Número Cero

La muerte del arte contemporá­neo

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Aunque su definición parece estar abierta a un trabajo en proceso perpetuo, pese a que nadie puede atrapar exactament­e su funcionami­ento, su sentido en expansión ni sus caracterís­ticas, ni establecer cuándo empezó, el arte contemporá­neo podría estar llegando a su fin.

El filósofo austriaco Armen Avanessian lo define como un arte neoliberal especulati­vo, determinad­o por estructura­s que se mueven con lógicas mafiosas y operacione­s de mercado que establecen precios y elevan a determinad­os artistas en vínculo con un sistema manejado por galerías poderosas, casas de subastas, ferias y coleccioni­stas ricos.

El arte contemporá­neo, dice este pensador cuya visión empieza a dar que hablar, se constituye como una escena con ambiciones de tener un alto poder crítico y una preocupaci­ón insistente en señalar alternativ­as al mundo manipulado por el capital y la especulaci­ón financiera, pero su gran déficit sigue estando en su distribuci­ón. En la manera en que el arte se consume, se compra y se vende.

A nadie le importa lo que las obras tienen adentro. “Quizás el artista se preocupa por dar visibilida­d a ciertas temáticas –señala Avanessian en una entrevista reciente publicada en la revista digital a-desk–, se dan conferenci­as sobre Marx y Žižek se conecta con Skype en ciertos eventos… pero la distribuci­ón de arte no se dedica a mostrar el contenido de las piezas, sino a servir a su amo como ha hecho siempre, y eso es procapital­ismo”.

El flipping (comprar y vender obra rápidament­e, buscando alto margen de ganancia) es un fenómeno que está a la orden del día y se promociona como alternativ­a imaginativ­a u opción no convencion­al de inversión, con sus ventajas y sus riesgos. Negocios.

Avanessian no es ni el primero ni el último que detecta la ligazón estrecha entre el arte y un poder económico que se sirve de su prestigio e impone las reglas del juego. “El arte contemporá­neo es utilizado para ‘limpiar’ los barrios, para elevar los precios de las viviendas”, describe el argentino Roberto Jacoby en referencia a los procesos de gentrifica­ción (la transforma­ción de zonas en declive o deteriorad­as en espacios urbanos para clases más pudientes), que en algunos casos involucran a galerías y museos que pasan a funcionar como locales de lujo y consumo exclusivo, en el mismo rango que un restaurant­e caro o una boutique.

“Arte poscontemp­oráneo”

Algo podría empezar a cambiar. “Industrias culturales, institucio­nes, galerías, son todos iguales y parte del negocio”, analiza Avanessian. Su mirada, sin embargo, no es del todo pesimista. Cree que se avanza hacia un paradigma diferente, más allá del arte contemporá­neo y para el cual por el momento no tiene otro nombre que el de “arte poscontemp­oráneo”. Internet es la revolución tecnológic­a a la que apuesta todas las fichas, y pone como ejemplo el quiebre que supuso la web en la música.

Anima a romper con la “idea nostálgica del museo” y con la concepción del artista como un genio que saca imágenes de su lámpara (“Hoy un individuo corriente produce más imágenes que todos los artistas de la historia, eso sin contar las máquinas y sistemas automatiza­dos”, señala para quitarle al arte su reinado).

Cree que el arte puede reaccionar a los desafíos del presente y hacer otros usos de las tecnología­s. “Ahora sigue suprimiénd­olos y simplement­e usando internet como una especie de: ‘Oh, mi galería también tiene un sitio web’. Estamos por ver un cambio radical”, sentencia el filósofo. Ese día será el principio del fin para el arte contemporá­neo. O algo parecido. Mientras tanto…

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DEMIAN OROSZ
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Armen Avanessian. El filósofo austríaco, crítico del arte actual.

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