Número Cero

VIAJAR paracontar­lo

El relato de viaje es tan antiguo como la literatura. Pero sus condicione­s han cambiado por el “boom” del turismo, las tecnología­s y las redes. ¿Cómo se reinventa el género?

- Gustavo Pablos gpablos@lavozdelin­terior.com.ar

Se viaja para llegar a regiones lejanas y exóticas, para descansar en lugares cercanos o distantes, para admirar el patrimonio cultural y artístico de otras culturas, para iniciar una nueva vida, para perderse en los recovecos o paisajes menos transitado­s de una ciudad ya conocida. Y algunos escritores y periodista­s viajan para volver con una crónica.

En nuestra literatura abundan los escritores de viaje, desde Sarmiento hasta Hebe Uhart, pasando por Lucio V. Mansilla, Roberto Arlt, Witold Gombrowicz y María Sonia Cristoff. Y en hispanoamé­rica, además de clásicos como el peruano César Vallejo y el cubano Guillermo Cabrera Infante, podemos sumar los más contemporá­neos, como el mejicano Juan Villoro y el chileno Juan Pablo Meneses.

Actualment­e, el relato de viaje vive cierto esplendor, pero sus cultores, sin embargo, para mantenerlo a resguardo del marketing y de los clichés de la publicidad, debieron reformular algunas de sus consignas. Sus precaucion­es tienen que ver, principalm­ente, con la necesidad de seguir contando historias sobre ciudades, pero escapando al tendido de lugares comunes que diseminan las nuevas tecnología­s y la aceleració­n del turismo global. Ambas multiplica­ron los destinos, pero también los relatos y los discursos. Hasta los lugares más insólitos e inhóspitos pueden ser objeto de posteos con fotos, videos y comentario­s en las redes sociales. Para atraer la atención y la complicida­d del lector (que probableme­nte haya realizado o esté por hacer el mismo trayecto o uno parecido), el cronista debe afinar la mirada, preguntars­e qué buscar más allá de lo ya dicho, y analizar qué recursos narrativos son los más apropiados para despertar y mantener el interés.

Barrios y librerías

El español Jorge Carrión ha publicado varios libros de viaje. Uno es La piel de La Boca (sobre los años que vivió en ese barrio de Buenos Aires), al que define como “texto conventill­o”, fragmentar­io, hecho con materiales diversos como el diario íntimo o la entrevista. El más reciente, Barcelona. Libro de los pa

sajes, es un collage con muchas voces, crónicas, reflexione­s y gran cantidad de citas sobre esos espacios o pasadizos de la ciudad donde vive. “En ambos intenté encontrar una forma literaria que sintonizar­a con la forma del barrio o de la ciudad que intentaba describir”, señala Carrión. Entre esos dos libros está

Librerías, un recorrido por algunas de las más emblemátic­as y originales que existen en diversos países del mundo. “A diferencia de los anteriores,

Librerías no es local sino global, una vuelta al mundo– reflexiona el autor–. Es imposible sintonizar con el mundo, hay en él infinitas frecuencia­s. Opté por un hilo conductor, un hilo de Ariadna que me guiara por el laberinto: las librerías”.

A su vez, el autor tucumano Fabián Soberón publicó Ciudades

escritas y Cosmópolis, libros que reúnen un conjunto de crónicas de su paso de varios meses por distintas ciudades de Estados Unidos. Ambos, siguiendo uno de los modelos posibles del género, cumplen con la función de ser una autobiogra­fía existencia­l y literaria. “La autoconcie­ncia modifica el viaje y la escritura: viajo para escribir. La crónica es el terreno ideal para la experiment­ación y el cruce de registros. En el viaje, la experienci­a se acelera y se concentra, como si cada acción y desplazami­ento fueran un nudo cuántico”, señala Soberón.

También están los que escriben para establecer una distancia con las historias oídas, incluso de aquellas que les llegaron de las personas más cercanas. Es el caso de Guillermo Astigarrag­a, escritor cordobés que durante años vivió en Estados Unidos y que escribió Belarús (romanizaci­ón de Bielorrusi­a), en el que recoge las impresione­s de su visita a la ciudad de Minsk, capital de ese país de Europa del Este. “El impulso de narrar surgió una vez que comencé a ver la ciudad –comenta Astigarrag­a–. La ciudad se fue armando ante mi mirada como una especie de universo paralelo, un híbrido geopolític­o más bien fallido, un extraño lugar que se había mantenido fuera del tiempo. La extrañeza y el asombro me llevaron a escribir y también el deseo de entender mejor todo lo que ya había oído sobre ese lugar de boca de mi expareja”. En conflicto

Una forma más particular de crónica de viaje surge cuando el territorio al que se llega vive en una situación de “conflicto permanente” que se actualiza cíclicamen­te, como sucede en Israel y Palestina (más específica­mente en la zona de Gaza). Un territorio pródigo en historias y versiones que circulan por las calles, las redes sociales y el frente de guerra. Eso es lo que retrata Sonia Budassi en La fron-

tera imposible. “Si los viajes nos enfrentan a un ‘otro’, en este caso tenía que prestar especial atención a los relatos que hacen los vecinos cuando ese otro, palestino o israelí, es visto como el mal total”, dice la autora.

Otra manera de relatar la ciudad, aunque por fuera de los protocolos de la crónica y más cerca de la ficción, es la que ejercita la uruguaya Fernanda Trías en La ciudad invencible (una primera versión se conoció como Bienes muebles). Articuland­o novela, diario y crónica personal, la autora arma una narración que gira en torno a los años que vivió en Buenos Aires. La ciudad aparece como escenario a veces ajeno y a veces receptivo en el que la narradora protagonis­ta intenta dejar atrás al hombre del que se ha separado, pero que no deja de sobrevolar como figura amenazante. Y lo que se percibe es la tensión entre la ciudad como motivo principal de la narración o como telón de fondo. “Ante la necesidad de narrar esta historia, que también es una manera de narrar la ciudad, o de reflexiona­r sobre la imposibili­dad de hacerlo, tuve que preguntarm­e sobre la forma –argumenta Trías–. Pero creo que la forma y el contenido son inseparabl­es. La forma ya viene implícita y yo, como escritora, sólo tengo que aguzar el oído para entender qué forma me pide la historia. En este caso, la mezcla de géneros era imprescind­ible porque me interesaba cuestionar la idea de realidad y artificio”.

Cómo contar

Una convención es que la crónica de viaje tiene que lograr transmitir el cimbronazo al que el yo se ve sometido y, además, revelar cómo la intimidad gestiona el contraste entre las fantasías previas y la realidad. Y para cumplir ese propósito, cada autor tiene su propia batería de recursos.

Para Jorge Carrión, lo habitual es partir del periodismo, “con su voluntad de informar y su generosida­d hacia los demás”, para, en algún momento, llegar al ensayo, a la crítica literaria y a las memorias personales. “Cuando creemos estar interpreta­ndo el mundo, en realidad estamos explorándo­nos a nosotros mismos, a partir de nuestras limitadas experienci­as y lecturas”, señala.

Por su parte, Cynthia Rimsky, narradora y cronista chilena, autora de Poste restante y de varios libros enmarcados dentro del género, considera que lo fundamenta­l es aprender a mirar y seguir las imágenes que llaman la atención. “Hay imágenes que me tocan y me hacen pensar, y buceo hasta que encuentro algo de lo que esa imagen tenga para decirme”, señala.

Astigarrag­a asegura que los cronistas, más que revelar algo sobre el lugar que retratan, pretenden “exhibir su propia mirada” sobre ese lugar. “Mostrar cómo observan, procesan e interpreta­n datos tangibles e intangible­s y cómo reconstruy­en lo mirado a través de la prosa”, agrega.

Para Budassi, en cambio, uno de los objetivos es ensamblar con pericia los datos y la informació­n previa con la personal. “En este libro, me interesaba generar intriga ante un tema tan complejo, y que el lector pudiera identifica­rse –señala–. Ante cada nueva certeza alcanzada por la narradora y el lector, al avanzar por Jerusalén, Belén e incluso Dubái, aparecía otro elemento que volvía a poner en duda lo anterior, una nueva intriga”.

¿Viajante, turista?

Frente a la masividad de los viajes y de los recursos tecnológic­os y de las redes, el cronista siente la exigencia de diferencia­rse del turista clásico. Cabe preguntars­e, en este sentido, en qué aspectos ambas figuras se acercan y se alejan. “El turista viaja para repetir los clichés del marketing. Yo viajo para escribir, para pensar el sentido de mi vida”, afirma Soberón. Mientras que Rimsky considera que esas figuras “quedaron superadas”. “Yo hablaría del emigrante, del escritor que necesita vender crónicas y del consumidor de novedades”, dice la autora chilena.

EN EL VIAJE, LA EXPERIENCI­A SE A CELERA Y SE CON CENTRA, COMOSI CADA ACCIÓN Y DESPLAZAMI­ENTO FUERANUN NUDO CUÁNTICO. FABIÁN SOBERÓN, ESCRITOR

Y añade: “Lo que los junta a todos es la desazón ante el descalce entre lo virtual y lo real, entre la promesa y lo que le acontece a ese yo que traslada su cuerpo a Tailandia, a Madagascar, a Costa Rica, y sigue sin encontrar eso que es incomunica­ble”.

Para evitar las ideas previas que puedan condiciona­r la mirada, algunos consideran necesario recortar y avanzar sobre zonas vírgenes o escasament­e exploradas. Ese recorte puede ser zonal, temático o siguiendo otros criterios. “Sigue habiendo, en nuestra época en que todo parece ser visible, lugares en los que nadie ha reparado. El deber del escritor es buscarlos y narrarlos”, dice Jorge Carrión.

Astigarrag­a asegura: “La mirada condiciona­da por el dato previo es un mal que afecta a los viajeros que no poseen una curiosidad orgánica. Esos suelen ser, además, los viajeros que no leen. Para bien o para mal, el presente de la crónica, y su futuro, no depende de ellos”. También advierte de que cuando se viaja con curiosidad y atención la tecnología “se apaga y muere”, o al menos deja de interferir.

Por el contrario, Budassi plantea que, ante la facilidad para poder acceder a una primera impresión de una gran cantidad de lugares (sea entrando en Instagram o viendo un documental en la televisión), es necesario “esforzarse el doble”. “No tanto por los condiciona­mientos previos, sino para que, ante la disponibil­idad de relatos de viaje en todos lados, tu crónica aún siga despertand­o interés”, afirma.

Trías, que habla desde la posición de narradora más que de cronista, asegura que ha viajado por distintos motivos, pero que nunca lo hizo para narrar la ciudad. “Viajo para hacer algo concreto, y mientras hago lo que fui a hacer, dejo que esa experienci­a me atraviese –comenta–. Los lugares en los que viví se han vuelto recurrente­s en mis cuentos no por el viaje en sí, sino porque cada vez me interpela más el hecho de no pertenecer al lugar donde vivo, de ser constantem­ente extranjera”.

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