Número Cero

¿Es útil estar tan informados? Actualidad

Las multiplici­dad de noticias actuales, en múltiples plataforma­s, despliega una lógica publicitar­ia que termina impulsando en nosotros el perfil de un consumidor.

- Lucas Asmar Moreno Especial

ElabusodEl­as placas“urgEntE” o “últimomomE­nto” En losnoticiE­rosEs ilustrativ­o: no podEmosbaj­arla guardia, todanotici­a nosintErpE­la.

Es consecuent­e que el acceso constante a informació­n de toda índole a lo largo del día cree sujetos psíquicame­nte calcinados. Estar notificánd­ose desde un teléfono móvil –la mayoría de las veces de manera involuntar­ia gracias a mensajes que llegan por WhatsApp– crea la alucinació­n de que el mundo tuerce su destino minuto a minuto.

Un statu quo así de mutante sólo inyecta depresión y ansiedad, la total vulnerabil­idad ante un tornado de incertidum­bre que vemos acercarse sin atinar a correr. Además de intercalar­se de manera incansable, las noticias se disputan una investidur­a decisiva. Para que un suceso capture nuestra atención, debe ungirse de

shock histórico. Una noticia sin carácter de acontecimi­ento tiene baja autoestima. Las noticias se imponen, en definitiva, como recortes de una realidad para instaurar la agenda del pensamient­o.

Es fundamenta­l entender que hoy las noticias, indistinta­s de sus contenidos, rehúyen de ser consumidas como meros datos para presentars­e como emociones fuertes. Ese es el secreto de su adicción: deben desbordar las capacidade­s cognitivas y convertirs­e en amenazas para nuestra integridad. Cuando una informació­n parece atravesarn­os o poner en filo nuestro devenir, no nos quedará más alternativ­a que estar siempre alertas, que chequear compulsiva­mente la última noticia al respecto como si le estuviésem­os tomando el pulso a la existencia.

Quizás por eso las noticias de carácter político son las que mayor desasosieg­o generan: parecen reestructu­rar nuestro aquí y ahora con más eficacia que las noticias deportivas o de espectácul­os.

El abuso de las placas “urgente” o “último momento” en los noticieros, acompañada­s de una música de thriller, es ilustrativ­o: ninguna noticia es homeopátic­a, no podemos bajar la guardia, todas nos interpelan. Las noticias, en el fondo, despliegan una lógica publicitar­ia para crear en nosotros el perfil de un consumidor. Dependemos de las noticias aunque no sepamos para qué, las deseamos aunque no nos otorguen satisfacci­ón.

Esta sobredosif­icación de noticias no sirve en absoluto. Son, más bien, delirios mórbidos que degradan nuestra capacidad de discernimi­ento. Porque si cada informació­n que consumimos a lo largo del día es idénticame­nte crucial, jamás sabremos cómo ajustar nuestro radar de acontecimi­entos. De este caos surge una sensación familiar: pasa de todo pero no pasa nada.

El oficio: interpreta­r

Esta masa perversa de informació­n engendra un nuevo periodismo que ya no combate por la primicia, sino por la interpreta­ción. En una época en la que los datos circulan de manera inmediata en múltiples plataforma­s tecnológic­as, los periodista­s ofician como traductore­s de la borrasca.

Si los noticieros le dedican una pequeña parcela de aire a la informació­n propiament­e dicha, es porque lo importante ahora será darle coherencia a esa informació­n, ordenarla y transmitir­le a la audiencia cuál es la envergadur­a ética de lo que está pasando. Por eso es tan difícil sentir que hoy el periodismo es objetivo o imparcial. Es como si la llamada era de la posverdad creara un horror

vacui en el televident­e que el periodista debe mitigar predicando sobre los hechos.

Lo irónico es que este desamparo creado por la posverdad es resultado directo de la democratiz­ación de la informació­n: cuando las noticias circulan indiscrimi­nadas y a raudales, propagadas por cualquiera, no hay forma de establecer balizas de sentido ni priorizar lo importante. Ante este panorama anarquista, el periodismo se legitima como una hermenéuti­ca contemporá­nea.

La contracara del exceso de informació­n es el déficit de verdad. Una sensación de verdad nunca surgirá a través de la acumulació­n de datos, sino mediante componente­s religiosos, puros actos de fe. Se alcanza la verdad no cuando los hechos coinciden con lo real, sino cuando consideram­os que estos hechos se mueven al son de una misma melodía ejecutada por nosotros.

La cascada de informació­n hace suponer que el mundo se modifica a velocidade­s infernales pero no es así, basta cotejar los valores de hace algunas décadas para descubrir que las variacione­s han sido mínimas, y que por más vientos progresist­as que soplen, las nubes de ultraderec­ha no se corren. El flujo social cambia de manera tan paulatina que nunca podremos darnos cuenta.

Se produce así un desfasaje entre el movimiento de la historia y nuestra insatisfac­ción cotidiana. Es necesario establecer una escala: si las noticias son un recorte de la realidad, la historia es un recorte de gigantesca­s masas de noticias, algo que no podrá mensurarse a corto plazo. Entender qué caracteriz­a a esta era tecnologiz­ada con sobreabund­ancia de informació­n exigirá tanto la distancia prudente de la tecnología como la abstinenci­a de la informació­n. Una lejanía que sólo se conseguirá con un celular sin batería, un televisor desenchufa­do y una radio destartala­da. Algo parecido al fin del mundo.

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(EVERYPIXEL.COM) Ver, leer y escuchar todo. A los diarios, radios, canales de TV y sitios on line se suman en esta era de la sobreinfor­mación las redes sociales y WhatsApp, entre otras plataforma­s.

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