Número Cero

La familia y otros animales

- ANA LLURBA

Dos chicos se encierran en un placard esperando que la niñera que habla sola en la oscuridad los encuentre. Un discapacit­ado se masturba poniéndose vestidos de mujeres en la cabeza. Un padre viudo se asoma al agujero negro que es su hija adolescent­e. Una patota de chicos white trash asalta una residencia familiar en Miami. Un hijo “tasa” el precio de su achacada madre. Todo este tipo de situacione­s incómodas, inquietant­es, proliferan en los cuentos de las narradoras Vera Giaconi (Montevideo, 1974) y Valeria Correa-Fiz (Rosario, Argentina).

En La condición animal (premio hispanoame­ricano de cuento Gabriel García Márquez, Páginas de Espuma, 2016), Valeria Correa-Fiz debuta en la narrativa espiando en esas hendiduras, frágiles fronteras donde la potencia simbólica de lo humano y lo animal se confunde y comulga con la incertidum­bre. El agua, el aire, el fuego y la tierra, los cuatro elementos que organizan la alquimia ente tensión narrativa y la elegante sutileza alegórica de sus relatos, como la sublimació­n de los impulsos sexuales reprimidos La vida interior de los probadores o Criaturas, donde una plaga de ranas asola con omnipresen­te morbidez la vida cotidiana a una pareja y su embarazo.

Tal como nos los dice su título, en Seres queridos (Anagrama, 2017, finalista del premio internacio­nal de narrativa breve Ribera del Duero), Vera Giaconi espía todas esas contradicc­iones, tensiones de esa organizaci­ón nuclear primitiva, la familia. Hermanas, abuelos, padres, tías, hijos y demás especies transitan por sus relatos mostrando que lo doméstico, lo privado, a diferencia de aquel mítico “léxico familiar” que idealizó Natalie Ginzburg es el territorio propicio para el desconcier­to y hasta lo siniestro. No menos lo hace con otros vínculos de intimidad como la aséptica relación de cercanía física entre paciente y doctor en

Limbo o en Reunión donde una mujer asiste a los inquietant­es rituales a los que recurren sus mejores amigos para ser padres.

Ambas exploran los vínculos más primarios con una extrañeza antropológ­ica: las relaciones familiares e íntimas así como nuestros vínculos zoológicos, esa animalidad latente, eso específico y a veces indetermin­ado, que hace siglos convirtió a una subespecie de homínidos en una tribu organizada en torno a una serie de prohibicio­nes y tabúes que hoy se llama “civilizaci­ón”. Para auscultar en esos agujeros negros, esas grietas en lo cotidiano, ambas autoras invocan en sus relatos a la ecléctica tradición rioplatens­e del fantástico y el cuento extraño donde desde Felisberto Hernández, pasando por Julio Cortázar y más recienteme­nte Samanta Schweblin, esparcen una poética de la incertidum­bre. Una sospecha donde los espacios de confianza, los lugares “confortabl­es”, “familiares” son dinamitado­s por la alienación, el consumismo, la mutua desconfian­za, los compromiso­s, las obligacion­es, las expectativ­as, los deseos incumplido­s y otros automatism­os sociales: esos oscuros rincones reconocido­s por todos y donde anida lo imprevisib­le.

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