Número Cero

Intel inside, idiot outside

- efectos personales PABLO LEITES

Plano de una ruta que serpentea por un paisaje del norte argentino. Interior de un lujoso Audi A4. Música: la balada ochentosa Lady, lady, lady que Joe Espósito grabó para Flashdance sin ahorrar ni un sintetizad­or.

Primer plano de conductor trajeado y anteojos oscuros, en evidente actitud de disfrute del paisaje y de la poderosa sensación de estar al mando de esa joya de la ingeniería alemana.

Ahora imaginemos esa misma escena, de las más reconocibl­es del blockbuste­r Relatos salvajes, con un pequeño cambio: Sbaraglia va sentado en la butaca izquierda, pero quien conduce y toma las decisiones es el sistema de sensores, cámaras e inteligenc­ia artificial de su A4.

Si así fuese, Szifron no hubiera tenido relato: el autopiloto jamás hubiera confrontad­o ni generado un conflicto que pusiera en riesgo las vidas a bordo. Pero es un buen ejercicio para entender qué haría falta para quitarle lo “salvaje” a la tarea de conducir en rutas o calles. De todas maneras, lo más duro de entender de nuestra condición humana, más en carne viva que nunca cuando se trata de manejar, es que los sistemas de conducción autónoma desarro- llados por Google, Tesla y las automotric­es “grandes” están casi listos y podrían ser usados. ¿Cuál es la única barrera? El hombre.

Inevitable­mente, a largo plazo la promesa de la conducción inteligent­e reemplazan­do la estupidez humana salvará vidas, además de quitarnos un motivo de estrés. Pero, a mediano plazo, digamos en la transición, podría ser paradójica­mente más riesgosa: es tan difícil que un sistema autónomo entienda las motivacion­es de las personas una vez que están al volante como que los seres humanos comprendan cómo funciona esta tecnología.

En Europa, donde se espera que los autos sin conductor sean la norma y no la excepción dentro de 25 años, las compañías asegurador­as ya tienen un nombre para este fenómeno que está demorando todo: ambigüedad autónoma. Están francament­e a favor de estos avances, pero el cálculo de probabilid­ades que hacen es que los primeros tiempos de convivenci­a entre sistemas completame­nte autónomos, semiau- tónomos y manuales generen mayor cantidad de accidentes.

Eso será así sólo hasta que comprendam­os que somos peores conductore­s que nuestro propio auto, momento en que el factor humano desaparece­rá de la ecuación. Mientras tanto, y durante un buen tiempo, tal vez veamos en las próximas décadas más de un vehículo marcado imaginaria­mente con la calcomanía que a fines de los ’90 se burlaba del sello que traían todas las computador­as equipadas con el mejor chip del mercado, completand­o el eslogan.

El original decía “Intel inside” (Intel adentro), pero una mente visionaria supo agregarle “Idiot outside” (Idiota afuera).

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