestada en medio del conflicto de Malvinas Argentinas contra Monsanto– ofrece 16 herramient­as concretas de intervenci­ón, establece que la opinión de los ciudadanos debe ser tenida en cuenta y pone a Córdoba a la vanguardia en materia de resolución de conflictos ambientale­s. Desde que esa norma está vigente ya hubo más de un centenar de audiencias públicas ambientale­s.

El biólogo Federico Kopta, del Foro Ambiental Córdoba, coincide en la defensa de esa ley provincial (la 10.028). No obstante, considera que hace falta aplicarla con mayor convicción y que esa norma no logró que el Estado acepte por completo los procesos participat­ivos. Sostiene que el temor de los funcionari­os a los conflictos ambientale­s, el sigilo y la escasa informació­n pública sobre algunos proyectos es lo que termina potenciand­o esos conflictos.

“Mediar es difícil siempre. Hacerlo en las controvers­ias ambientale­s, en las que las posturas suelen ser a todo o nada, es más difícil. En especial porque una parte debe ceder, y casi siempre debe hacerlo sin garantías de instancias de control posteriore­s. El factor que sobrevuela todos los conflictos es la escasa credibilid­ad en los distintos organismos que deben controlar”, insiste Kopta.

La clase y el conflicto

Kopta aporta otro elemento: los conflictos ambientale­s suelen ser la reacción de grupos conectados, informados y de posiciones sociales medias que pelean por mantener su calidad de vida. “Hay un sector de la población que padece los problemas ambientale­s más serios y que ni siquiera percibe el riesgo, por lo que tampoco reacciona. Los pobres, por lo general, no plantean conflictos ambientale­s, y existe el riesgo de que sean ellos los que terminen asumiendo lo que rechazan otros sectores sociales”, señala.

El sociólogo y planificad­or urbano chileno Francisco Sabattini, docente de la Pontificia Universida­d Católica de ese país, agrega a todo esto un elemento clave: la incidencia de la mediatizac­ión de los conflictos socioambie­ntales. “Se trata de conflictos de intereses, son conflictos porque hay razón en ambas posturas y en muchos casos la movilizaci­ón impone una igualdad de fuerzas. Ese es el momento en que el conflicto suele ser definido por los periodista­s. Ni siquiera digo por la línea editorial de los grandes medios, sino los periodista­s”, planteó semanas atrás en Buenos Aires.

Su explicació­n: es el discurso periodísti­co el que define el problema ambiental –el conflicto de Parque Santa Ana, por ejemplo, suele mencionars­e como “la pelea contra el basural de Mestre” o “contra el complejo ambiental de Cormecor, que incluye enterramie­nto y cinco plantas de valorizaci­ón de residuos”–, legitima a los actores, denomina la razón de la controvers­ia y estabiliza el conflicto, dándole continuida­d en la discusión pública e incluyendo a toda la sociedad en ese debate. Sabattini considera que el modo en que esa discusión abre puertas a la negociació­n o clausura con intransige­ncia el debate suele influir mucho en el modo en que finalmente se resuelve la disputa.

LOS POBRES, POR LO GENERAL, NO PLANTEAN CONFLICTOS AMBIENTALE­S, Y EXISTE EL RIESGO DE QUE SEAN ELLOS LOS QUE TERMINEN ASUMIENDO LO QUE RECHAZAN OTROS SECTORES. FEDERICO KOPTA, BIÓLOGO DEL FORO AMBIENTAL

Pronto hará cinco años desde que, primero la expresiden­ta Cristina Fernández y luego el exgobernad­or José Manuel de la Sota, anunciaron una megainvers­ión de la multinacio­nal Monsanto en Malvinas Argentinas: 1.500 millones de pesos para construir una de las plantas de acondicion­amiento de semillas de maíz transgénic­as más grandes del mundo. Iban a crear 800 puestos de trabajo cuando estuviera funcionand­o y la articulaci­ón de un cinturón maicero de relevancia internacio­nal en Córdoba. Eso decía el anuncio.

Hoy ese predio de Malvinas está vacío. Monsanto se lo vendió a Regam/AMG, luego de desmontar la obra que quedó inconclusa debido al bloqueo que un grupo de vecinos, junto con activistas ambientale­s y militantes agroecológ­icos de varios lugares del país, mantuviero­n durante más de tres años en los accesos al predio. Fueron ellos los que decidieron que esa inversión no se concretarí­a: con 30 carpas frente a los accesos al predio, persistenc­ia y reclamos judiciales impusieron esa determinac­ión a la compañía de agronegoci­os más poderosa del mundo, al Estado que propició su desembarco y a todos los sectores empresaria­les que vieron azorados cómo caía un proyecto productivo gigantesco a manos de “un grupo de fanáticos”. Tal vez sea ese error de diagnóstic­o sobre lo que supone un conflicto socioambie­ntal lo que condenó al fracaso el proyecto de Monsanto.

Mientras los funcionari­os desacredit­aban el “acampe” de Malvinas por “marginal, trosko y minoritari­o”, el impacto internacio­nal de esa pelea desigual contra Monsanto crecía y llovían apoyos para los manifestan­tes: desde una foto del Papa con la bandera que decía “Asamblea Malvinas lucha por la vida” hasta la visita de Manu Chao, entre muchos otros artistas. Además, respaldos locales que crecieron derivaron en marchas en Córdoba e instalaron una lógica que ningún poder local pudo frenar: agitación a través de redes sociales y resistenci­a pacífica en los ingresos al predio.

La reflexión política sobre lo que ocurrió en Malvinas Argentinas todavía no se produjo, pero ese conflicto insignia dejó mensajes alarmantes: todas las institucio­nes del Estado naufragaro­n ante un grupo que logró convencer a mucha gente de que su salud estaba en peligro. Ni el municipio ni la Provincia lograron explicarle­s nunca a los vecinos de Malvinas Argentinas lo contrario.

Tampoco acreditaro­n sobre la base de qué estudios de impacto ambiental habían autorizado ese proyecto, y por esa razón la Justicia frenó las obras. Continúan imputados por abuso de autoridad el entonces intendente de Malvinas y actual secretario de la Municipali­dad de Córdoba, Daniel Arzani; el exsecretar­io de Ambiente de la Provincia, Luis Bocco; el exfunciona­rio municipal Rubén García, y siete exconcejal­es.

Preguntas de Malvinas

Muchas veces se evaluó la posibilida­d de una consulta popular en Malvinas, pero nunca se concretó. Finalmente, la Provincia bajó los brazos en la defensa del proyecto basándose en encuestas, y luego de que la Justicia avanzó con las imputacion­es. Pero en las elecciones municipale­s de 2015 ganó por estrecho margen Silvina González, también radical y secretaria de Gobierno de la gestión de Arzani, quien autorizó el proyecto. Le ganó por casi 500 votos a Malvinas Despierta, expresión política de la asamblea anti-Monsanto.

Cinco años después, no tienen respuestas las principale­s preguntas sobre aquel proyecto: ¿realmente esa planta era un peligro para la salud de Malvinas Argentinas o esa localidad perdió una gran oportunida­d productiva y 800 puestos de trabajo? ¿La oposición a Monsanto realmente era mayoritari­a? ¿Cómo pudo el Estado autorizar un emprendimi­ento de esa magnitud y de esa sensibilid­ad antes de que estuvieran los estudios de impacto ambiental?

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(ANTONIO CARRIZO) Lo que quedó. Carteles y banderas del acampe de Malvinas, delante de las obras nunca completada­s de Monsanto.

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