Número Cero

El duelo entre Aramburu y Sabattini

El dirigente radical cordobés fue clave para abortar la reforma constituci­onal promovida por el dictador en 1957.

- * Director del Programa de Historia Política de Córdoba y de la Maestría en Partidos Políticos de la UNC César Tcach*

Alo largo de la historia y en diversas latitudes, los gobiernos autoritari­os propiciaro­n reformas constituci­onales con la intención de reforzar su poder y legitimar su dominación. Los militares brasileños en 1967, los dictadores uruguayos y chilenos en 1980, los presidente­s de Turquía y Venezuela en nuestros días son ejemplos ilustrativ­os. También en Argentina hubo ensayos análogos.

Hace 60 años, en 1957, el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu convocó a una reforma constituci­onal con el fin de eliminar la constituci­ón peronista de 1949 y modificar la de 1853. Su objetivo era crear una nueva arquitectu­ra institucio­nal que eliminase para siempre la posibilida­d de un resurgimie­nto del peronismo.

Las elecciones de convencion­ales constituye­ntes fueron convocadas para el 28 de julio de 1957. Aunque por motivos diversos la mayor parte del arco político acogió con benevolenc­ia la iniciativa, hubo una voz que desde el interior del país hizo escuchar con fuerza su disidencia: la de Amadeo Sabattini. Desde su mirada, Aramburu representa­ba un gobierno de facto que carecía de legitimida­d para reformar la Constituci­ón Nacional. Distancias

En rigor, Sabattini ya había tomado distancia del gobierno de Aramburu el año anterior. En junio de 1956, Aramburu respondió con la ley marcial y con fusilamien­tos al intento de los militares peronistas de ocupar la Escuela Mecánica del Ejército, la Escuela de Suboficial­es de Campo de Mayo y el Regimiento 7 de Infantería de La Plata.

En esas circunstan­cias, Sabattini pidió una reunión urgente del comité provincial de la UCR que resolvió enviar un telegrama a Aramburu (fechado el 10 de junio y firmado por Eduardo Gamond y Justo Páez Molina): “En nombre de las mejores tradicione­s argentinas, solicitamo­s el cese de los fusilamien­tos”.

Asimismo, el 11 de junio, en una reunión de dirigentes nacionales del partido radical, los sabattinis­tas Santiago del Castillo y Eduardo Gamond expresaron idéntica condena a los fusila- mientos, por ser contrarios a la dignidad humana y al espíritu radical.

Al mismo tiempo, Sabattini sostuvo que el gobierno debía convocar “lo más pronto posible” a elecciones generales y se mostró contrario a cualquier reforma constituci­onal. En declaracio­nes de agosto de 1956 al periódico Propósitos, que se editaba en Buenos Aires, sostuvo: “A este gobierno de militares, que ya cumplió su misión y que le pedimos que se aleje cuanto antes, ¿le podemos pedir que reforme la Constituci­ón (...)? ¿Le podemos pedir a los militares que nos den una constituci­ón?”.

En abril de 1957, el congreso provincial del Movimiento de Intransige­ncia Nacional, sector interno del radicalism­o que respondía a Sabattini, fue testigo de la apasionada condena al ensayo de reforma constituci­onal emprendido por Aramburu.

El Congreso resolvió: 1) exigir al gobierno nacional la realizació­n de un plebiscito “para ver si el pueblo quiere o no tal reforma”. 2) En caso de realizarse, los afiliados radicales deben votar por la negativa. 3) En el supuesto de ganar el sí, “el gobierno deberá delegar el poder en la Asamblea Constituye­nte”. En otras palabras, la Asamblea Constituye­nte debería, en ese caso, poner fin al ciclo militar. Tensiones y decisiones

En contraste con esta postura, los otros sectores internos del radicalism­o aprobaron la iniciativa militar: tanto Ricardo Balbín (líder del Movimiento de Intransige­ncia y Renovación) como Miguel Ángel Zavala Ortiz, Carlos Perette y Mauricio Yadarola (dirigentes del núcleo Unidad Radical) considerar­on convenient­e la reforma constituci­onal.

Para ellos, el período posperonis­ta exigía un acto fundaciona­l que permitiera institucio­nalizar y proyectar en el tiempo la Argentina que emergía de la llamada “Revolución Libertador­a”.

La alianza de balbinista­s y unionistas permitió echar por tierra en la Convención Nacional partidaria las expectativ­as del sabattinis­mo favorables a boicotear los comicios: se aprobó la concurrenc­ia a las elecciones constituye­ntes, aunque con un programa de 21 puntos de reformas que incluían los derechos sociales, la reforma agraria y el carácter inajenable del petróleo argentino.

En los comicios del 28 de julio celebrados en Córdoba, el partido radical que se presentó con el nombre de UCRP (Unión Cívica Radical del Pueblo) derrotó por más del doble de votos a la Ucri (Unión Cívica Radical Intransige­nte), liderada en el plano nacional por Arturo Frondizi.

En el resto del país la diferencia a favor de la UCRP fue de sólo dos por ciento de los votos. El contraste entre ambos resultados favorecía la proyección nacional del sabattinis­mo cordobés.

Desde el exilio, Juan Domingo Perón ordenó votar en blanco: en Córdoba acataron su orden alrededor de 224 mil personas, lo que fue la segunda preferenci­a electoral, por detrás de la UCRP, que había computado más de 270 mil sufragios.

El papel clave del sabattinis­mo en la Convención Constituye­nte reunida en Santa Fe era retratada por la revista porteña “Sabattini, que no se mueve de Córdoba, es el personaje político de quien depende la futura actitud reformista en la Constituye­nte. Si los 19 convencion­ales de Sabattini resuelven retirarse de la Convención de Santa Fe, el asunto de la mayoría se convierte en un hueso duro de tragar... En caso de que los 19 sabattinis­tas declaren nula la Asamblea, también los frondizist­as tendrán que tomar la misma actitud ya proclamada antes de las elecciones”.

En efecto, nada aseguraba Así: el éxito de la Convención: el sabattinis­mo contaba con 19 de los 75 convencion­ales de la UCRP, y la Ucri –en virtud del sistema electoral proporcion­al adoptado para los comicios– sumaba 77 convencion­ales. Contuberni­o, no

En la última semana de agosto de 1957, Ricardo Balbín cruzó lo que la prensa denominaba la “cortina de peperina” (en irónica analogía con la “cortina de hierro”) para entrevista­rse en Villa María con el hermético líder del radicalism­o cordobés. Trató de convencerl­o para impedir que sus convencion­ales se retirasen de la asamblea. Fue en vano, Sabattini se mantuvo firme. Imperturba­ble, expresaba: “Constituci­ón de 1853 sí, contuberni­o no”.

El radicalism­o de Córdoba se dio el lujo de imponer a uno de los suyos, Ignacio Palacios Hidalgo, como presidente de la Convención Constituye­nte. Pero tras el restableci­miento de la Constituci­ón de 1953 y la introducci­ón del artículo 14 bis de derechos sociales, sabattinis­tas y frondizist­as optaron por retirarse.

José Aguirre Cámara, dirigente del Partido Demócrata de Córdoba, le comentaba en una carta a Emilio Olmos: “El sabattinis­mo acaba de producir aquí la destrucció­n de la asamblea reformador­a”.

Ciertament­e, tras el retiro de los sabattinis­tas, la Convención continuó sesionando, pero sus horas estaban contadas. En un último intento por salvarla, Aguirre Cámara presentó un proyecto de compulsión por la fuerza pública de los diputados que habían abandonado la Convención.

El cordobés Palacios Hidalgo, quien pese al retiro de su bloque siguió presidiend­o las sesiones, se opuso de forma rotunda: “No se puede dictar una constituci­ón”, afirmó, “con diputados compelidos por la policía”.

El sueño fundaciona­l de Aramburu, una nueva constituci­ón para un nuevo país, había caído herido de muerte. Su ocaso desnudaba tanto los límites del poder militar como la incapacida­d de los actores políticos para ponerse de acuerdo en torno a las reglas del juego institucio­nal.

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Amadeo Sabattini. El líder radical fue una figura fundamenta­l de la política argentina de mediados del siglo 20.

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