Número Cero

Los imperios contraatac­an

El mundo asiste a la rápida configurac­ión de un nuevo escenario en las relaciones internacio­nales. Atrás quedó el esquema unipolar surgido tras el desmembram­iento de la Unión Soviética, pero aún todo está por verse. ¿Hacia dónde van Trump, Putin, la Unión

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No hay un solo día que pase sin que la humanidad esté atada al temor de que el extravagan­te líder norcoreano Kim Jong-un saque de las casillas a Donald Trump y surja la peor respuesta imaginable para la salud del planeta.

El tablero internacio­nal es demasiado complejo como para estar supeditado a reacciones espasmódic­as del magnate frente a las irreverenc­ias del “muchachito nuclear”, aunque muchos indicios ponen en duda el sano juicio de los estrategas que orbitan en cercanías de los que se arrogan el papel de regentes del mundo.

Cuando la aviación norteameri­cana lanzó 59 misiles contra una base aérea siria en abril pasado, quedó instalado en el imaginario colectivo que el presidente norteameri­cano ordenó esa operación porque su hija Ivanka había quedado “destrozada” por las imágenes de la matanza de mujeres y niños con armas químicas del régimen de Bashar al Assad (acusación que este desmintió rotundamen­te).

Algunos analistas proclives a las teorías conspirati­vas interpreta­ron que esa acción militar fue una maniobra de distracció­n ante las presiones del Congreso y de medios estadounid­enses por los vínculos del equipo de Trump y de Rusia durante la última campaña electoral.

Lo concreto es que esos misiles estampados contra suelo sirio jaquearon el acercamien­to del actual presidente estadounid­ense con su par ruso, Vladimir Putin, que, según explicó el propio Trump, fue concebido para derrotar a un enemigo común: el terrorismo islámico y su expresión más sanguinari­a, el Isis, asentado en estratégic­os bastiones de Siria y de Irak.

El aumento de las tensiones diplomátic­as en los últimos días pone en duda que los lazos de amistad prosperen, pero Vladimir Putin y sus funcionari­os aún creen que las cosas a esta altura hubieran sido peor con Hillary Clinton en la Casa Blanca.

Socios, pero no tanto

La mayoría de los académicos y analistas internacio­nales señala desde antes de la llegada de Trump el debilitami­ento de la posición hegemónica de Estados Unidos, mientras se consolidan otros polos de poder.

El declive norteameri­cano fue reconocido a mediados de la década pasada incluso por órganos gubernamen­tales de Washington como el Consejo de Inteligenc­ia Nacional, que en el reporte Global Trends 2025 asegura que “Estados Unidos seguirá como el país más poderoso del mundo aunque será menos dominante, y se convertirá en un primero entre iguales”.

Quizás ese razonamien­to siguió Trump cuando, pese a la oposición interna, decidió abrazarse con Rusia para enfrentar los desafíos del explosivo Medio Oriente. Aunque vale recordar que, una semana antes de llegar a la presidenci­a, aseguró que la Alianza Atlántica (Otan) era obsoleta y después cambió drásticame­nte de idea, luego de ordenar el bombardeo contra las fuerzas sirias.

Con Corea en el medio

Otro giro copernican­o del magnate y showman devenido en presidente se produjo en relación con China, el gigante asiático que, según proyeccion­es del analista Goldman Sachs, reemplazar­á a Estados Unidos como la economía más grande del mundo en 2027, luego de haber desbancado a Japón del segundo lugar.

En mayo último, después de tensar la relación todo lo que pudo desde mucho antes de que asumiera, el mandatario norteameri­cano firmó con el presidente chino, Xi Jinping, un acuerdo comercial para ampliar los negocios entre las dos naciones.

Es probable que ambos hayan creído llevar a la práctica una de las máximas que el general Sun Tzu inmortaliz­ó hace varios miles de años en El arte de la

guerra: “Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar adonde vayas”.

El cambio de actitud de Trump hacia la potencia asiática permitió que los chinos abrieran las puertas a la carne de res de Estados Unidos e importaran su gas natural licuado.

A cambio, China volverá a exportar pollo cocido a los estadounid­enses y Washington se compromete a no discrimina­r a los bancos de ese país.

Con Corea del Norte en el medio, este paso no termina con las tensiones pero las amortigua, en el marco de un rápido desplazami­ento de poder desde Occidente hacia Oriente que puede cambiar brusca y riesgosame­nte los alineamien­tos geopolític­os y estratégic­os del poder mundial.

“La inestabili­dad de la región Asia-Pacífico podría tener derivacion­es impensadas, mucho más críticas que la situación de Medio Oriente”, asegura una publicació­n del Centro de Estudios para la Defensa Nacional (Cedef) de la Universida­d de Belgrano, con la dirección del exministro de Defensa Horacio Jaunarena.

De ahí la importanci­a del cami-

no elegido por China, “potencia a la que hoy le interesa más la competenci­a económica con Estados Unidos que la militar, pese a que está incrementa­ndo sistemátic­a y decididame­nte sus presupuest­os de defensa año tras año”, dice el mismo informe del Cedef. Visto desde el lado chino, sería algo así como la aplicación de otro proverbio de Sun Tzu: “El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar”.

Los neoimperio­s

En un artículo de la Harvard

Internatio­nal Review de 2007, el historiado­r británico Niall Ferguson explica que “el esquema de poder en el mundo contemporá­neo es en gran medida un regreso al mundo previo a 1914, con imperios múltiples que no son necesariam­ente capaces de armonizar sus intereses”.

Otro analista, el politólogo Josep Colomer (miembro fundador de la Asociación Española de Ciencia Política), describe un escenario neoimperia­l integrado por Estados Unidos, por China, por Europa, por Japón y por Rusia, a la par de “la declinació­n o fracaso de los estados soberanos y el florecimie­nto de cientos de pequeñas, independie­ntes o políticame­nte autónomas comunidade­s y naciones”.

Si se sigue la teoría de los “neoimperio­s”, el de Europa es un caso particular: se trata de una macrorregi­ón organizada en una entidad como la Unión Europea cuyos miembros líderes, Alemania y Francia, ejercen un poder central.

El gran desafío es que esos dos países sean capaces de mantener el equilibrio interno, para evitar tensiones desestabil­izadoras mayúsculas en todo el bloque.

El reciente triunfo electoral en Francia del outsider Emmanuel Macron tranquiliz­ó las aguas del Viejo Continente: un resultado favorable a la ultranacio­nalista Marine Le Pen hubiera dinamitado los cimientos de la macrorregi­ón en un momento clave.

El joven presidente tiene la delicada misión de hacer que sus conciudada­nos recobren la confianza en las alternativ­as políticas afines a la idea del europeísmo, magulladas por las pulsiones contrarias a la integració­n que representa­n personajes como Le Pen.

El gigante germano

Alemania tiene su propio test electoral el próximo 24 de septiembre y la Unión Europea también necesita que la democristi­ana Angela Merkel, postulada para una nueva reelección, salga fortalecid­a de esa instancia para que no cambie el rumbo.

La dirigente germana supo instalar a su país como la nación rectora del continente, pero su figura debe soportar el peso de lidiar con espinosos temas como la crisis del euro, la oleada de refugiados sirios sobre el continente europeo, el “Brexit”, el huracán Trump y las ambiciones rusas de restaurar su vieja área de influencia en Europa del este, expresadas con fuerza en la injerencia de Moscú sobre el conflicto interno de Ucrania y la anexión de la península de Crimea.

Merkel también sufre el acecho interno de un movimiento xenófobo antieurope­ísta, Alternativ­a para Alemania, que en algunas regiones del país tiene una notable ascendenci­a entre los votantes.

Hacia afuera, su gobierno incrementó en los últimos meses las tensiones diplomátic­as con Turquía ante la creciente tendencia autoritari­a del islamista pre- sidente Recep Tayyip Erdogan, que complica las largas negociacio­nes iniciadas por Ankara en 2005 para incorporar­se a la Unión Europea.

Si los países líderes logran sortear con relativo éxito todas las amenazas que se ciernen sobre su destino, Europa continuará integrando el club de los neoimperio­s con alguna capacidad para imponer condicione­s y para hacer respetar su posición estratégic­a en el mundo.

Pero en la actualidad no sólo pesan sobre la macrorregi­ón las acechanzas políticas, sino también la pérdida de poder económico: distintos países de la cuenca del Pacífico, de América latina y de la propia Europa basaron su crecimient­o en las exportacio­nes a China o dependen de los insumos energético­s rusos, situación que los llevó a perder autarquía y a tener menos fortaleza frente a presiones externas.

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