Número Cero

Un legado inesperado

UN TESORO DE FOTOS Y DISQUETES

- Por Diego Vigna*

Hace ocho años que trabajo con lo que dejó Moyano en este mundo y todavía me trastoca el repertorio de huellas que imprimió en la memoria de sus cercanos, y en la persistenc­ia de los objetos. Un verdadero catálogo de anécdotas y relatos orales en la mente de sus interlocut­ores, y un compendio de libros, cuadernos, cartas, apuntes, negativos, cintas y aparatos. Palabras y cosas que pude conocer gracias al desafío de alimentar y mantener su archivo de obra. Después de haber comenzado por los libros, y de haber trabajado en la edición crítica de Tres golpes de timbal con mis colegas cordobeses, forcé por mi cuenta dos acercamien­tos a las huellas moyanianas que en principio poco dicen de lo literario: por un lado, el encuentro con sus negativos; por otro, el descubrimi­ento de unos disquetes olvidados en su biblioteca. Podría decirse que esos restos hablan de lo anacrónico, pero en su caso más bien materializ­an parte de sus preguntas por la relación entre la lengua, la mirada y la memoria. Moyano era escritor y encima sabía usar las manos, como bien bromea Marcelo Casarin. Muchos perfiles y entrevista­s han destacado sus talentos como músico, periodista y albañil, pero casi nadie mencionó su labor como fotógrafo, ni tampoco su atracción por los avances tecnológic­os. En 2012 pasé una tarde en Madrid revolviend­o con Irma, su mujer, una enorme caja de fotos que habían sido copiadas por Daniel en su laboratori­o transatlán­tico (logró viajar de La Rioja a Madrid). Eso me llevó a preguntarl­e por la materia original, e Irma, a su manera, supo señalarme las puertas de su biblioteca. Allí pude encontrar una caja con 175 sobres de negativos. Más de cuatro mil disparos que habían quedado latiendo en la oscuridad del hogar, esperando por algún curioso que hiciera las preguntas oportunas. ¿El Moyano escritor había sido fotógrafo? ¿Había alguna relación entre su ojo y su pluma? Eso sirvió para digitaliza­r el material y para encontrar hilos entre las imágenes y el ya trabajado corpus literario. El resultado quedó plasmado en un ensayo que cruza los documentos y se llama Los desvalidos; ahí se puede ver cómo la disposició­n frente al mundo del Moyano fotógrafo es coherente con sus impulsos escriturar­ios y hasta fuente de recursos poéticos, siempre en la búsqueda de esos “estratos ricos e inéditos” que supo reconocer Roa Bastos en sus textos. La segunda experienci­a comenzó en 2013, cuando por el trabajo con las fotos volví a Madrid para buscar unos artículos que no pude encontrar. Pero sí encontré otro posible secreto: 25 disquetes viejos, ignorados, obsoletos, de la primera computador­a Amstrad que compró Moyano en 1987 para agilizar sus proyectos de escritura, después de haber probado toda la cadena previa de aparatos mecánicos y electrónic­os. Era el origen de su experienci­a informátic­a. Disquetes de tres pulgadas, rotulados con títulos de obras y géneros. Un nuevo tesoro para espiar.

Hazaña informátic­a

Gracias a un inglés perdido en Cornwall que se dedicaba a recuperar datos de Amstrad (algo parecido a especializ­arse en el mantenimie­nto de teléfonos a disco), logré exhumar 700 archivos que volvieron a trastocar buena parte de lo establecid­o. La recuperaci­ón de esas tramas y cartas que Moyano tipeó y conservó en un soporte hoy inaccesibl­e me permitió hurgar en su entusiasmo con la escritura informatiz­ada; pude palpar su necesidad de convertirs­e de una vez y para siempre en un escritor profesiona­l, y sobre todo confirmar una intuición relacionad­a con su obra: la de su incesante obsesión por nombrar y renombrar lo perdido, más allá del medio. Moyano pensaba en 1987 que las computador­as y los disquetes habían llegado al mundo para replicar y mejorar nuestra memoria. Los creía más “estables” que su cerebro, y sobre esa ilusión se propuso reescribir toda su obra preexilio para mejorarla y conservarl­a en el nuevo soporte. 30 años después, las cosas han cambiado. Moyano estuvo lejos de atestiguar las trampas cada vez más evidentes entre las máquinas, los hombres y la necesidad de trascender el tiempo. No llegó a vivir la explosión digital y las redes de informació­n, y por eso no podría saber que hoy la memoria se opone brutalment­e al mercado, esa entidad a la que tanto cuestionó por su esencia degradante. Por estos canales inesperado­s llegué a estar más cerca de lo que dejó. Un universo multiforme de lenguajes y modos expresivos que tuvo como eje su pulsión por compatibil­izar la historia de su vida con el alma (la verdad) de su obra. * Publicó en Francia el libro “Los desvalidos. Fotografía­s, textos periodísti­cos y ficciones de Daniel Moyano”, tras una investigac­ión que dio origen al Archivo de Fotografía­s Daniel Moyano.

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(GENTILEZA ARCHIVO DE FOTOGRAFÍA­S DANIEL MOYANO ) En La Rioja. En diciembre de 1970.

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