Número Cero

El escritor de oído musical Daniel Moyano

Se cumplen 25 años de la muerte del narrador, olvidado por el canon y recuperado por la escena literaria de los últimos años. También fue músico y periodista. Se editaron sus cuentos completos.

- Augusto Porporato aporporato@lavozdelin­terior.com.ar

Los números redondos de aniversari­os son irresistib­les porque sirven como disparador­es de revisiones que, por lo general, proponen tres cosas: recordar con fervor, descubrir o revisitar un legado y, en lo posible y como consecuenc­ia, reparar una injusticia. En el caso de los artistas, la ocasión parece apropiada para poner la lupa en la obra, no sólo en sus influencia­s, sino también en la legitimida­d de las ponderacio­nes pasadas y presentes, con el ánimo de buscar una explicació­n que justifique tanto la permanenci­a del entusiasmo como el asombro ante la indiferenc­ia histórica. Justamente, el 1° de julio de este año se cumple un cuarto de siglo de la muerte de Daniel Moyano (1930-1992), creador de una obra cuya valoración viene creciendo al ritmo de reedicione­s.

Como Antonio Di Benedetto, Andrés Rivera y tantos otros, la circulació­n de sus libros sufrió una interrupci­ón brusca a partir de 1976, con la llegada al poder de la dictadura militar, que sumió a ciertos escritores en un silencio editorial no siempre indemnizad­o con justicia tras el regreso de la democracia en 1983. Para ese entonces, Moyano llevaba ya siete años de un exilio español del cual nunca regresaría.

En su caso, el derrotero de reedicione­s (y ediciones) de los últimos años fue prolífico. Se completa en este 2017 de aniversari­o redondo con Mi música es

para esta gente, compilació­n de sus cuentos completos reunidos por la editorial Caballo Negro. “Ricardo (Moyano, hijo de Daniel) es quien interviene directamen­te dando su parecer y precisa orientació­n –dice Marcelo Casarin, prologuist­a del libro, sobre el trabajo de edición–. Estuvimos en sintonía para facilitarl­e las cosas al editor, consideran­do la dimensión del libro, la cantidad de cuentos que incluye y la dificultad para conseguir algunas ediciones agotadas”.

La compilació­n abarca un trabajo de casi 30 años, desde

Artistas de variedades, de 1960,

hasta El trino del diablo y otras modulacion­es (1988) y Papeles sueltos, cuentos escritos en el exilio, algunos de ellos inéditos, otros aparecidos en revistas y diarios, que significar­on la culminació­n de una época en que Moyano pudo dedicarse por completo a escribir tras un duro período de privacione­s económicas. La circulació­n y el canon

Ricardo recuerda a su padre en aquellos años de estrechece­s “en los que trabajaba todo el día lijando plásticos en una multinacio­nal por un sueldo de hambre”. A esa altura, desde que llegó a Madrid hasta su muerte, durante más de 10 años, tuvo como representa­nte literario a la agencia de la mítica Carmen Balcells, experienci­a sin embargo nada fructífera para la difusión de su obra. “Ella vendía literatura light, nada que ver con lo que publicaba mi padre –evoca Ricardo–. Por eso creo que jamás hizo nada por la circulació­n de su obra, más bien todo lo contrario”.

La circulació­n, que no debería tener influencia en una hipotética ponderació­n canónica, ha sido sin embargo uno de los limitantes en la apreciació­n académica del escritor. “El canon es una de las manifestac­iones de eso que llamamos mercado, que siempre le fue renuente a Moyano”, explica Casarin. “Funciona con reglas extraliter­arias complejas en las que inciden los medios, las editoriale­s y, también, las mismas institucio­nes académicas”.

Sin embargo, el tema de la repercusió­n de sus obras nunca pareció importarle demasiado a Moyano. “Ni siquiera tenía mucha preocupaci­ón en que se editaran”, cuenta Ricardo. Fue quizás esa propia construcci­ón de escritor secreto la que lo acompañó toda la vida, a pesar de la admiración que despertó en colegas como Gabriel García Márquez y Augusto Roa Bastos (quien le prologó sus cuentos de La lombriz). Ese espíritu de ocultamien­to, de embozarse en un segundo plano, supo trasladarl­o a sus primeros personajes, casi siempre marginales o perdedores, por lo general hundidos en la pobreza y en la indiferenc­ia social, a los que sin

embargo les concedía una promesa de paraíso.

Como la puerta dorada de la casa de la vecina de un adolescent­e avergonzad­o de su pobreza y que piensa que cruzándola encontrará la felicidad (del cuento “La puerta”); o la estatua de un jinete, en “La espera”, que el huérfano ve de lejos siempre en partes y sueña con verla entera cuando el padre regrese para llevárselo a la ciudad; o el baúl del abuelo, en el conmovedor “Los mil días”, “esa cosa mágica de donde salía todo el poder y toda la dicha del mundo”.

Los objetos –una puerta, un baúl, una estatua– son importante­s en Moyano no sólo por su valor discursivo, sino también porque alrededor de ellos estallan las tramas, volviendo una y otra vez a nichos semánticos de alto valor emotivo a veces resumidos en una frase o en una palabra. Palabras clave que se repiten como una conmemorac­ión en todo el texto, igual que esos acordes musicales que se agigantan, se estrechan y se modifican en variacione­s temáticas y modales. Entre las cuerdas

Moyano fue también violinista, experienci­a que volcó no sólo en algunos títulos (“María Violín”, “Un silencio de corchea”, “El oboe que se escondió”), sino que el mandato musical de tema y variacione­s contaminó la concepción, la simetría y la estructura de su narrativa.

Nació en Buenos Aires, pasó la infancia y primera juventud en Córdoba, y en 1959 se estableció con su mujer en La Rioja, el lugar donde fue feliz, según dijo alguna vez. Ahí trabajó de violista en un cuarteto de cuerdas y cofundó el diario El Independie­nte. Fue en ese marco donde se forjó su voz literaria. En esa época escribió siete libros de cuentos, cuya matriz reflejaba ya las influencia­s que lo entusiasma­ron siempre, como Franz Kafka, Juan Rulfo, Cesare Pavese, Horacio Quiroga y Felisberto Hernández.

De entonces es “Cantata para los hijos de Gracimiano” –Ricardo dice que su padre lo considerab­a el mejor de sus cuentos–, quizá la creación emblemátic­a del universo moyaniano por su carácter fundaciona­l. Aparecido en 1974, el cuento resultará el laboratori­o de unas técnicas narrativas que eclipsarán la sencillez de sus primeros relatos en beneficio de estructura­s que, más tarde, se derramarán en la creación de Tres golpes de timbal y de Libro de navíos y borrascas, novelas en las que, consecuent­emente, la música y su lenguaje tendrán un protagonis­mo central. Moyano decía que Tres golpes de timbal era hijo de las Variacione­s Goldberg, de Bach, y que fue una de sus variacione­s la que intentó “traducir” a la escritura de su obra capital. Universo musical

El exilio fue para Moyano una tierra donde las diferencia­s del lenguaje lo obligaron a poner mayor atención en la morfología de la palabra, en su sonido y sus variacione­s, y tal vez esa práctica fue la que lo transformó de un “realista profundo” (según Roa Bastos) a creador de atmósferas y de estados mentales más que de la realidad externa. “No me considero un escritor realista; no describo las cosas tal como suceden –dijo Moyano en 1989–. No me gusta fotocopiar la realidad”.

Aunque autor de una obra prolífica, muchos de sus escritos se encuentran inéditos. “Mi padre comentaba conmigo todo lo que escribía”, recuerda Ricardo. “Cuando murió, había montañas de textos inconcluso­s, pero no dejó indicacion­es de publicarlo­s, por eso he puesto algunos de ellos en dos biblioteca­s digitales”.

“Se ha producido una revaloriza­ción importante de Moyano en lo que va de este siglo”, completa Casarin. “Hay un trabajo modesto pero persistent­e al que hemos contribuid­o en algo nosotros desde las universida­des y los medios. Desde mi punto de vista, es uno de los grandes narradores de la segunda parte del siglo 20”. Mi música es para esta gente reúne 30 años de su narrativa corta. Una oportunida­d para admirar una poética construida en el desarraigo, en la orfandad, y en la creación de un universo ejecutado mediante las leyes de la música.

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1. Madrid, principios de 1990, con un violín que creó con una lata de aceite. (GENTILEZA ARCHIVO FOTOGRAFÍA­S D. MOYANO) En imágenes 2. La Rioja, principios de 1960. (CRLA-ARCHIVOS, UNIVERSITÉ DE POITIERS, FRANCIA; UNIVERSIDA­D NACIONAL DE CÓRDOBA,...
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Mi música es para esta gente. Cuentos completos. Daniel Moyano Caballo Negro 638 páginas Los relatos escritos por el escritor durante 30 años, con algunos inéditos. Prólogo de Marcelo Casarin.

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