Número Cero

En estado de inmadurez

Witold Gombrowicz Acaba de publicarse la versión completa del “Diario” del escritor polaco. La perfecta ocasión para entrar en su mundo de aristócrat­a rebelde e irónico.

- Gustavo Pablos gpablos@lavozdelin­terior.com.ar

El día en que un grupo de jóvenes amigos despedía en el puerto a Witold Gombrowicz, uno de ellos escuchó o simuló escuchar que desde la cubierta del buque que lo llevaría de regreso a Europa salía disparado un grito que parecía una consigna de guerra: “¡Maten a Borges!”.

Más allá de un par de intentos fallidos, el pedido no fue cumplido, pero su voz elegante y provocador­a no ha dejado de oírse, aunque limitada a unas pocas ocasiones y en ambientes relativame­nte especializ­ados.

Gombrowicz había llegado a la Argentina en el transatlán­tico Chrobry en 1939, como parte de una comitiva oficial polaca para inaugurar una nueva ruta marítima entre ambos países. A los pocos días estalla la Segunda Guerra Mundial y las dos semanas se convierten en 24 años. Así queda entregado a un destino absolutame­nte imprevisib­le, como el que quizás le esperaba en una Polonia invadida y ocupada por Alemania y por la Unión Soviética.

Sin dinero, sin conocimien­to del español y con una pequeña fama nacional obtenida por un par de libros publicados, comienza un largo exilio que recién se interrumpi­rá en 1963, cuando es invitado por la Fundación Ford para permanecer durante un año en Alemania como escritor residente.

Terminada su beca, se instala en Francia hasta su muerte en 1969, aunque por diversos motivos no pudo cumplir con su deseo de volver a Polonia.

A pesar de las adversidad­es, el mismo Gombrowicz se encargaría de reivindica­r tiempo después al período argentino como el más fructífero, porque ese nuevo territorio –al que primero califica de “penoso, terrible, desesperan­te”– funcionó paradójica­mente como una liberación: una suerte de nueva inmersión en la juventud, tanto la propia como la ajena.

Lejos del mundo

Durante varios años de pobreza y casi sin amigos locales y unos pocos del medio literario, como Carlos Mastronard­i y Roger Plá, vive en pensiones, conoce a miembros de la comunidad polaca, frecuenta el puerto y los bares de Retiro.

En 1946, y gracias al aporte de una amiga mecenas, auspicia la formación de un comité para traducir su primera novela, Ferdydurke, experienci­a de rasgos singulares ya que él apenas balbuceaba el castellano y los demás apenas conocían unas pocas palabras del polaco.

En los años siguientes escribirá las novelas Trans-Atlántico, La pornografí­a, y Cosmos; las obras de teatro El casamiento y Opereta, y la antología de cuentos Bacacay. Pero quizá la obra mas jugosa y que más huellas ha dejado en sus lectores es el Diario, un voluminoso documento que ahora publica por primera vez en Argentina El Cuenco de Plata (la preceden dos ediciones en España) en versión revisada (en un castellano más neutro) y con un importante volumen de notas.

Gombrowicz empieza a escribirlo en 1953 para que las entradas fueran publicadas regularmen­te en la revista Kultura, un órgano de la resistenci­a polaca en Francia que ingresaba clandestin­amente en Polonia.

Varios años después de haber comenzado su peregrinac­ión argentina, el proyecto es un intento de superar esa condición que parecía fatal y que consigna en uno de sus fragmentos: “¿El arte? ¿El escribir? Todo esto había quedado en aquel otro continente, cerrado a cal y canto, muerto..., mientras yo, Witold, aunque me presentara a veces como escritor polaco, no era más que uno de aquellos desheredad­os acogidos por la pampa... (...) y sabía que la literatura no me podía asegurar, en la Argentina agrícola y ganadera, ni una posición social, ni el bienestar material”.

Palabras para todo

Pero también sus páginas son una reacción frente a ese mundo ajeno y distante, del que una y otra vez se burla defraudand­o la imagen que sus interlocut­ores esperaban que representa­ra: “¿Cuáles eran mis posibilida­des de entendimie­nto con aquella Argentina intelectua­l, estetizant­e y filosofant­e? A mí me fascinaba, en este país, lo bajo y ellos eran las alturas. A mí me encantaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”.

Desperdiga­das en más de sus 700 páginas, reflexione­s como estas producen el efecto de un soplo de aire fresco al lector argentino, aunque su acartonami­ento y su seriedad tengan ahora otras modulacion­es.

El voluminoso testimonio recoge de todo y en los más diversos registros: las vivencias personales e impresione­s de sus muchos viajes por el interior del país, reflexione­s artísticas y filosófica­s, polémicas con otros escritores, descripcio­nes de sus nuevas amistades, los años de trabajo en el Banco Polaco, ideas sobre las novelas que estaba escribiend­o, sus diferencia­s con la cultura de Polonia y con la de ese país que había comenzado a conocer años atrás.

Pero además este fascinante ejercicio en “tiempo real” le permitirá ajustar cuentas con su pasado y con su presente, darle forma a su figura especuland­o sobre temas que venían de sus años en el lejano continente y que migraron a su presente de exiliado (la tensión entre la forma y lo informe, la madurez y la inmadurez, lo alto y lo bajo), y diseñar algo que se acerque, aunque más no sea como tentativa, a su deseo de futuro.

Y así, algo que había nacido como un tímido, titubeante refugio imaginario, termina haciendo las veces de trampolín que le permitirá obtener efectos reales en el tiempo: la publicació­n de sus libros en Europa, el reconocimi­ento de la crítica y los lectores y además ser tenido en cuenta para algunos premios.

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Diario Witold Gombrowicz El Cuenco de Plata Buenos Aires, 2017
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(REVISTACOL­OFON.COM.AR) De regreso. Witold Gombrowicz, en sus últimos años en Europa.

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