La indignación sobreactuada
Hay que dejar claro algo (porque en Argentina siempre hay que dejarlo claro): todos tenemos el derecho a la libre expresión. No es el espíritu de esta columna debatir eso, aunque temo que algún lector termine levantando el dedo acusador. Hecha la aclaración, sigamos.
El tema aquí son las opiniones políticas de los artistas argentinos. Más que las opiniones, es el contenido. Hubo un tiempo en que era una extrañeza saber qué pensaba un actor o un cantante sobre los subsidios al transporte, por poner un ejemplo. Años atrás, esas cuestiones técnicas no formaban parte del valor cultural requerido en “el ambiente”. Pero eso ha cambiado y hoy muchos han asumido un rol nuevo. El de analistas de todo.
Son artistas de buena voluntad, que buscan comprometerse, pero que son incapaces de mantener la boca cerrada cuando algún periodista (o el tentador Twitter) los aborda con alguna consigna sobre la realidad nacional. O, para ser más precisos, cuando alguien los consulta sobre el presidente Mauricio Macri. Porque ese el problema: la postura política respecto del Gobierno nacional.
Hay una ley no escrita que prohíbe siquiera una duda mínima sobre la marcha del macrismo. Todo está mal. Es así y no se discute. Aquellos actores que se han pronunciado, no digamos a favor de Cambiemos, sino apenas esperanzados, sufrieron el escarnio militante. El arte no combina bien con el color amarillo.
Los artistas que, en cambio, castigaron con dureza a Macri se han ganado el aplauso de sus pares (y de la prensa simpatizante de esta postura) aun cuando, en varias ocasiones, los dichos sean verdaderas barbaridades. Y es que muchos parecen necesitados de vomitar su bronca apelando a comparaciones anacrónicas, acusaciones inverosímiles y hasta posturas que rozan lo antidemocrático (esta semana un actor afirmó que “Macri no debió haber asumido jamás”). La cuestión es mostrar lo lejos que se está de Mauricio.
En muchos casos (que no vamos a enumerar acá) apelaron al mecanismo laboral de aprenderse un libreto y repetirlo. Adolescentes de centro de estudiantes enardecidos que no miden sus palabras y patinan hasta embarrarse. Pero de argumentar, poco y nada. Aunque los hechos digan lo contrario, aunque quizá sea un temor injustificado, el diagnóstico es siempre lapidario.
Hay actores incluso que se han convertido en un show de sí mismos. Son los que aparecen en programas políticos (de los “medios hegemónicos”), invitados para sumar algún punto de rating extra. Los productores saben que los traicionará el temperamento y se desbocarán cuando suene la palabra “Macri”. No falla. Funcionales de lo que critican.
Es curioso. Los artistas hoy parecen decididos a quemar las naves sin importarles qué piensa el público (siempre masivo, ecléctico, multicultural y políticamente diverso); su público. Aunque hablen de un imaginario regreso de la dictadura, la destrucción de la industria nacional o las metas de inflación. No importan los argumentos, ni si alguien pudiera refutarlos. Lo que hoy vale es la indignación sobreactuada.