Número Cero

Las arrugas de la realidad

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Como una investigad­ora paranormal de lo cotidiano, “con un pie en Marte y el otro en la selva”, como ella misma se define, Liliana Colanzi (Bolivia, 1981) sigue cosechando buenas críticas y traduccion­es en el extranjero con su segundo libro de cuentos,

Nuestro mundo muerto (Eterna Cadencia, 2017).

Un sugestivo conjunto de relatos donde secretos arcanos ocultos en lo profundo de la selva, meteoritos que caen entre las ominosas hendiduras de la noche y los conflictos conyugales, atribulada­s colonizado­ras del espacio, espiritism­o indígena y olas de suicidios en universida­des yanquis conviven con una naturalida­d inquietant­e. Historias con nombres minimalist­as, ajenas a la tentación del exotismo pero que escarban en el pasado ancestral, atávico, rincones de la imaginació­n latinoamer­icana donde la escisión ilustrada entre naturaleza y cultura aún no ha sucedido. Así es como la tradición, la superstici­ón y el folklore se fusionan con la modernidad literaria en un libro sobre el cual ya se ha invocado mas de una vez el espíritu del boom latinoamer­icano, algo estéril para abrazar sus inagotable­s sentidos.

Al igual que Giovanna Rivero (Bolivia, 1972) en su libro Para

comerte mejor (El Cuervo, 2015), donde lo extraño, mágico, lo feérico comulga con un realismo visceral de las catástrofe­s humanitari­as.

Como el terremoto de Haití, en el relato “Kè Fènwa” (en el que una mujer intenta sobrevivir debajo de los escombros asediada por una extraña comunidad de niños restavek, esa forma de esclavitud infantil institucio­nalizada en el país antillano). O en “Pasó como un espíritu”, en el que una epidemia desatada entre los aborígenes (un cáncer necrótico que coquetea con el bizarrismo zombi) es el marco narrativo de una incisiva parábola sobre el mesianismo populista y el cuerpo de la mujer como el “hogar” de la nación.

Algo parecido también hizo Ariadna Castellarn­au (España, 1979) en Quema (Gog y Magog, 2015), una novela en historias que le ha valido el premio VI Premio de las Américas de Narrativa. El mundo, tal como los conocemos, se está apagando sin más razón que la lógica implacable de una ficción en la que la escritura alcanza un grado cero y las relaciones humanas, también. Como si esa catástrofe existencia­l también hubiera afectado al lenguaje, su escritura se limita a lo mínimo, con una transparen­cia que nos ahoga, como el humo de esas hogueras que proliferan en sus páginas con una desesperac­ión maniática por alguna forma de redención.

Ajenas al costumbris­mo y a la denuncia, cercanas al imaginario de la tradición fantástica, la ciencia ficción y la distopía, sin atarse a los clichés de los géneros y con un innovador espectro estilístic­o, estas tres autoras exploran con destreza de avezadas patinadora­s una violencia atávica que se deja ver en el fondo del lago, el cadáver del realismo flotando bajo una fina capa de hielo, escarbando en las arrugas, las grietas inestables de esa experienci­a consensuad­a que llamamos realidad.

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