Remeras que dicen
Frases y expresiones recortadas de su contexto y estampadas en la prenda son el último guiño de la moda.
Uno de los impulsos antropológicos más atractivos es el que deja una huella visible públicamente. Pueden ser frases, mensajes, o simples testimonios de una época. Pero lo que antes sólo embellecía catacumbas y muros, hoy alcanza una visibilidad ambulante: las remeras.
El primer lienzo creativo fueron las paredes que anunciaban la llegada de un pueblo enemigo, de un conquistador, testimoniaban las costumbres de una comunidad o, en su versión más moderna, estampaban mensajes políticos. El grafiti es la forma más instalada de intervención expresiva pública.
La misma consigna se replica en el mundo de la indumentaria. No es novedad que las remeras tengan diseños que definan la personalidad del portador, pero lo que sí es nuevo es la necesidad de utilizar otro tipo de mensaje. Atrás quedaron las frases motivacionales y los chistes estampados en algodón. El último guiño de la moda son las remeras de diseño básico que realzan una frase sólo comprensible en este momento.
La cultura popular argentina es un compendio de frases de Ricardo Fort, del presidente de turno, matizadas con un verso de Ricardo Montaner y hasta con spots publicitarios. El trabajo de aquel que decide la frase que vale la pena estampar consiste en recortarla de su contexto habitual y convertirla en marca de una cultura. Se trata de la creatividad como recontextualización.
La crítica inmediata a esta estrategia de diseño es la carencia de innovación. Las frases tienen la perspicacia de un tuit, son extraídas de canciones o remiten a un episodio de la farándula argentina: nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, las remeras como grafitis itinerantes se volvieron un tipo de código cultural.
El anonimato, aquello que le da fuerza al grafiti, muere con la remera: el portador es la cara de la frase. El vestir esas remeras no es inocente; remite a un acopio de conocimiento compartido que permite entender frases como “El fernet las pone mimosas”, “Yo hago ravioles, ella hace ravioles”, o, en una variante política, “¡Yo, Cristina, pelotudo!”.
Así, circular hoy por la calle se convierte en un paseo por grafitis móviles, por un circuito de ideas que sólo valen para esta época. Los futuros investigadores de nuestra civilización no necesitarán descubrir con pinceles las ruinas que hablen por nosotros. Nuestro testimonio cultural será fácilmente decodificado con una pila de remeras en un placar.