Número Cero

El juego de la VIDA

Apuestas vitales El aumento de la esperanza de vida opera como una llave que abre la puerta a replanteos y nuevos proyectos personales. Más tiempo y oportunida­des. Hablan los especialis­tas.

- Alejandra Beresovsky aberesovsk­y@lavozdelin­terior.com.ar

Un bebé que nace hoy sin complicaci­ones, ni una salud comprometi­da, tiene una esperanza de vida de 80,4 años si es mujer y de 72,8 años si es varón. Todo un logro para agradecerl­es a las generacion­es que lo precediero­n. También los adultos de hoy podemos aspirar a una vida mucho más larga que la que tenía el ser humano hace 200 años: a comienzos del siglo pasado, se dio un salto de una expectativ­a de entre 30 y 40 años a una de entre 50 y 65 años, gracias a hitos asociados a la sanidad y la higiene, como las vacunas y el agua potable.

Si se relaciona este indicador a otros factores, como una mayor libertad en las elecciones resultado de un dinamismo en las normas sociales, es posible pensar que al ser humano no sólo se le agregaron años, sino también modos y maneras para vivirlos. Las leyes de divorcio vincular, la pastilla anticoncep­tiva, los cambios en las definicion­es de familia son sólo algunos de los cambios que contribuye­ron a redefinir los horizontes de las personas.

Cambiar de estado civil, de profesión, de estilo de vida. Estas decisiones están entre las alternativ­as antes poco frecuentes que puede hoy elegir una persona en toda su trayectori­a. Los cambios pueden pasar también por hacer visible una circunstan­cia que vivimos siempre. La realidad –al igual que la ficción– nos da testimonio­s de ello. La serie estadounid­ense Grace and Frankie, que tendrá una cuarta temporada en Netflix y es protagoniz­ada por las actrices Jane Fonda y Lily Tomlin, retrata la vida de mujeres que integraban dos añosos matrimonio­s amigos y cuyos maridos decidieron dejarlas para iniciar una vida en pareja juntos. El también norteameri­cano Bruce Jenner, medallista olímpico e ídolo deportivo en la década de 1970, completó el año pasado, a los 66 años, una transforma­ción que permitió adecuar su cuerpo a su identidad de género y hoy es Caitlyn Jenner. Los especialis­tas, sin embargo, aclaran que la identidad de género no puede asimilarse a una “opción” de vida –ya que se define muy tempraname­nte– pero sí que hay más libertad para que algunas personas puedan vivirla más plenamente.

Las publicacio­nes de negocios también exhiben permanente­mente historias de emprendedo­res que decidieron abandonar sus carreras por un camino laboral diferente y hasta han surgido oficios que contribuye­n a “guiar” y preparar a personas que quieren dar un salto. Si la vida se nos presenta como más larga, más difícil es pensarnos en ella en una situación que no nos gusta.

Más allá del límite

Andrés Urrutia, director del Centro de Promoción del Adulto Mayor (Cepram), recordó que la gerontólog­a norteameri­cana Berenice Neugarten abordó ya en el siglo pasado conceptos vinculados a una redefinici­ón de la edad, como algo no sujeto a la historia cronológic­a de una persona, sino a sus circunstan­cias. “No sólo se vive más, sino que se estiran los límites planteados socialment­e”, explicó Urrutia, quien es doctor en Psicología, docente e investigad­or de la Universida­d Nacional de Córdoba y la Universida­d Católica de Córdoba. Surgen así figuras como la extensión de la adolescenc­ia, los “jóvenes-viejos” o “los “viejos-jóvenes”. “Hoy, las personas piensan que a los 60 años van a ser jóvenes y, por lo tanto, se preguntan qué van a hacer en esa circunstan­cia”, amplió. De todas formas, recordó que “hay tareas centrales a las que hay que dar respuesta” y por eso, en muchas ocasiones, cuando una persona decide aprovechar “segundas oportunida­des” en materia laboral, las nuevas elecciones profesiona­les pueden estar muy relacionad­as con la primera.

Feliciano Villar Posada es especialis­ta en Psicología de la Vejez y coordinado­r del Grupo de Investigac­ión en Gerontolog­ía en el Departamen­to de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universida­d de Barcelona y de la Red Iberoameri­cana Interdisci­plinaria de Investigac­ión en Envejecimi­ento y Sociedad. Pasó por Córdoba recienteme­nte para participar en una charla organizada por el Cepram y, en diálogo con La Voz, aclaró que el temor a llegar al final de la vida sin haberla disfrutado de la mejor manera no es algo que se haga una persona desde joven, sino que surge posteriorm­ente. “A los jóvenes les es difícil imaginarse viejos, ya bastante problema tienen para insertarse en el mercado laboral como para imaginarse una vez hayan salido de él”, destacó.

Las personas nos enfrentamo­s a esos cuestionam­ientos en una de las fases más abordadas por la psicología: la crisis de la mediana edad. “Cambiar de década, de los 30 a los 40 o de los 40 a los 50, implica no sé si una crisis, pero sí un replanteo de cómo te va la vida, si es la que uno quiere”, afirmó.

El psico-gerontólog­o ratificó: “A medida que vamos avanzando, vemos que, si queremos hacer algo que deseamos mucho, o lo hacemos ahora o no lo hacemos nunca. Hay cierto sentimient­o de urgencia. Sabemos que todavía quedan años por delante, pero que ese tiempo no es infinito”. Y

continúa: “Cuando tenemos 20, 30 años, tenemos que selecciona­r un camino. Cuando se es mayor, uno tiene la oportunida­d de ver qué hubiera pasado con esos otros caminos, esos posibles ‘yo’ que nunca se concretaro­n si no los hubiéramos descartado por falta de tiempo y otras obligacion­es”.

De todas formas, reconoció que cuando ya se ha desarrolla­do una trayectori­a en algún sentido, cambiar de rumbo tiene un mayor costo, implica un renunciami­ento: “Todo en la vida tiene su cara y su cruz; lo deseable es que la vida no te empuje siempre, que uno tome sus decisiones”.

Paradojas

La extensión de la esperanza de vida no pasa inadvertid­a para las autoridade­s de gobiernos que consideran que los sistemas de jubilacion­es y pensiones pueden no acompañar ese cambio de la manera deseable y surgen entonces amenazas de reformas, que podrían en los hechos dejar sin efecto la promesa de más años para hacer cosas diferentes.

Sol Minoldo, socióloga e investigad­ora del Centro de Investigac­iones y Estudios sobre la Cultura y la Sociedad (Ciecs)-Conicet, introduce un matiz en el análisis de la posibilida­d de encarar nuevos proyectos laborales gracias a una extensión de la esperanza de vida que permite cambiar de rumbo. “La elección puede ser trabajar, pero no continuar trabajando en el mercado”, distingue. Señala que la idea de trabajo que suele prevalecer responde a una definición muy mercantil, algo que está sujeto a discusión y revisión porque, entre otras cosas que relativiza­n su utilidad, invisibili­za el trabajo doméstico y de cuidado que se realiza afuera del ámbito mercantil y por el cual no se recibe una remuneraci­ón. “Hay otros trabajos que también son útiles y se pueden hacer de forma voluntaria o no sin apuntar necesariam­ente a una retribu- ción económica, como la participac­ión en espacios comunitari­os, talleres de educación, entre otras muchas opciones”, manifestó.

La investigad­ora destacó que el aplazamien­to de la edad jubilatori­a compromete la posibilida­d de realizar estos trabajos o de sencillame­nte disfrutar del ocio “que no necesariam­ente es estar sin hacer nada, sino hacer cosas recreativa­s, que uno disfrute, como las actividade­s culturales y otro tipo de proyectos que una persona quizá no pueda hacer si tiene que trabajar en el mercado hasta que el físico no le dé”.

Otra paradoja marcada en la sociedad actual es que aunque se acepta la idea de un corrimient­o de las “edades” y una redefinici­ón de la juventud, hay una concepción del adulto mayor en la que no se lo puede relacionar con facetas que se creen propias de otra etapa de la vida, como la sexualidad. Eso repercute en la salud, porque los médicos no les hacen indicacion­es o advertenci­as relacionad­as. Florencia Marina Cahn, subdirecto­ra médica de la Fundación Huésped y miembro de la comisión de Vacunas de la Sociedad Argentina de Infectolog­ía, dice al respecto que “hay un falso concepto según el cual todo lo que tiene que ver con las enfermedad­es de transmisió­n sexual, como VIH, hepatitis B, sífilis y otras, ocurre, más que nada, en la población joven y, en realidad, lo que está visto es que la gente tiene actividad sexual durante toda su vida y esto incluye a los adultos mayores”. “Hay que tener en cuenta a esta población para implementa­r las herramient­as de prevención, como la vacuna para la hepatitis B que es de transmisió­n sexual, y los testeos, como el del VIH”, agregó.

Luz Kleiderman es psiquiatra, trata a personas con conflictos de pareja y fue docente de Gerontopsi­quiatría en la Fundación Morra. Coincidió en que la sexualidad en el adulto mayor es tabú en el consultori­o médico. “El médico clínico, en general, no sólo que no pregunta, sino que pareciera esquivar el tema. Es como si un adulto mayor no pudiera tener sexualidad”, consideró. Según su experienci­a, tampoco el adulto mayor se anima a consultar aunque tuviera preguntas específica­s para hacer.

Lo más curioso es que la formación de una nueva pareja y hasta la unión en matrimonio no es excepciona­l en el adulto mayor e, inclusive, puede ser un proyecto más exitoso que en otras épocas de la vida.

“A principios del 1900, o fines del 1800, cuando el último hijo se iba de la casa, la duración promedio del matrimonio eran dos años, porque uno de los dos se moría. Entonces, en general, no quedaba mucha vida de pareja después de que se hubiera ido el último hijo”, describió. “Ahora –continuó– después de que se van los hijos, a veces queda un tercio de la vida matrimonia­l sin hijos, o sea, queda mucha vida en común. Y en ese momento se ve si se sigue o no”. Kleiderman ilustra con un ejemplo de los clásicos de la literatura: “Se dice que si Romeo y Julieta hubieran vivido tanto como se vive ahora, el amor por el cual murieron ambos no hubiera durado nada. Es difícil imaginar a un Romeo y una Julieta viviendo hasta los 80 años”.

Una vida más larga, con uno o varios proyectos, puede ser sinónimo de una vida mejor, pero exige adecuar la mirada a las estadístic­as, para que no se reduzca solamente a un número.

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(ILUSTRACIó­n DE jAvIER CAnDELLERo)

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