En el nombre del padre
Más allá de su sentido religioso, la Biblia tiene un valor cultural y comunicacional que perdura en sus expresiones. Sus frases parecen salidas de técnicas publicitarias.
Nadie lo ha visto. Nunca. Pero el poder de sus supuestas palabras ha trascendido los siglos. Para algunos sólo la fe basta para creer en su existencia. Para otros, hay que verlo para confirmarla. Casi todo el mundo lo nombra en algún momento del día; ya sea por creencia o a modo de simple exclamación.
Su legado está en la Biblia, cuyas frases, las más usadas y conocidas, son un ejemplo perfecto de las técnicas que la comunicación publicitaria pone en práctica a la hora de pensar un aviso o un eslogan. Simples, claras, fáciles de recordar y que remiten de inmediato al producto.
Todo comunicador busca ese efecto cada vez que construye un mensaje. Sobre todo aquellos que persiguen un fin económico o ideológico.
Nadie sabe bien cómo y cuándo fueron asentadas estas frases en la forma de un documento histórico. Tampoco si son textuales o la transmisión fue cambiando su sentido original.
Varias frases bíblicas se incorporaron al lenguaje popular, ya sea para metaforizar objetos o situaciones. Lo cierto es que tampoco hace falta la fe para poder usarlas. Los creyentes fervorosos dirán que es un regalo divino al lenguaje, y los ateos o agnósticos las emplearán sin culpa alguna. Quizá este punto es la mayor virtud de las palabras de la Biblia.
Por ejemplo, no todos saben quién fue Matusalén. Sin embargo, su nombre es sinónimo de algo muy viejo. “Tiene más años que Matusalén”, decimos para definir cosas antiguas, sea en forma de burla o para significar literalmente que es algo tiene muchos años. Matusalén era el abuelo de Noé, el del Arca. En el Génesis, se afirma que murió a los 969 años. Perfecto, y hasta gracioso entonces, para graficar con su nombre algo añejo.
“Se lavó las manos”, decimos para simbolizar que alguien se desentendió de un tema. Algunos sabrán que la frase nace de la actitud de Poncio Pilatos cuando Cristo fue condenado a muerte. Pero creyentes o no, su uso no representa una falta de respeto a una religión.
Las palabras de la Biblia tienen tanto color y sabor que sería un pecado no usar sus frases en nuestras conversaciones cotidianas. Quizá la Biblia es uno de los mejores libros de metáforas culturalmente exitosas. Y tengamos fe o no, creamos en Dios o estemos seguros de su inexistencia, pegarle una leída como si fuera un libro de cultura general siempre es una experiencia asombrosa. Amén (que así sea).