Una comunidad imaginaria
Hay algunos poetas que buscan la verdad y hay otros que no esconden su impostura. Gabby De Cicco se inscribe melancólicamente en esta segunda categoría. Sin embargo, la melancolía aquí no es un sinónimo de resignación sino un desafío. Una lucha íntima contra el tiempo y sus manifestaciones. Una forma mediante la cual la impostura se vuelve postura.
Lo que hace De Cicco, en términos afectivos, estéticos y políticos, es darse a sí misma una familia, una estirpe (una comunidad imaginaria si se quiere) integrada por personas y vivas y fantasmas de la contracultura (Desde Rimbaud a Aldo Oliva, pasando por los beatniks). Esa familia es también un territorio, la tierra de los mil caballos, animales que en este caso pertenecen menos a la fauna que a las canciones de Patti Smith. Y para que las cosas queden claras, De Cicco lo expone en el primer poema: “Los caballos se trizan como espejos/ en la pampa/ pero no suenan como horses”.
Tanto los recuerdos de canciones y de poemas en inglés, en francés o español como los riff de guitarras componen una materia sonora de fondo que les da a los poemas una densidad diferente, una carga de experiencias ajenas asimiladas, mediante la cual se impone un lirismo de la otredad (en el sentido del “yo es otro” de Rimbaud, evocado en el verso: “Yo soy nadie y aún así seré tu Rimbaud”), un otro que se hace íntimo: “Soy en mí lo que soy en vos/ que sos eso que no podés ni siquiera nombrar”.
El libro incluye una serie de fotos tomadas por la autora en un viaje a Nueva York, una “Cartografía de escritura”, donde despliega el mapa de citas y alusiones de los poemas, y un más que sensible e inteligente epílogo de Andi Nachon, quien traza la deriva espiritual y poética de La tierra de los mil caballos.