Entre registro y conjuro
Las contorsiones son movimientos y poses complicados del cuerpo que, aplicadas a la poesía, como figura o como metáfora, suelen servir para referirse a la sintaxis retorcida de un poema o un texto en general. Alberto Girri hacía contorsiones en sus poemas, por ejemplo.
Pero no es el caso de la poesía de Flor López. No hay nada retorcido en su sintaxis. Sus largos versos se ordenan en las formas más convencionales del español actual: sujeto, verbo, predicado, más los circunstanciales de tiempo, lugar y modo, necesarios para volver visibles las situaciones que describe: “En el patio interno de mi departamento hay un hombre que es feliz”.
Esa claridad, que es una estética, está al servicio de un modo muy particular de percibir el mundo cotidiano y sus comedias y tragedias habituales. El paisaje puede ser la vida sexual de un vecino motoquero, las conversaciones de unos pibes en el hall de un edificio o momentos fugaces con personas nombradas a través de su apodos, sus nombres propios o un simple apócope, como “Pa”, en una carta al padre donde se combinan en un tono justo la melancolía, el resentimiento y el amor-odio.
Si hay un tema recurrente en Contorsión es el paso del tiempo y sus consecuencias. En relación con ese concepto de la fugacidad, los poemas a veces son un simple registro y otras veces un conjuro. En estos casos, la voz de Flor López logra una intensidad casi vibratoria, perceptible en “Y si no quiero”, en“Hay modo de permanecer una vez extintas las operaciones” o en “Tenemos una forma encantada de resolver nuestras cosas”.