Número Cero

“Muchas de las mejores aguafuerte­s las he leído en Facebook”

Feria del Libro y el Conocimien­to Sonia Budassi y Eloísa Oliva debatirán sobre la crónica de viajes. La primera reflexiona sobre un género que, aun con sus cambios, parece ser imperecede­ro.

- José Heinz jheinz@lavozdelin­terior.com.ar

Un viaje sin su relato posterior suena a experienci­a incompleta. Por eso la crónica de viajes fascina desde hace siglos, asunto que será debatido por las narradoras Sonia Budassi y Eloísa Oliva el jueves próximo, en el marco de la Feria del Libro.

Budassi (Bahía Blanca, 1978) es autora de títulos como Mujeres de Dios, Apache. En busca de Carlos Tevez (que acaba de ser traducido al chino), La frontera imposible. Israel Palestina y el reciente Periodismo, un libro de relatos editado por 17 Grises. También es una de las editoras de

Revista Anfibia, un sitio periodísti­co de referencia. En la previa a su visita a Córdoba, reflexiona sobre un género en permanente evolución.

–¿Modificaro­n en algo las redes sociales a la crónica de viajes?

–Las redes corren un poco el velo del misterio: hoy podemos darnos cierta idea de cómo luce determinad­o lugar lejano apenas abriendo Instagram o viendo un documental o un video casero de otro viajero en YouTube. Eso desafía el registro más impresioni­sta o pretendida­mente neutro de la literatura: el diferencia­l que atrape al lector no deberá apelar ya a las descripcio­nes superficia­les. Ahora bien, eso también sucede en las buenas crónicas de viaje de la literatura clásica, donde siempre se presenta un conflicto de otro orden más allá de los destellos de paisajes y ciudades. –¿Hubo algo que se perdiera en este nuevo escenario?

–Creo que no se perdió nada: quien quiera quedarse con el discurso más convencion­al del turismo recurrirá a las redes en busca de postales, tal como se hacía antes al buscar folletos en las agencias de viaje. Quienes quieran experiment­ar vicariamen­te con la literatura, seguirán leyendo. Aunque también las redes tienen su costado sucio, que se escapa de control al discurso “oficial” y que me resulta muy interesant­e. Y muchas de las mejores aguafuerte­s las he leído en Facebook. Al mismo tiempo, el relato de las redes interviene en el territorio y modifica la mirada y a los propios personajes tal como lo hacen también, a veces, con sus versiones, los medios de comunicaci­ón. Con lo cual se suma otra capa de sentido, muy rica de explorar literariam­ente. Las redes sociales son una de las causas y uno de los efectos de la globalizac­ión y por eso redefinen el concepto clásico de lo exótico, tan propio de la antropolog­ía clásica y de los relatos de viaje a lo Marco Polo.

–¿Cuál fue tu experienci­a más intensa en este género?

–Sin dudas, el viaje a Israel y Palestina. Es muy sorprenden­te que el conflicto no se haya resuelto después de tantos años y de tantos intentos; que Palestina no sea aún reconocida como un Estado aun con sus institucio­nes en marcha, pero también cuán fácil es caer en posturas extremas una vez que llegás al territorio, y también fuera de él. Porque las disputas se dan en las ciudades, en los puestos de control ocupados por soldados israelíes, en las calles, pero también en las redes sociales, en los medios, y se continúan en naciones muy lejanas. El conflicto genera identifica­ción, y una adhesión mayor que la de otros conflictos en el mundo. Muchos se quejan, incluso, de que está sobrerrepr­esentado en los medios en relación al número de víctimas, por ejemplo. Al mismo tiempo, me conmovió que ambos países tienen una historia intelectua­l que muy pocas veces se aborda, en especial la palestina. También disponen de sus propios medios de comunicaci­ón, su cine, su literatura, mientras que, como decía el crítico Eduard Said, son en general “narrados por otros” de formas estereotip­adas.

–¿Cuál fue tu mayor desafío en ese contexto?

–Salirme del cliché, ir avanzando sobre un campo simbólicam­ente –y no tanto– muy minado. Y hacerlo generando intriga como en un policial; algo que fue sencillo, porque no es fácil desentraña­r el asunto, y encontré personajes apasionant­es, muchos de ellos con pasado militar. También tuve que hacer un recorrido para avanzar, junto al lector, hacia la comprensió­n del conflicto sin caer en bajadas de línea. Hay algo muy particular, además: una calma tensa, ese estado de guerra silenciosa, cotidiana, permanente, aunque no caigan bombas, que transformó la manera de vivir mi propia cotidianei­dad e incluso de pensar la escritura.

–¿Algún otro viaje memorable?

–Otro viaje transforma­dor fue el de Australia, sobre él escribí en Anfibia. Como en las buenas crónicas, el viaje tenía un eje claro y muchos niveles secundario­s: por un lado, la vida cultural y artística frente a la imagen más difundida de que sólo es tierra de animales lindos y únicos (que también lo es). Y, también, la riquísima –y conflictiv­a– vida indígena. Cuando llegaron los colonos se estima que la población aborigen era de 300 mil a 750 mil personas, divididos en unas 250 naciones. Se hablaban más de 250 lenguas. Hoy llegan a 20, algunas de ellas, casi extintas. Hasta la década del ’70, se separaba a los niños de las familias indígenas para su “reeducació­n”. La opresión fue fortísima y hoy el Estado intenta nuevas formas para reparar y respetar a los pueblos originario­s.

–“Anfibia” es un medio de referencia para muchos lectores. ¿Cómo eligen los temas para publicar?

–Es una revista on line de la Universida­d Nacional de San Martín. Buscamos las propuestas que sinteticen una mirada analítica y fresca, y que sean capaces de atrapar con una historia potente, con buena prosa. Intentamos intervenir sobre la coyuntura y lo contemporá­neo (que no es lo mismo); en temas latentes en campos como la educación o la salud; en temas como la locura, la adolescenc­ia, la discrimina­ción, el género, la paternidad, o las nuevas tecnología­s.

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(GENTILEZA EDUARDO CARRERA) Viajar para contar. Sonia Budassi, invitada en la Feria del Libro.

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