Mutaciones de la vanguardia
El Proyecto Venus se constituyó como una comunidad experimental guiada por tecnologías de la amistad. Permitía intercambiar alimentos, acompañamiento antidepresivo para enfrentar las turbulencias de los domingos a la tardecita, servicios de reparación o transporte, bienes afectivos como un abrazo o piezas de arte. A cambio, se podía recibir venus, la moneda que circulaba en esta microsociedad creativa que buscaba convertir la intemperie en oportunidad y lanzar el deseo y el cultivo de la alegría como boomerangs. Como cosas que van y vienen. Tenía una pata en la cultura de intercambio digital y otra bien real asentada en procedimientos para provocar la reunión: bienales, festivales de música, video, teatro, toma artística de sitios.
Laboratorio de sentimientos
Este “laboratorio de sentimientos”, que llegó a agrupar a cerca de 500 miembros, entre ellos muchos artistas e intelectuales (pero no exclusivamente, ya que había electricistas, taxistas, amas de casa, contadores, abogados), fue concebido a fines de 2001 por el sociólogo y artista argentino Roberto Jacoby.
El proyecto comenzó a funcionar en 2002, asumiendo herramientas como el trueque, que marcó ese momento de las economías domésticas sometidas a la crisis. Pero su ambición de funcionar como un artefacto ético y un dinamizador entre el arte y la comunidad hunde sus raíces en la década de 1960, con un antecedente primordial como Tucumán Arde y la previa agitación del medio promovida por la vanguardia rabiosa del Instituto Di Tella, donde Jacoby arrancó sus experimentaciones con lo social y el proceso que pocos años más tarde recibiría el nombre de “desmaterialización” del arte. O sea: intervenciones de carácter estético que abandonaban la generación de imágenes y objetos (nada que pudiera venderse) y ambicionaban generar situaciones con impacto en la sociedad.
Venus es una de las tantas estaciones visitadas en Extravíos de vanguardia, flamante libro de conversaciones entre Jacoby y el filósofo José Fernández Vega. El volumen es el resultado de seis encuentros que recorren la historia vital, la concepción y el desarrollo de las obras del artista. Un abanico que abarca “el happening que nunca sucedió” (también conocido como Participación total o Happening para un jabalí difunto, que dio origen al “arte de los medios masivos de comunicación”), el fructífero encuentro con Oscar Masotta, la etapa como letrista de Virus, el sitio Bola de Nieve, la Fundación Start y la revista ramona, su primera versión de la performance Darkroom y primera muestra individual (¡en el año 2000!) en la galería Belleza y Felicidad. Y un largo etcétera en el que no pueden faltar su desembarco con escándalo en la Bienal de San Pablo de 2010 y la llegada en 2011 al museo Reina Sofía de Madrid con una retrospectiva.
Artista en mutación
El libro es también una historia dialogada y todavía en disputa acerca de momentos clave del arte argentino, con discusiones que a veces se elevan al rango del debate sociológico o filosófico o se alivianan con cortes humorísticos. La producción de obras y el mercado; el domesticado, en muchos casos tibio y en ocasiones reprimido (en materia hedonista) arte político; la incidencia de los curadores, y la utilización de la tecnología son parte de las conversaciones.
Jacoby es un artista en mutación perpetua, un creador en fuga y en estado de compromiso, siempre en movimiento y a punto de dejar de ser lo que era para ser otra cosa. Parece atado al arte a condición de que se ajuste a esta definición: “El arte es justamente el único espacio legítimo donde no te dicen lo que tenés que hacer”.