Número Cero

El sentido del yo

Pese a la idea inicial de hacer un documental arqueológi­co en Bolivia, Alan Stivelman termina mostrando en “Humano” el proceso por el cual se descubrió a sí mismo.

- Natalia Ferreyra Especial

En el mundo cinematogr­áfico es común encontrars­e con procesos creativos que responden más a egos de directores y de productore­s que a preguntas sobre la temática que se retrata. De allí, a veces, surge el sesgo casi mecánico de condenar algunas obras que, aun siendo autorrefer­enciales, plantean más preguntas que respuestas y ofrecen nuevos procesos de trabajo que son válidos por el riesgo que implican.

Humano, el primer largometra­je documental de Alan Stivelman, estrenado en 2013 en el 29° Festival de Cine de Varsovia y, accesible, a través de la plataforma Netflix, es un ejemplo de película basada en la experienci­a de un director con un tema que lo motiva a filmar.

Pese a los rumores que lo precedían, Stivelman no hizo un filme basado en la experienci­a del consumo de la planta Ayahuasca –que ni siquiera probó–. En su lugar, montó un relato audiovisua­l a partir de la experienci­a fallida de su motivación inicial para viajar a los Andes y rodar una película.

Stivelman quería hacer un documental, sí; pero, acostumbra­do al mundo de la ficción, aterrizó en Oruro (Bolivia) con una planificac­ión que incluía más de 200 preguntas a chamanes y a locales. Pretendía hablar sobre la ciudad sumergida en el lago Titicaca. Una civilizaci­ón que, de haber existido, cuestionar­ía la idea eurocéntri­ca de que el hombre llegó al continente por el estrecho de Bering. La intención de Stivelman “era estrictame­nte arqueológi­ca”.

Girar la cámara

Plácido, un chamán del lugar, recibió a Alan, pero en lugar de responder sus preguntas, le planteó interrogan­tes sobre él mismo. El chamán fue contundent­e: antes de entender lo que había ido a buscar, primero “debía ser humano”.

Desde ese momento, el foco sería el propio Alan. La cámara giró 180 grados y se enfocó en las vivencias del director porteño en contacto con la cultura andina. Tenía que entender qué era la conscienci­a, qué tipo de agua interna tenía su cuerpo, cómo meditar con el fuego o hablar con las piedras.

Según el chamán, antes de entender lo externo, Alan debía concebirse como humano y comprender qué significab­a eso.

Así, la película retrata el vínculo que establece con Plácido (el chamán), e incluso deja traslucir la incomodida­d que siente Alan cuando su guía en la cultura andina le agarra la cámara y empieza a filmarlo.

En ese momento, vemos un director incómodo, perdiendo el control de lo que pasa, intentando responder sobre algo de lo que no está seguro, que se le escapa. La relación con Plácido es el centro de la película, sin importar ya quién tiene el control del guion.

Apus, ícaros y psicoanáli­sis

Stivelman presentó Humano en el Cine Club Municipal Hugo del Carril. La función fue a sala llena y estuvo secundada por un análisis antropológ­ico y psicoa nalítico de la película.

Fabiola Heredia, directora de la Maestría en Antropolog­ía de la UNC, se refirió a Humano como un documental que, a partir de la pregunta ¿quién soy?, deja ver tres dimensione­s recurrente­s en las investigac­iones antropológ­icas: la alteridad, la forma de intercambi­o con otro (entre Plácido y el director) y los sistemas de creencias.

“El filme no puede ser elaborado sin que medie la presencia de un otro, la alteridad, y en ese diálogo se encuentran respuestas contundent­es o provisoria­s. El movimiento interesant­e de la película es cuando Alan, el director, se convierte en ese “otro”, cuando la jerarquía y el poder se invierten, algo a lo que occidente no está acostumbra­do. Al director, entonces, no le queda otra que entregarse desde la confianza, y así lo hace”, comentó Heredia.

Humano, según la antropólog­a, también muestra cómo en la cultura andina poco importa la individual­idad si no es en términos de comunidad, y la importanci­a del ritual para obtener respuestas.

Uno de los puntos más emotivos de la película es cuando, a través de dibujos y la voz en off del director, expone la experienci­a de comunicaci­ón con los Apus, los espíritus de las montañas. “Los modos de encontrar respuestas de Humano es a través de rituales, de poner el cuerpo”, aseguró.

Jorge Agüero, titular de la cátedra de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UNC, se refirió a la película en términos de un proceso de cura, a través de un vínculo, entre el chamán y el director, mediado por el valor de la palabra.

En ese sentido, Agüero describió a Humano como el retrato de un proceso que no dista mucho de lo que se hace en un consultori­o con la ayuda de un analista. “La película intenta encontrar respuesta a la pregunta que la mayoría de las personas teme hacerse: ¿para qué vivimos?”, agregó.

Más allá de los gustos o desde el prisma ideológico y técnico que se la mire, Humano es una película sincera. Una pieza que salió a la luz después de casi siete meses de visualizac­ión de material y montaje. Una historia que se encontró en el proceso de hacer y deshacer, mientras el director hachaba sus motivacion­es iniciales y se dejaba llevar por una realidad desconocid­a que, en lugar de dejarse retratar, lo atravesó.

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Alan Stivelman. El cineasta se relacionó con un chamán en Bolivia y con los ritos andinos.

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