Tras el derrumbe
Las antologías que de algún modo parecen proponer la delimitación de una época, movimiento o movida siempre generan polémica. En el cómic, pasó hace poco con DisTinta y su subtítulo Nueva historieta argentina, como antes con Informe (Editorial Municipal de Rosario, 2015) y su semejante Historieta argentina del siglo XXI.
Pese a la ausencia del más clausurante artículo “La” al inicio de los subtítulos, esos recortes de cancha suelen provocar susceptibilidades abiertas, recelos y discusiones conceptuales en torno a exclusiones e inclusiones. Pero esos son rollos que importan al interior del gueto comiquero.
En otro lado, para un lector general cuyo consumo de cómics no es tan habitual aunque lo disfruta, estos compilatorios son excelentes oportunidades para encontrarse de golpe, apretaditos entre dos tapas, anchos mundos de historieta de autor nacional, panorámicas tan diversas como los criterios de los compiladores, a quienes a fin de cuentas les asiste el derecho de subjetividad.
En DisTinta, el consagrado autor y editor Liniers y el periodista cultural particularmente afecto al cómic Martín Pérez decidieron reunir a muchos de los autores que han mantenido viva la historieta en el país tras el quiebre, a fines de los años 1990, de la gran industria de revistas especializadas con destino de quiosco.
Autores que siguieron haciendo lo suyo, o empezaron a hacerlo, desde los fanzines, los blogs o las pequeñas editoriales independientes, y que en muchos casos luego fueron ocupando los espacios profesionalizantes que se abrieron en diarios y revistas, madurando desde sus crecientes editoriales propias o proyectando su obra al exterior.
No es la nueva-nueva historieta argentina, claro, no la que está brotando en los fanzines de hoy, las redes sociales o los más recientes sellos autogestivos. Es la que en las últimas dos décadas conformó el estado de cosas del campo reemplazando a la perdida era de tonys y skorpios, de muchedumbres de dibujantes a sueldo con entregas periódicas de series “realistas” y aventureras.
No está todo, por supuesto: nunca cabe. Y entre lo que falta, podemos reclamar mayor representación de las provincias, que aportaron mucho semillero a la nueva cosecha.
Pero 33 afianzados dibujantes o realizadores integrales y seis guionistas puros desplegando una pluralidad de estéticas y sensibilidades que abordan cotidianidad, melancolía, humor desbocado, apropiación de niños durante la dictadura, parodia de clase B, biografía de Discépolo, trips surrealistas, tributo a Cortázar, lucha libre, posapocalipsis y rocanrol, entre otras posibilidades, ya conforman una sustanciosa selección para empezar a paladear lo que asomó y sedimentó entre la polvareda después de un derrumbe.
Por su parte, junto a obras que pueden haber leído en Fierro o en internet, los historietófilos más asiduos encontrarán el estreno de varias perlitas y promisorios adelantos de series y novelas gráficas.