Lengua franca
El idioma muchas veces se parece al marco jurídico: cuando la realidad se mueve rápido, no hay leyes ni reglas gramaticales que consigan frenar ese avance y se ven obligadas a cambiar. Para alguien formado en estas disciplinas, es difícil reconocer estas derrotas, y por eso mismo hay ocasiones en que sus críticas suenan más a berrinches que a lecciones maestras.
Un procesador de textos puede detectar errores ortográficos y subrayarlos en rojo, pero muchas palabras que hoy son de uso habitual en el discurso público han llegado hace relativamente poco tiempo y exigen actualizaciones. Ejemplo: posverdad. La que fue considerada “la palabra del 2016” por el Diccionario Oxford todavía no tiene su entrada oficial en la Real Academia Española. Tampoco existe en la versión del programa con el que escribo esta columna, ya que es la única palabra de estos dos párrafos iniciales que tiene una línea roja por debajo.
Hace 20 años, en una famosa disertación ofrecida en un Congreso Nacional de la Lengua Española celebrado en México, García Márquez propuso jubilar la ortografía del idioma español. “Nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario: liberarla de sus fierros formativos, para que entre en el siglo 21 como Pedro por su casa”, dijo el Nobel colombiano en uno de los pasajes más recordados de aquella conferencia.
“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la G y la J, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver”.
Aquellos postulados no fueron bien recibidos en su momento por los defensores del español, y no faltó quien especuló que posiblemente se tratara de una broma. Sin embargo, el tiempo iba a darle la razón. Incluso, daría la impresión de que su pronóstico quedó corto, si tenemos en cuenta ciertas expresiones idiomáticas de hoy. El uso extendido de los mensajes de texto en los teléfonos celulares destrozó algunas palabras, les quitó caracteres a varias preposiciones y cambió consonantes a su entero capricho.
En la actualidad, muchas personas reemplazan las palabras con emojis y memes en sus diálogos digitales. Más allá de las quejas y los lamentos, nos comunicamos igual: el mensaje se comprende, que es lo que importa a fin de cuentas. ¿Esto enriquece o empobrece a un idioma? Ese debate amerita otra columna. Con el diario del lunes sobre la mesa, podemos decir que García Márquez se movió más rápido que el castellano (por cierto, ¿existe una expresión en inglés equivalente a la genial “el diario del lunes”?).