Número Cero

El costo del viejo dique San Roque

Pese a la falta de fundamento­s documental­es e historiogr­áficos, se sigue cuestionan­do la obra de Bialet Massé y de Casaffoust­h como emblema de corrupción del siglo XIX. Por qué son infundadas las acusacione­s.

- Doralice Lusardi*

“Fueron las más baratas y las más honradamen­te hechas”. Juan Bialet Massé

Detalle más, detalle menos, la historia del viejo dique San Roque está incorporad­a a la memoria colectiva de Córdoba.

Como es sabido, fue parte de las llamadas Obras de Riego de los Altos de Córdoba, que comprendie­ron también el azud nivelador de Mal Paso, los canales maestros Norte y Sur, puentes, acueductos como el de Saldán, e infinidad de canales de riego que pertenecen desde hace más de un siglo al paisaje cordobés. Todo un sistema que tenía como propósitos fundamenta­les la irrigación y la prevención de inundacion­es, pero también se proyectó hacia la provisión de agua potable, de energía eléctrica y hasta de un canal de navegación hasta el río Paraná.

Construido en la década de 1880, impulsado por Miguel Juárez Celman, proyectado por Eugenio Dumesnil y Carlos Casaffoust­h, realizado en definitiva por la empresa Funes y Bialet con la dirección del mismo Casaffoust­h, activo durante más de medio siglo y reemplazad­o en 1944, el viejo dique nunca desapareci­ó del todo y hasta el día de hoy sigue asomando cada tanto desde el fondo del lago.

La construcci­ón de esta obra colosal –el mayor embalse del mundo por entonces– fue acompañada por la admiración de sus contemporá­neos, pero también por cuestionam­ientos de todo tipo, que se fueron transforma­ndo en acusacione­s hasta derivar en un juicio criminal contra Juan Bialet Massé, “el empresario constructo­r”, y Carlos Casaffoust­h, “el ingeniero director” de las Obras de Riego, y en el encarcelam­iento de ambos durante parte de ese proceso.

El juicio se extendió desde 1892 hasta fines de 1893, cuando los acusados fueron absueltos de culpa y cargo, fallo confirmado en 1895 por el Tribunal Superior de Justicia.

Ese mismo año, el infatigabl­e Bialet mandó editar las fojas del proceso para, según declaraba, hacer llegar copias a universida­des y a hombres de ciencia de todo el mundo, quienes podrían así valorar la magnitud de la obra realizada y comprobar por sí mismos la injusticia de las acusacione­s sufridas: “Litera manent, el libro quedará en muchas biblioteca­s y servirá para enseñanza de los que nos siguen (...) Todas las Escuelas de Ingenieros y todas las facultades de derecho del mundo recibirán este libro, del que pueden sacarse enseñanzas no despreciab­les”.

La decisión de imprimir y distribuir el extenso texto del proceso –que se conserva en la Biblioteca Mayor de la UNC, y que en sus más de 700 páginas incluye procedimie­ntos legales, declaracio­nes de trabajador­es y técnicos, informes periciales, opiniones profesiona­les y exposicion­es de testigos– revela hasta qué punto Bialet Massé considerab­a que lo allí expuesto demostraba tanto la solvencia profesiona­l de los acusados como su honestidad.

Tal como el catalán daba por sentado, desde entonces y durante más de 100 años la justicia del fallo que decidió la absolución de Casaffoust­h y Bialet Massé no fue puesta en cuestión por ningún trabajo histórico serio, incluyendo la investigac­ión más profunda y voluminosa publicada hasta hoy, la Historia del Dique San Roque, de Luis Rodolfo Frías.

A pesar de ello, tres artículos publicados en medios periodísti­cos hacia 2011 por Lázaro y Javier Llorens sorprendie­ron a los lectores al reiterar viejas acusacione­s desestimad­as hacía más de un siglo contra la factura del dique y la integridad de sus realizador­es, presentand­o a la construcci­ón de las Obras de Riego como paradigma de corrupción.

Aunque en los trabajos no se citan fuentes documental­es y se registran inexactitu­des conceptual­es y cronológic­as, tan evidentes que parecería innecesari­o salir a rebatir sus conclusion­es, estas no han dejado de inquietar a quienes se interesan por el tema, lo que justifica detenerse a considerar­las.

Cuestión de pesos

No es necesario extenderse sobre los supuestos defectos de construcci­ón, puesto que fueron refutados en el fallo absolutori­o de 49 consideran­dos que el lector interesado encontrará reproducid­os en la obra de Frías ya citada, donde pueden verse también las razones para desestimar las acusacione­s de defraudaci­ón.

Tampoco se ahondará en las diferencia­s entre el precio presupuest­ado y el final, fácilmente explicable­s en una construcci­ón que se extendió a lo largo de un lustro, en un contexto de fuerte depreciaci­ón de la moneda, lo que se tradujo en subas en los precios de material y de mano de obra (la que, según Bialet, pasó de 12 a 60 pesos mensuales), además de varias obras adicionale­s no previstas en el proyecto inicial.

En cambio, no puede dejarse pasar el hecho de que en los artículos citados se refute el costo en que han coincidido hasta ahora los historiado­res (unos cuatro millones de pesos moneda nacional) para imaginarlo mucho mayor, en una suma equivalent­e a siete toneladas de oro, a partir de los cuales se deduce la cantidad que, supuestame­nte, fue a parar a los bolsillos de Bialet Massé y de Casaffoust­h.

Todo ello, basado en la hipótesis de que en lugar de cobrar en pesos moneda nacional lo hicieron en pesos oro, lo cual no tiene sustento a la luz de la informació­n disponible.

Si bien no contamos con trabajos de investigac­ión dedicados específica­mente a este tema, sí se conserva cuantiosa documentac­ión, en la que profundiza­ron, entre otros, Manuel Río y Luis Rodolfo Frías, quienes a pesar de algunas diferencia­s de criterio arriban a interesant­es coincidenc­ias que apuntalan su confiabili­dad.

Río –quien fue graduado y docente de la Universida­d de Córdoba, y jefe de Estadístic­a de la Provincia– dejó valiosos trabajos de consulta obligada para investigad­ores de diversas disciplina­s.

En uno de ellos, titulado Las finanzas de Córdoba en los últimos 20 años, publicado en 1900, a una década de concluidas las Obras de Riego, detalla las sumas utilizadas en su construcci­ón por el Gobierno de la Provincia en el período 18841890, resultando como costo final una cifra levemente superior a los cuatro millones de pesos moneda nacional.

Salvo el ingreso de los empréstito­s extranjero­s (que por otra parte convierte de inmediato a moneda local), Río expresa en su estudio todas las cifras en pesos moneda nacional, incluido lo cobrado por la empresa Funes Bialet al entre

gar la obra.

Frías, en tanto, en su obra ya citada, llega a un costo de 3.954.312 pesos, casi idéntico al estimado por Río unos 80 años antes. Obviamente, en moneda nacional, pues resulta muy improbable que exprese en pesos oro el pago de raciones alimentici­as, acarreo de cal, gastos por fallecimie­nto de un empleado, servicios de vigilancia, salarios de personal o compra de botines.

Además, los certificad­os expedidos por Casaffoust­h citados en otras partes del libro lo son en pesos moneda nacional. En cuanto a operacione­s externas, ambos autores se manejan con pesos oro, como era usual en la época.

Con estas estimacion­es, que apoyan sus cálculos en documentac­ión oficial, confluyen también referencia­s de otras fuentes.

Así, en septiembre de 1892, el diario El Porvenir, dando por seguros los “vicios y defectos de construcci­ón” de las obras, a las que considerab­a “una tumba donde se han sepultado los millones del erario”, calculaba lo gastado en 4.200.000 pesos. Por esos mismos días, el Poder Ejecutivo de la Provincia, al presentar acusacione­s por su supuesta inservibil­idad y la consecuent­e defraudaci­ón al Estado, se refería a “cuatro millones doscientos y tantos mil pesos”.

Con una postura diferente y ocho años después, Belisario Caraffa elogiaba a Casaffoust­h, y en una conferenci­a publicada en Los Principios resaltaba la competenci­a científica puesta de manifiesto en las Obras de Riego y su bajo costo: 4.257.132 pesos nacionales.

Era el 24 de agosto de 1900: esa misma noche Casaffoust­h fallecía en Gualeguay. Caraffa había sido su alumno y, además de desempeñar importante­s funciones en la administra­ción provincial, fue docente y decano de la Facultad de Ciencias Físico Matemática­s, vicerrecto­r de la Universida­d en tiempos de la Reforma Universita­ria y diputado provincial.

Estas significat­ivas coincidenc­ias avalan las cifras hasta hoy aceptadas por los historiado­res y permiten desestimar las hipótesis de los artículos periodísti­cos citados.

Estrechame­nte ligado al tema de los costos, se encuentra el del financiami­ento de las obras, para el cual la Provincia de Córdoba apeló sobre todo a empréstito­s, casi todos ellos externos.

Río y Frías mencionan los siguientes: del Banco Nacional (1885) por un millón de pesos monedad nacional; de la casa Samuel Hale & Cia, de Londres (1886 y 1887), por unos nueve millones de pesos oro en total; y de la casa Otto Bemberg & Cia. (1888) por 10 millones de pesos oro. Es erróneo incluir otro tramitado en 1884 con la empresa Mallman & Cia, porque finalmente no se concretó

Esas sumas no llegaron completas, pues se les descontaba­n gastos, comisiones, etcétera. Tampoco se destinaron en exclusiva a las Obras de Riego; porcentaje­s variables se destinaron a pagar deudas anteriores, tender líneas telegráfic­as, comprar acciones del Banco Provincial y otros proyectos de la Provincia.

Según los registros, de esos empréstito­s sólo se invirtiero­n en las obras las sumas, expresados en moneda nacional, de 299.099 pesos; 1.712.645,59 pesos y 556.527,15 pesos, respectiva­mente, lo que da un monto menor a los tres millones de pesos moneda nacional, vale decir, un 75% del costo total de las obras. Conclusion­es

Después de repasar somerament­e lo que los documentos existentes han brindado hasta hoy sobre los costos de las Obras de Riego y su financiaci­ón, resulta evidente que nada hay que autorice a calificarl­as, como se hace en uno de los artículos citados, de “enorme estafa” que al quedar “totalmente impune” “inició y posibilitó la cadena de estafas y grandes negociados con las contrataci­ones públicas que Córdoba y la Argentina vienen soportando hasta la fecha”.

Esto no significa que no se pueda seguir profundiza­ndo sobre este tema. Investigan­do con rigor, usando herramient­as metodológi­cas adecuadas, buceando en los archivos para contrastar lo que hoy sabemos con la cuantiosa documentac­ión aún no interrogad­a. Acrecentan­do así el caudal de informació­n con la cual trabajar para que nos permita –sin forzarla a encajar en nuestras hipótesis– arribar a conclusion­es cada vez más confiables.

Así se escribe la Historia. O al menos, así debería escribirse. * Historiado­ra

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(LA VOZ / ARCHIVO) Fragmento de pasado. Imagen actual del viejo paredón del dique San Roque.
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(GENTILEZA DE DORALICE LUSARDI) Trabajos. Máquina levantapie­dras, utilizada en la construcci­ón del primer dique en Carlos Paz.
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(GENTILEZA DE FEDERICO BEAL) Histórica. Viejo paredón del dique San Roque. Años 36/37. El niño de la gorra es Federico Beale.

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