¿Es útil estar tan informados? Actualidad
Las multiplicidad de noticias actuales, en múltiples plataformas, despliega una lógica publicitaria que termina impulsando en nosotros el perfil de un consumidor.
ElabusodElas placas“urgEntE” o “últimomomEnto” En losnoticiErosEs ilustrativo: no podEmosbajarla guardia, todanoticia nosintErpEla.
Es consecuente que el acceso constante a información de toda índole a lo largo del día cree sujetos psíquicamente calcinados. Estar notificándose desde un teléfono móvil –la mayoría de las veces de manera involuntaria gracias a mensajes que llegan por WhatsApp– crea la alucinación de que el mundo tuerce su destino minuto a minuto.
Un statu quo así de mutante sólo inyecta depresión y ansiedad, la total vulnerabilidad ante un tornado de incertidumbre que vemos acercarse sin atinar a correr. Además de intercalarse de manera incansable, las noticias se disputan una investidura decisiva. Para que un suceso capture nuestra atención, debe ungirse de
shock histórico. Una noticia sin carácter de acontecimiento tiene baja autoestima. Las noticias se imponen, en definitiva, como recortes de una realidad para instaurar la agenda del pensamiento.
Es fundamental entender que hoy las noticias, indistintas de sus contenidos, rehúyen de ser consumidas como meros datos para presentarse como emociones fuertes. Ese es el secreto de su adicción: deben desbordar las capacidades cognitivas y convertirse en amenazas para nuestra integridad. Cuando una información parece atravesarnos o poner en filo nuestro devenir, no nos quedará más alternativa que estar siempre alertas, que chequear compulsivamente la última noticia al respecto como si le estuviésemos tomando el pulso a la existencia.
Quizás por eso las noticias de carácter político son las que mayor desasosiego generan: parecen reestructurar nuestro aquí y ahora con más eficacia que las noticias deportivas o de espectáculos.
El abuso de las placas “urgente” o “último momento” en los noticieros, acompañadas de una música de thriller, es ilustrativo: ninguna noticia es homeopática, no podemos bajar la guardia, todas nos interpelan. Las noticias, en el fondo, despliegan una lógica publicitaria para crear en nosotros el perfil de un consumidor. Dependemos de las noticias aunque no sepamos para qué, las deseamos aunque no nos otorguen satisfacción.
Esta sobredosificación de noticias no sirve en absoluto. Son, más bien, delirios mórbidos que degradan nuestra capacidad de discernimiento. Porque si cada información que consumimos a lo largo del día es idénticamente crucial, jamás sabremos cómo ajustar nuestro radar de acontecimientos. De este caos surge una sensación familiar: pasa de todo pero no pasa nada.
El oficio: interpretar
Esta masa perversa de información engendra un nuevo periodismo que ya no combate por la primicia, sino por la interpretación. En una época en la que los datos circulan de manera inmediata en múltiples plataformas tecnológicas, los periodistas ofician como traductores de la borrasca.
Si los noticieros le dedican una pequeña parcela de aire a la información propiamente dicha, es porque lo importante ahora será darle coherencia a esa información, ordenarla y transmitirle a la audiencia cuál es la envergadura ética de lo que está pasando. Por eso es tan difícil sentir que hoy el periodismo es objetivo o imparcial. Es como si la llamada era de la posverdad creara un horror
vacui en el televidente que el periodista debe mitigar predicando sobre los hechos.
Lo irónico es que este desamparo creado por la posverdad es resultado directo de la democratización de la información: cuando las noticias circulan indiscriminadas y a raudales, propagadas por cualquiera, no hay forma de establecer balizas de sentido ni priorizar lo importante. Ante este panorama anarquista, el periodismo se legitima como una hermenéutica contemporánea.
La contracara del exceso de información es el déficit de verdad. Una sensación de verdad nunca surgirá a través de la acumulación de datos, sino mediante componentes religiosos, puros actos de fe. Se alcanza la verdad no cuando los hechos coinciden con lo real, sino cuando consideramos que estos hechos se mueven al son de una misma melodía ejecutada por nosotros.
La cascada de información hace suponer que el mundo se modifica a velocidades infernales pero no es así, basta cotejar los valores de hace algunas décadas para descubrir que las variaciones han sido mínimas, y que por más vientos progresistas que soplen, las nubes de ultraderecha no se corren. El flujo social cambia de manera tan paulatina que nunca podremos darnos cuenta.
Se produce así un desfasaje entre el movimiento de la historia y nuestra insatisfacción cotidiana. Es necesario establecer una escala: si las noticias son un recorte de la realidad, la historia es un recorte de gigantescas masas de noticias, algo que no podrá mensurarse a corto plazo. Entender qué caracteriza a esta era tecnologizada con sobreabundancia de información exigirá tanto la distancia prudente de la tecnología como la abstinencia de la información. Una lejanía que sólo se conseguirá con un celular sin batería, un televisor desenchufado y una radio destartalada. Algo parecido al fin del mundo.