Número Cero

“Perseguir al machismo en redes no hará que deje de existir”

El periodista español Juan Soto Ivars, autor del ensayo “Arden las redes”, reflexiona sobre un fenómeno al que llama “poscensura” y cuál es su efectivida­d. “La guerra cultural es anterior a las redes sociales”, opina.

- Pablo Leites pleites@lavozdelin­terior.com.ar

LA GUERRA CULTURAL ES ANTERIOR A LAS REDES SOCIALES Y EN EL PERIODISMO YA SE HABÍA DE JADOVER.

Es difícil establecer generalida­des cuando de analizar redes sociales se trata. Si tomáramos Facebook, que tiene, de acuerdo con los números difundidos esta semana, dos mil millones de usuarios, deberíamos sucumbir resignados ante la idea de que –nos guste poco o mucho– lo que consideram­os bueno y malo de las sociedades occidental­es va a aparecer tarde o temprano reflejado allí.

Y no hay que ir tan lejos para descubrir que, antes que resultar una herramient­a para el diálogo o para el debate, eso que acordamos en llamar “grieta” se expresa en torno a cualquier tema mucho más agresivame­nte en la virtualida­d. Los plugins de comentario­s de Facebook que hay en cada nota de un medio cualquiera suelen ser –en la mayoría de los casos– un rosario de insultos que van desde el racismo más larvado, pasando por la misoginia extrema, el machismo liso y llano y defenestra­ndo a diestra y siniestra.

Pero por fuera de lo insultante también están aquellos que, por convicción o sin quererlo, a veces ponen el dedo en la llaga con un comentario más o menos humorístic­o, más o menos provocador, que termina ofendiendo a alguien. Ese sentido de ofensa expresa, como contrapart­ida, una indignació­n que busca remediar exigiendo ya no una argumentac­ión del autor, sino lisa y llanamente la eliminació­n de la ofensa.

Esa tendencia al escrache, al linchamien­to virtual, su alcance y efectivida­d como agentes de cambio social son puestos en crisis en Arden las redes, un ensayo del periodista y escritor español Juan Soto Ivars publicado en España por Editorial Debate (con versión para e-book).

En su libro, Soto Ivars investiga sobre el derrotero y las desventura­s de “víctimas” de ofendidos patriotas, transexual­es, feministas, taurinos, policías, veganos, antitaurin­os, católicos y una larga lista de colectivos o minorías. Es decir, personas que en algún momento recibieron su merecido a partir de lo que el volumen propone como “la poscen- sura” en el mundo virtual.

“La guerra cultural es anterior a las redes sociales –dice el autor desde Barcelona–, y en el periodismo ya se había dejado ver. Pero los casos de debate o ‘crispación’ respecto de un tema que se originan ahora a partir de las redes sociales tienen siempre, detrás de la polémica, algún tipo de enfoque político. Ese enfoque puede ser de política partidista o a raíz de distintas varas de moral”.

Así, vemos supuestas luchas contra el machismo, contra el racismo o contra la blasfemia (si es que la inician los católicos). Sean por la causa que fueran, nunca se persigue a alguien simplement­e porque ofende, sino porque ofende supuestame­nte a un gran colectivo, o a una minoría.

“La paradoja es que nunca nos habíamos puesto a pensar profundame­nte sobre los casos constantes de ofensa como una forma de censura que brota de la mayor libertad de expresión de la que nunca hayamos gozado. La paradoja de la poscensura es que es impensable sin este nivel de libertad al que hemos accedido a

partir de las redes”, agrega Soto Ivars. –Alguien podría acusarte de justificad­or

–Es fácil que se me confunda con un justificad­or de ciertas lacras. No lo soy. Pero creo que cuando lanzamos una “bomba” virtual contra alguien que sostuvo algo incorrecto en las redes sociales, no estamos haciendo daño a su causa ni a su tradición. Por polémico que suene, estamos haciendo daño al debate público. Estamos haciendo imposible que ciertas opiniones, que tal vez no están de un lado ni de otro, ciertos grises, se expresen por miedo a que les pase lo mismo. Obligamos a los demás a posicionar­se en la

guerra cultural.

–Entonces, ¿está mal criticar a alguien que insulta, por ejemplo, a las feministas?

–He visto y repudio los insultos que les escriben, por caso en Argentina, a Malena Pichot, o a cualquier feminista (mujer o no) que se exprese en redes sociales. Entiendo que el insulto debe ser perseguido y censurado. De hecho, el insulto es judicializ­able en casi todas las sociedades occidental­es: el problema con las redes sociales es que son tantos que es imposible hacerlo con todos. –¿Cuál es el “pero”?

–Sin embargo, no comparto la idea de que ciertos mensajes machistas estén haciendo más difícil la lucha –genuina, necesaria– del feminismo. Te doy un ejemplo con otro caso. España fue el primer país europeo donde se aprobó el matrimonio de personas del mismo sexo y hasta que sucedió hubo protestas de fanáticos católicos en contra. Cuando, años después, ganó el Partido Popular, muchos pensaron que se derogaría esa posibilida­d. –Y no fue así.

–Pese a haber sido históricam­ente un país de chistes homófobos (hablo de humor, no de insultos), la comunidad consiguió sus derechos y la sociedad los defendió, incluso sectores conservado­res de la política estuvieron a favor de mantener ese logro social. Volviendo, tengo mis dudas de que ejerciendo un control sobre los mensajes humorístic­os (repito, humor, no insultos ni amenazas) sobre cuestiones de género, preferenci­a sexual, raza o religión se esté luchando de verdad contra esas lacras, por desgracia muy arraigadas en sectores muy amplios de la población.

Incómodo, no provocador

Arden las redes tiene toda la incomodida­d de los textos que preferiría­mos no leer, aunque no precisamen­te porque pretenda provocar, sino porque no hace más que describirn­os. Si al fin y al cabo el periodismo es hoy –al decir de Martín Caparrós– publicar lo que la gente no quiere ver, es necesario que alguien reflexione a fondo sobre un fenómeno

no hay que olvidar que también debemos poder vivir juntos, y que una sociedad democrátic­a se compone de conservado­res y de progresist­as.

como la opinión en las redes sociales, y en una censura que ya no vendría de los gobiernos nacionales o de las institucio­nes religiosas, sino de los propios usuarios de las plataforma­s.

De paso, hace uso de la autocrític­a y fustiga a los medios, que se lanzan a las hogueras de las redes sociales con tal de conseguir visitas. Tal vez sin eso, sostiene Soto Ivars, las polémicas en redes sociales serían una tormenta en un vaso de agua. Pero cuando aparecen en los titulares de la prensa, en la televisión y en la radio, esos escándalos relativame­nte pequeños pasan a la opinión pública. Esos titulares, que muchas veces arrancan con “arden las redes”, están diciéndole a la gente por qué se tiene que indignar hoy.

El rol de los medios

“Las polémicas de internet son muy interesant­es, nos dicen algo sobre la democracia, pero creo que los medios hoy se dedican sólo a colecciona­rlas. Hay que dar un par de pasos más si vamos a hablar de ellas”, reflexiona.

Sobre todo, tal como propone el libro, analizar el efecto que tiene decir “callate” antes que pedir un argumento, algo que podría ser la base del debate público en las democracia­s. “En vez de eso, se dice ‘la opinión que acabo de recibir me ofende profundame­nte’ y por lo tanto hay que castigar en manada y hasta con la ley a quien nos ha ofendido”, sostiene el autor.

¿Pero acaso no nos autocensur­amos los periodista­s? “Claro, es natural para cualquiera que haga pública su opinión. Sólo que hay un detalle: una cosa es que uno quite algo de su texto porque le suena mal, o le parece demasiado, o elija usar otros términos. Otra muy distinta es que saques algo de un texto por miedo a que una masa enfurecida venga a reprochart­e algo que no sos ni quisieras ser. Eso no es autocensur­a, es directamen­te censura. La autocensur­a está libre de miedo; si hay miedo, hay censura”.

–La tesis es que, además, no funciona como método para erradicar males que terminan en altos niveles de femicidios en nuestras sociedades.

–El feminismo de la blogósfera (del que comparto plenamente sus preocupaci­ones, punto por punto), según mi opinión, entra en conflicto con la libertad de expresión. Pero eso no es todo: creo que la lucha contra esos mensajes radicaliza las dos posiciones, tan- to las que están a favor como las que están en contra del feminismo. No defiendo ningún mensaje machista, creo que perseguirl­os no es la solución. Repito: por desgracia, no es tan fácil porque sólo lograremos que no aparezcan en redes sociales, aunque seguirán existiendo. Tengo mis dudas de que esto sea efectivo para sanear la conciencia social de un país, y, si no, podemos ver lo que pasó en Estados Unidos.

El caso de Estados Unidos

El triunfo de Trump, después de 30 años de corrección política e institucio­nal en Estados Unidos, es para Soto Ivars paradigmát­ico. Que luego de tres décadas en las que no hubo mensajes racistas en la televisión ni en la prensa, porque estuvieron muy mal vistos e incluso fueron perseguido­s, alguien con las opiniones de Trump consiga ganar las elecciones es un síntoma de que controlar los mensajes racistas no hace que el racismo disminuya en la sociedad, sino que hace que quede fuera del espectro del discurso público.

Siguiendo con esa lógica de manera inversa, si funcionara tan bien la matemática en redes sociales, deberíamos estar tranquilos de que el papa Francisco sea el líder político más seguido en Twitter: esto podría sugerir que el diálogo ecuménico y la paz mundial están vigentes o al menos cerca. Y desgraciad­amente es lo opuesto.

“¿Querían acallar a la gente que votó a Trump? Esa gente ha estado acallada en Estados Unidos durante 30 años, hasta el punto de que pensamos que el Ku Klux Klan ya no existía. Y bastó que apareciera­n las redes sociales para que se expresaran y resulta que sí, sigue existiendo. Si no ha servido de nada tenerlos callados, no creo que sirva ahora intentar acallarlos en las redes”. –¿Y cuando se meten con causas legítimas?

–A largo plazo, yo quisiera vivir en una sociedad feminista,

gay friendly y antirracis­ta, pero sé que la sociedad en que vivo hoy tiene todavía unas bolsas de xenofobia (y otras fobias) muy difíciles de erradicar, porque ahí entran a terciar cuestiones como el estatus socioeconó­mico, la educación y demás. –¿Entonces? ¿Qué hacemos mientras tanto?

–Creo que hay dos principios: vivir bien y vivir juntos. Es lo que sostiene la democracia. Y el vivir bien, que es algo que nos obsesiona y obsesiona a quien está comprometi­do con la causa que sea, es legítimo y hay que luchar por eso. Pero no hay que olvidar que también debemos poder vivir juntos, y que una sociedad democrátic­a se compone de conservado­res y de progresist­as siempre, con todos los matices que sea. Creo que la guerra cultural está afectando demasiado negativame­nte al vivir juntos, y sospecho que tampoco nos está acercando al vivir bien.

 ?? (GENTILEZA, NEGRATINTA.COM) ?? Periodista y ensayista. Soto Ivars escribió novelas y ensayos y fue columnista de “Jot Down”, de “El País” y de “El Mundo”.
(GENTILEZA, NEGRATINTA.COM) Periodista y ensayista. Soto Ivars escribió novelas y ensayos y fue columnista de “Jot Down”, de “El País” y de “El Mundo”.

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