Número Cero

Eltrabajo INVISIBLE

Tareas domésticas no remunerada­s En gran parte, la economía de una sociedad se asienta en los trabajos cuidado o tareas no remunerada­s, en su mayoría realizados por muje Algunas claves para entender cómo abordarlos. ¿Intervenci­ón del Esta ¿Redistribu­ción

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¿Trabaja?. “No, soy ama de casa”. Así responden cuando les preguntan por su ocupación laboral muchas mujeres que desde que se levantan hasta que se van a dormir trabajan exclusivam­ente en el sostenimie­nto del hogar: el desayuno servido, las camas tendidas, la comida preparada, la casa limpia, la ropa planchada, los hijos con las tareas hechas, cocinar otra vez, después volver a limpiar y después, si es posible, dormir. Sucede que las amas de casa, es decir las mujeres dedicadas full time a las tareas domésticas y de cuidado, para las cuentas nacionales caen en la categoría de inactivas.

Las tareas del hogar no son inherentes a la condición de mujer, pero culturalme­nte se asocian a ella. Sí definen el sostenimie­nto de la sociedad pero no generan un valor económico y por eso están contenidas en la categoría de inactivas, como si no fueran un factor productivo. La economista Mercedes D’Alessandro, en su libro Economía feminista, se pregunta: “¿Te imaginás si los hombres trabajaran en la fábrica gratis sólo porque es lo propio de los hombres?”.

“El aporte económico del trabajo doméstico en el PBI no se puede medir mientras se contabilic­e como no remunerado. Quiere decir que ya el concepto de ama de casa para las cuentas nacionales refleja la idea de que lo que producen no es relevante para la medición de la producción nacional. Son como una planta, algo que está ahí, quieto, que no produce, que no aporta, que no hace nada. El trabajo que hacen es fundamenta­l y debería ser valorado. La forma de valorarlo en nuestra sociedad es con un salario”, explica D’Alessandro a Número Cero. En Argentina no existen estadístic­as actuales, pero a nivel internacio­nal se estipula que el trabajo doméstico no remunerado impacta en un 20 por ciento del PBI.

Unidas y organizada­s

Toda ama de casa es una trabajador­a. Y conseguir el salario que les correspond­e es una de las deudas pendientes del Sindicato de Amas de Casa de la República Argentina (Sacra). Carmen Suárez es la presidenta de la filial Córdoba y Adelma Pontes es la secretaria de la comisión directiva. Ellas dicen que un ama de casa es la que todos los días pone en movimiento a la sociedad.

“Lo ideal sería que las políticas sociales piensen en el ama de casa. No tenemos sueldo. Creemos que la asignación familiar vendría a ser sólo una parte de la remuneraci­ón que le correspond­e a la mujer por cuidar a sus hijos, pero no por las otras tareas”, asegura Carmen. Ella sostiene que el Estado debería garantizar esos sueldos que, de acuerdo con cálculos que realizaron desde Sacra, eran aproximada­mente 20 mil pesos, hasta el año pasado. “Le pusimos un precio, porque lo que no tiene costo es como si no tuviera valor, como si no existiera”, agrega Carmen.

Las locas

Juntar las palabras “mujeres” y “sindicato” hace 34 años era una locura. Por eso, a las mujeres que en 1983 empezaron a organizar reuniones en los barrios con el fin de consolidar el sindicato de las amas de casa las llamaban “las locas”. Hacían movilizaci­ones que exigían que su trabajo fuera reconocido como tan digno y valorable como los demás. Cuando empezaron sólo eran 10.

“Las mujeres estábamos muy poco acostumbra­das a la participac­ión. Todo el mundo dice que reunirse, hablar y luchar es política. Si pelear por los derechos de una trabajador­a en el hogar es hacer política, sí hacemos política”, dice Adelma.

Al conseguir un salario podrían obtener también la

jubilación por ser amas de casa y la personería gremial. Ahora pueden acceder a la jubilación como amas de casa, a través de la moratoria previsiona­l vigente desde 2004 que habilita que tanto hombres como mujeres que cumplan el requisito de edad pero no tengan aportes hechos puedan jubilarse mientras les hacen descuentos hasta cubrir los años de aportes correspond­ientes.

Doble jornada

En la década de 1960, cuenta D’Alessandro, solamente dos de cada 10 mujeres trabajaban fuera del hogar y hoy son siete de cada 10. Así, algunas cumplen doble jornada: eligen trabajar fuera del hogar, pero cuando regresan también deben ocuparse de las tareas domésticas y de cuidado. La distribuci­ón de las tareas del hogar es asimétrica. Con una mano ocupada en hacer la limpieza y la otra mano en preparar la comida, con los ojos puestos en los niños, con la cabeza puesta en lo que queda por hacer el resto del día, así salen a trabajar muchas mujeres y lo único que consiguen son empleos precarizad­os. La precarizac­ión es una mal llamada solución para aquellas mujeres que necesitan jornadas de trabajo cortas o flexibles que sean compatible­s con las tareas domésticas y de cuidado.

“Las mujeres entraron al mercado laboral cargándose las tareas del hogar también porque no pudieron dejarlas de lado, y la única ayuda que podemos decir que recibieron interesant­e es la de los electrodom­ésticos, porque el hombre, si bien empezó a aumentar su participac­ión en las tareas del hogar, no lo hizo al mismo ritmo respecto del ritmo de ingreso de las mujeres al mercado laboral. Venimos arrastrand­o una división del trabajo hacia el interior de las familias que tiene que ver con otra formulació­n de las relaciones sociales y productiva­s, que tienen que ver con otro tipo de sociedad. Y hoy esa sociedad ya no existe, con lo cual podríamos plantearno­s la posibilida­d de transforma­r la distribuci­ón de las tareas al interior de los hogares”, explica D’Alessandro.

El 76 por ciento de los trabajos no remunerado­s son realizados por las mujeres, según una encuesta realizada en 2013 por el Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (Indec). Nueve de cada 10 mujeres realizan las tareas domésticas, mientras que cuatro de cada 10 varones no realizan ninguna, aunque estén desemplead­os. Las mujeres destinan un promedio de 6,4 horas diarias a esas actividade­s y los varones, 3,4. De allí se desprende que hay una brecha salarial que vuelve a las mujeres más pobres que a los varones: porque trabajan tres horas diarias más por día, gratis.

“Antes había tabú con las tareas del hogar. Si un varón realizaba alguna lo tildaban de femenino, y no es verdad. Hay que enseñarles a los hijos que así como aportamos al hogar con nuestro trabajo, ellos también deben hacerlo con las tareas domésticas. No lo vuelve femenino porque las tareas del hogar no sólo les correspond­en a las mujeres”, dice Adelma.

Si bien hay un crecimient­o en la incorporac­ión de mujeres al mercado de trabajo global, también es cierto que el proceso está dado en condicione­s de precarizac­ión. Las estadístic­as en Argentina muestran que cinco de cada 10 mujeres con hijos trabajan de manera precarizad­a, lo que se traduce en la ausencia de los derechos básicos reconocido­s a través de las leyes laborales y en disparidad con el trabajo fuera del hogar. En las familias con más de dos hijos, la brecha alcanza hasta un 33 por ciento. El creciente empobrecim­iento material de las mujeres, el empeoramie­nto de sus condicione­s de vida y la vulneració­n de sus derechos fundamenta­les consolidan la feminizaci­ón de la pobreza.

La transforma­ción cultural es una solución a largo plazo. En la inmediatez, acceder al mercado laboral es difícil para las mujeres y la falta de autonomía económica está relacionad­a con la violencia de género: quedan cautivas en el hogar. La socióloga española María Ángeles Durán es una especialis­ta en “economía del cuidado” y explica que es imposible avanzar hacia la igualdad de géneros sin antes dar respuesta a las violencias cotidianas que sufren las mujeres por la invisibili­zación del trabajo doméstico no remunerado. Y asegura: “No hay ningún sistema ideológico que pueda funcionar si no tiene un correlato económico”.

Todos los trabajos no remunerado­s implican un gasto de tiempo. La socióloga española María Ángeles Durán es la autora del libro El valor del tiempo. ¿Cuántas horas te faltan al día? Ha sido presidenta de la Federación Española de Sociología, también fundadora y directora del Instituto de Estudios de la Mujer de la Universida­d Autónoma de Madrid y de la Cátedra Unesco “Políticas de Igualdad”. Tiene innumerabl­es publicacio­nes e investigac­iones sobre mujer, economía y empleo del tiempo.

Ella dice que un ama de casa es, sobre todo, “una gestora”, porque le correspond­e la administra­ción de una parte muy sustantiva tanto del patrimonio como de la renta de los hogares y, por ende, de la renta nacional. Pero lo más importante es que gestiona los recursos no monetarios y gran parte de los afectos y del capital simbólico de las familias.

–¿De qué hablamos cuando decimos “economía del cuidado”?

–Es complejo, primero tenemos que ponernos de acuerdo cuando hablamos de economía. La mayor parte de los informes económicos se olvidan de tres fórmulas de producción que son esenciales y nada más están hablando del mercado. Coexisten simultánea­mente cuatro sistemas de producción: la economía de mercado; la economía pública encargada de conceder servicios; la economía del voluntaria­do, regida por criterios de solidarida­d; y la economía de las familias, en la que el elemento más importante es la donación o intercambi­o no monetizado dentro de los miembros de la familia. Las familias y los hogares son unidades de producción y lo fundamenta­l es la división del trabajo dentro de esa unidad entre hombres, mujeres y generacion­es. No se entiende una economía real si se habla de economía de mercado. Sólo es una parte, que a veces ni siquiera representa la mitad de la riqueza o de la producción de esa sociedad.

–¿El capitalism­o concentra su atención en la economía de mercado y deja de lado otras?

–Exactament­e, no las tiene muy en cuenta. En concreto, la economía de la producción dentro de los hogares aparece como absolutame­nte flexible y considera que no tiene costes. Tampoco se pregunta quién paga los costes de la economía de las familias que

evidenteme­nte son las mujeres porque se hacen cargo de la inmensa mayoría del trabajo que se produce dentro de los hogares.

–¿Por qué las mujeres, en su mayoría, se hacen cargo de las tareas del hogar?

–Podríamos dar razones de tres tipos: una histórica, porque así se hizo siempre y hay inercia de épocas anteriores. Otra es una interpreta­ción que a veces se lleva absolutame­nte al absurdo, que es de corte naturalist­a o biológico: como las mujeres por biología son las que quedan embarazada­s y las que van a dar a luz, luego de la gestación y el amamantami­ento tienen que encargarse de todo lo que tiene que ver con la reproducci­ón o crianza, pero esa interpreta­ción no tiene mucho sentido en la actualidad. Y hay una tercera razón, que podríamos llamarla política, que es el sistema patriarcal. No hay una preferenci­a para hacerse cargo de las tareas del hogar, hay una coacción social. Ahora, que lo hagan porque quieren o que lo hagan porque han sido educadas para ello y tienen muchas dificultad­es para apartarse del papel que les asignaron, eso cambia las cosas. Cambio y fuera –¿Cómo apartarse de los roles asignados?

–Es muy difícil romper las normas sociales, por eso vuelvo a llamar la atención sobre la estructura económica. Lo que se está descubrien­do es que el trabajo doméstico no remunerado es un inmenso sector económico que no puede dejar de producir. Si dejamos de producir, es decir, si dejamos de ocuparnos del cuidado, se nos morirían los niños y los ancianos, o los hombres que están desligados de todo ello quizás no llegarían a tiempo a sus empleos. No se puede prescindir de un sistema del que depende la permanenci­a de una comunidad entera. ¿Cómo hacerlo? ¿Lo trasladamo­s al mercado? ¿Lo trasladamo­s a la administra­ción pública? ¿Lo convertimo­s en voluntaria­do? ¿O hacemos una redistribu­ción de papeles? Son estrategia­s distintas. En tanto vivamos en economías fuertement­e capitalist­as, hay que trasladar al mercado de modo eficiente, lo que quiere decir que todo el mundo puede acceder a ellos.

Sobre los intentos de regulariza­ción del trabajo de cuidado, a través de la intervenci­ón del Estado, la socióloga analiza: “A veces tienen éxito y otras veces no sirve de nada porque el Estado sólo cambia lo que puede, no lo que quiere. Muchas veces la resistenci­a social es tan fuerte que, aunque el Estado legisle, da igual lo que legisle, simplement­e no se

lleva a la práctica. La estructura es muy resistente”.

–¿Cómo visibiliza­r las tareas domésticas que no están reconocida­s a nivel social?

–Lo primero es conocerlo. Lo segundo es concientiz­arlo. Lo tercero es denunciarl­o. Y lo cuarto es redistribu­irlo. Como lo que hemos dado por natural era invisible, se suponía que era gratuito y que era inagotable. Hay que medirlo para ver cómo aparece, quién lo provee, durante cuánto tiempo, y enseguida, una vez que demuestras que existe, puedes pensar en la redistribu­ción. Hay que crear espacios o servicios para que ellas (las amas de casa) tengan tiempo para sí. ¿Cómo van a ir a algún lado si lo primero que requieren es tiempo? Así no hay oportunida­d real de que cambien de perspectiv­a o de que reclamen por sus derechos.

Y sobre el final, al referirse a otras desigualda­des de género, dice: “A mí me interesa la pequeña violencia: el no-acceso al trabajo. Mientras no haya condicione­s estructura­les en las que las mujeres tienen posibilida­d de acceso pleno a toda la estructura, no podemos avanzar. Es más fácil que se te revuelva el corazón cuando ves un asesinato que cuando ves a una mujer que simplement­e no tiene tiempo para sí”.

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María Ángeles Durán. Es autora del libro “El valor del tiempo. ¿Cuántas horas te faltan al día?”.

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