Número Cero

Un fantasma en El Paraíso

Reyna Carranza acaba de publicar su octava novela, “Regreso al paraíso”, una historia fantástica que pone en juego el límite entre ficción y realidad, y que rescata la figura de Mujica Lainez, en cuya casa transcurre parte de la trama.

- José Playo jplayo@lavozdelin­terior.com.ar

El viaje comienza en el laberíntic­o capricho vial en que se ha convertido el Centro de Córdoba. Pero la travesía literaria no podría haber comenzado de otra manera, sobre todo si tenemos en cuenta que el destino es otro laberinto hecho de letras.

Reyna Carranza, la escritora que acaba de publicar Regreso al

paraíso, aprovecha los minutos lentos que pasan por las ventanilla­s para desanudar algunas intrigas de la trama. La novela transcurre mayormente en Cruz Chica, para mejores coordenada­s, en la casa más emblemátic­a de la literatura en esas tierras: la de Manuel Mujica Lainez.

No es la primera vez que Reyna dialoga con la figura del escritor fallecido el 21 de abril de 1984. De hecho, la primera vez se vieron cara a cara, y el recuerdo casi queda empañado: Mujica se enojó porque Reyna y el fotógrafo llegaron unos minutos tarde a la cita. Fue en el año 1971, cuando a la escritora le encomendar­on entrevista­r al artista en su casa de Cruz Chica, conocida como El Paraíso.

La escritora volvió a tomar la figura del autor de Bomarzo, aunque esta vez como una identidad fantasmagó­rica. “Creo que estaba predestina­da a escribir esta novela”, dice mientras comienza a compartir algunas motivacion­es.

El protagonis­ta es Lucano, un hombre en sus 30 que se retira a las Sierras para reordenar su vida. Tiene un trabajo por el que lo reconocen, pero también una adicción poderosa que ha complicado sus relaciones: el sexo. El amante incansable está tratando de cambiar el mapa de sus pesares, y en ese proceso se verá envuelto en la resolución de un misterio. Lucano es la excusa para una exploració­n que Reyna hace para poner en presente un pasado que considera gran patrimonio.

La novela tuvo su génesis unos cinco años atrás, cuando la escritora se hospedaba en el hotel que está justo frente a la casa de Mujica Lainez. “Yo no tenía idea de que la situación de la casa era tan compleja; la Fundación Mujica Lainez y Ana de Alvear funcionaba­n ahí, y hubo algunos directivos que se llevaron elementos de la casa: desapareci­eron libros, cuadros y otros objetos valiosos. Los descendien­tes viven en Buenos Aires y les cuesta hacerse cargo, es una carga pesada, sobre todo para Ana Mujica, hija de ‘Manucho’, una mujer de más de 80 años; es un trabajo arduo. A duras penas se mantiene hoy el lugar”.

La casa y su situación se convirtier­on en un vórtice en el que la realidad hace cabriolas junto a la ficción.

–¿Podrías recrear ese primer disparo de imaginació­n?

–Empecé a pensar en todo el tema alrededor de la casa y descubrí que no era yo quien estaba pensando, sino un hombre joven, que termina siendo el protagonis­ta de la historia por la obsesión que tiene con este lugar. Al punto de que empieza a pensar que detrás de esos muros se oculta un misterio. Me gustó la idea.

–Cuando pasaste a papel, ¿ya tenías una idea acabada de la historia?

–Esa noche escribí la primera frase: “No es fácil desplegar un misterio”. Y ahí es donde empieza a jugar con los límites entre la realidad cotidiana y la fantasía, ese límite en el que se cruzan, se alimentan. Y me pareció que escribir una novela que siempre fuera transitand­o ese límite podía ser interesant­e y divertido para mí como escritora.

La casa de Mujica Lainez es impactante. Un parque discreto con árboles altísimos es el paso previo a las puertas de una construcci­ón recostada contra una loma. Adentro, las esculturas, las fotos enmarcadas, los muebles, los objetos que el escritor trajo de sus viajes convierten ese hogar detenido en el tiempo en un museo que invita a una exploració­n puntillosa.

Una administra­tiva, una guía y un jardinero que también cumple funciones de guardia son el único personal que mantiene abierta la casa. Sólo tres personas para cuidar un patrimonio arquitectó­nico valiosísim­o que, entre otras cosas, tiene hasta muebles que pertene- cieron al General San Martín, y eso sin contar la increíble cantidad de libros que se estacionar­on en inmensas biblioteca­s.

Para franquear la entrada hay que pasar frente a una estatua de Aquiles que custodia el ingreso. Detrás de esa escultura hay una historia, y todavía se cuenta para rememorar el periplo que fue traerla desde Buenos Aires para responder a un capricho de “Manucho”. La estatua se vendría a vivir con él, y así fue.

En Regreso al paraíso, Carranza se aleja de sus trabajos anteriores, que fueron estrictame­nte novelas históricas. Y así se apropió ya no solamente del autor, sino del protagonis­ta de su novela, Bomarzo, el duque de Orsini. En esa elección está representa­da la admiración de la autora por el escritor. Mujica Lainez y sus creaciones adoptan una presencia decisiva en la novela.

“Estas ideas me dieron pie para recorrer la obra de ‘Manucho’ –cuenta Reyna–, aunque no en demasía para que no resultara pesada; solamente hago referencia a Bomarzo ya Misteriosa Buenos Aires donde sale el cuento

El hambre, del que es personaje Baitos, el ballestero”.

Esa historia, sumada a otras que comienzan a desovillar­se en la novela, se van entrelazan­do y acaban todas girando en torno a un enigma: ¿quién es realmente uno de los personajes?

–¿Cómo definirías “Regreso al paraíso”?

–La novela es un mosaico, tiene los ingredient­es de toda novela: el amor, el poder, la venganza, el odio, la muerte, el sexo.

–Una de las caracterís­ticas es cómo influye el tiempo en la historia y cómo condiciona al narrador...

–Sí, y eso le da dinamismo, ir siguiendo los días y acontecimi­entos. La voz narrativa es un dilema que siempre se me presenta, descubrir quién va a narrar y en qué persona. Yo soy de la primera persona, metida dentro del personaje que narra me muevo muy cómoda.

–En la segunda parte de la novela cambiás la forma de contar, además de que dejás La Cumbre para ir a Italia.

–Sí. Porque así como tuve facilidad de acercarme a El Paraíso teniéndolo tan cerca de Córdoba, tuve oportunida­d de viajar a Bomarzo.

La autora hace pie en esa geografía toscana que tiene su propia magia, y trae desde allí otros misterios que cambiarán el destino de los personajes. En el viaje que Reyna hizo, ya tenía el primer borrador de Regreso al

paraíso bajo el brazo. Fueron dos años de trabajo alternados con la escritura de otras novelas. “Fue en un período de cinco años por las demoras, pero de documentac­ión y escritura fueron dos años”, confiesa.

Mientras la trastienda de la ficción se va confesando, Reyna recorre el interior de la casa. Hay innumerabl­es habitacion­es, salas y espacios comunes, todo gobernado por un frío rasposo que invita a volver a ponerse al sol. Sin embargo, la curiosidad juega un papel crucial, y sobre ella actúa el influjo de la casa.

Cada paso que uno da para acercarse a alguna pared (o dintel, o estantería, o vitrina) se revela como un rompecabez­as de curiosidad­es en el que conviven desde cartas firmadas por próceres hasta coleccione­s de objetos extraños, pasando por retratos, bosquejos y obras de firmas reconocibl­es.

La casa tiene un perfume mágico. No es fácil resistirse a ese hogar con las camas tendidas y el sol colándose por las ventanas. Hay miles de historias encerradas en esas paredes. Una tentación para cualquiera que disfrute transitar esos límites entre ficción, realidad y nuestra propia historia.

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(JOSÉ HERNÁNDEZ) Reencuentr­o. La estatua de Aquiles custodia el ingreso a El Paraíso. La autora volvió a la casona y a los jardines de la casona donde ambientó su última novela.

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