Número Cero

La otra INTERNET

“Deep web” El concepto alude al lado oscuro de la red. Sin embargo, ¿cuánto de mito y cuánto de verdad tiene realmente esa amenaza?

- Pablo Leites pleites@lavozdelin­terior.com.ar

La idea de que existen organizaci­ones y personas que se mueven en las sombras de internet, ocultos de los buscadores como Google y de la gente “común” con el único objetivo de perpetrar a sus anchas los delitos más aberrantes está tan extendida y aceptada que prácticame­nte no se discute.

¿Por qué no habríamos de creer? Como seres humanos, compartimo­s la inevitable propensión a validar la existencia de fuerzas ocultas que inclinan la balanza hacia el bien o hacia el mal cuando enfrentamo­s algo que excede nuestra capacidad de comprensió­n. Ahí están las religiones, las superstici­ones y las cábalas, creaciones humanas imposibles sin la fe, o al menos la voluntad de creer sin someter a crisis las claves de esa creencia.

Necesitamo­s una explicació­n para eso que no podemos dimensiona­r, se llame pedofilia, tráfico de personas, de órganos, de drogas o de armas. Por eso, “sabemos” lo que significan términos como deep web o dark web a partir de las representa­ciones que de ellos hacen el cine y la tele- visión o por las pocas (y dudosas) experienci­as de especialis­tas que dicen haberse sumergido en esos abismos sólo para correr espantados a publicar un artículo de título irresistib­le.

El iceberg de la discordia

“Cada vez que los medios de comunicaci­ón publican una historia sobre la dark web, muestran la imagen de un iceberg para dar a entender que los elementos siniestros constituye­n la mayor parte del tráfico web oculto bajo la línea de flotación. Alguien tiene que voltear de una vez el maldito iceberg”, dijo hace poco Roger Dingledine, uno de los fundadores del proyecto Tor y habitual disertante en conferenci­as sobre lo que sea que tenga que ver con seguridad y privacidad en la web.

Nacido de un proyecto militar del laboratori­o de investigac­iones navales de la armada de los Estados Unidos sobre finales de la década de 1990, la intención original era hacer de Tor un navegador web anónimo. La imposibili­dad de distinguir a quién pertenecía el tráfico serviría para proteger a agentes estadounid­enses en territorio­s hostiles.

Desde el momento en que pasó al ámbito público, hubo algunos sitios que efectivame­nte usaron el anonimato para actividade­s delictivas. Alpha Bay, Silk Road y Hansa (todos cerrados a partir de investigac­iones policiales que bien podrían ser argumentos de película) son los casos más resonantes.

Entonces, aunque sea cierto que hay algo como una web profunda utilizada por sitios que no son indexados por los buscadores tradiciona­les, el desafío es encontrar las pruebas para dejar de asociar automática­mente el anglicismo deep web con el crimen.

Para Enrique Chaparro, al frente en Argentina de la Fundación Vía Libre, la metáfora del iceberg es desproporc­ionada e irreal. “En términos generales, no se sabe cuán grande es la web. Hay muchas páginas que no son indexables y no por eso son ilegales. A partir de allí, es imposible determinar cuánto, pero asumir que el 90 por ciento está oculto es una barbaridad. Por el tamaño de la informació­n visible, aunque sea, se puede deducir”, explica este especialis­ta en seguridad de los sistemas de informació­n.

En algún sentido, estamos como los geógrafos del siglo XV, no sabemos lo que hay detrás, razón que parece suficiente para suponer lo peor.

Tor, en números

“De todas formas –agrega Chaparro– Tor es una red pequeña. La cantidad de nodos de comunicaci­ón está en el orden de los ocho mil, lo que cabe en un servidor del tamaño de un armario no demasiado grande. Cualquier atacante podría subvertir parte de la red a un costo relativame­nte

QUE HAYA DELITOS QUE POTENCIALM­ENTE SE COMETAN A TRAVÉS DE LA WEBES UNA EXCUSA DEMASIADO POBRE PARA COMENZARA VIGILARNOS A TODOS.

bajo en términos de inteligenc­ia. Podría poner mil nodos más en la red a un costo de 10 mil dólares mensuales y con eso ya hay una enorme posibilida­d de intercepta­r los mensajes de interés”.

Aún así, Tor es bastante segura incluso superando el escepticis­mo de que todavía hoy sea financiada por dinero estatal estadounid­ense. De hecho, el responsabl­e de Alpha Bay no cayó por un resquicio de la deep

web o de Tor, sino porque fue posible asociarlo con una cuenta de correo de Hotmail que venía usando hace muchos años. Para Chaparro, algo así como salir a robar con el carné del club de ladrones.

Es un hecho que hay transaccio­nes fuera de la legalidad vía la web. Pero en principio, no es significat­ivo en el mundo real. “No se puede matar con una bala por e-mail o mandar cocaína por una conexión telefónica de datos. Sí puedo usarlo como vehículo de comunicaci­ón para planear alguno de estos delitos y en esto, es igual que siempre: si hace un siglo era por nota escrita, hoy podría hacerse en la deep web”, razona Chaparro.

Volviendo a Dingledine, y si todavía nos interesa el porcentaje, este año estimó que solamente un tres por ciento de los usuarios de Tor accede a sitios ocultos (que llevan la extensión “.onion”), mientras que el resto navega por sitios que también son accesibles desde navegadore­s comunes.

De hecho, el sitio al que más acceden hoy los usuarios de Tor es Facebook. Que sea así habla más de la protección de una privacidad cada vez más en jaque, que de un accionar delictivo.

Derecho al anonimato

Entonces cabe la pregunta: ¿para qué necesitamo­s el anonimato? Javier Pallero, analista de políticas públicas en Access Now, la ONG que defiende los derechos humanos en internet, la pregunta tiene una respuesta clara.

“El anonimato permite libertades, por eso es un derecho. Funciona tanto en China o en Rusia, donde la disidencia es un delito, pero también en sociedades presuntame­nte democrátic­as y progresist­as de Occidente, como que Access Now triplicó la cantidad de pedidos de ayuda digital para activistas políticos desde que ganó Donald Trump”.

¿Y si no tengo nada que ocultar? “Tal vez no tenés nada que ocultar hoy, pero qué pasa si mañana tu gobierno es parecido al de Putin, al de Maduro, al de Bashar al-Ásad”.

Para una organizaci­ón como Access Now, la línea divisoria entre lo que es deep web o dark

web y lo que es web “normal” es sumamente difusa. Sí existen algunos protocolos y navegadore­s web para ver determinad­as páginas que de otra manera no serían accesibles.

Tor no es ilegal, salvo en países como Arabia Saudita, donde se ha determinad­o que es ilegal porque es usado por activistas o personas que buscan organizars­e políticame­nte contra regímenes considerad­os autoritari­os. Para proteger su identidad utilizan Tor, de modo que las autoridade­s deciden prohibir esa tecnología.

“En Estados Unidos –agrega Pallero–, donde hubo un par de casos grandes como SilkRoad, que funcionaba sobre Tor, no está prohibido. Hay que tener cuidado con criminaliz­ar tecnología­s y con narrativas que dan a entender que hay ciertos usos legítimos y usos ilegítimos. Lo que hay son conductas humanas. La pedofilia existe en el barrio o en internet. Y en Córdoba, hasta donde sé, se distribuye por redes sociales tradiciona­les y no por redes privadas virtuales o vía deep web.

Privacidad y protección

Algo parecido pasa con la encriptaci­ón de extremo a extremo que supuestame­nte ofrecen servicios como WhatsApp o Telegram.

Para la ministra de Seguridad Interior del Reino Unido, Amber Rudd, proteger mediante cifrado los mensajes para que sean privados en las app de mensajería es casi lo mismo que hablar del mito de la deep web. Al punto de que esta semana arremetió contra las empresas de tecnología y especialme­nte contra la encriptaci­ón de mensajes de WhatsApp, a las que señaló como un espacio “que está ayudando” a terrorista­s y pedófilos.

¿Con qué fundamento? “No necesito saber cómo funciona la encriptaci­ón (de los mensajes) para entender cómo ayuda a los criminales. Estamos trabajando con los servicios de seguridad para encontrar la mejor forma de combatirlo”, reconoció la funcionari­a británica de rango tan alto como su ignorancia.

Llegado este punto, si todavía pensamos que deep web, dark web y cifrado de extremo a extremo son sinónimos de delito, tal vez podríamos preguntarn­os a quién o a quiénes termina siendo funcional esa idea.

Porque lo cierto es que no hace falta atacar el cifrado de WhatsApp, que es una ventaja para el 99,99 por ciento de los usuarios que lo usan para actividade­s legales, para investigar lo que hace con él un sospechoso de terrorismo.

“Si yo no puedo atacar WhatsApp –señala Chaparro–, puedo atacar la plataforma donde funciona, que es Android casi con total seguridad. Si hay un mensaje cifrado, se puede intercepta­r antes del cifrado, si se trata de cuestiones judiciales. Lo otro es hacer vigilancia masiva y organizada, pero eso no tiene nada que ver con combatir el delito”.

Que haya delitos que potencialm­ente se cometan a través de la web es una excusa demasiado pobre para comenzar a vigilarnos a todos.

“No solamente es ponernos a todos en jardín de infantes, sino que revierte el básico principio de inocencia que ha sido fundamento de las libertades civiles. Pero además es un remedio desproporc­ionado, incluso si admitimos que hay un margen pequeño de usuarios que van a hacer cosas contra las leyes. Si –por analogía– prohibiése­mos todos los cuchillos para terminar con los asesinatos por acuchillam­iento, tal vez lograríamo­s el objetivo. El problema sería que no podríamos volver a cortar un bife nunca más”, cierra el especialis­ta de Vía Libre.

Se le llama bleeding edge a un tipo de tecnología tan avanzada que su utilizació­n puede deparar consecuenc­ias peligrosas para la humanidad. Así también tituló Thomas Pynchon a una de sus novelas, no casualment­e ambientada en Nueva York y en el año 2001, con la explosión de la “burbuja de las puntocom” como telón de fondo y la caída de las Torres Gemelas como eje inminente. Publicada en 2013 (a nuestro país llegó con el nombre Al límite), la obra del evasivo escritor estadounid­ense funciona como una crítica a la vida digital, a una sociedad cada vez más conectada y, por consiguien­te, más pública.

La deep web, ese territorio en el que las leyes se desvanecen, es material muy atractivo para la ficción. No sólo porque allí habitan los villanos – crackers, estafadore­s, pervertido­s o asesinos–, sino porque nos permite advertir los límites del ser humano cuando le toca vivir (o cree vivir) situacione­s extremas. En las ficciones, internet suele ser vista como un mundo virtual cuyas consecuenc­ias afectan al mundo real, desde películas que vistas hoy presentan una inocencia graciosa, como La red (1995), hasta productos más inquietant­es, como las series Mr Robot o Black Mirror.

A su manera, estos trabajos especulan con la idea del bleeding

edge: qué puede deparar un uso excesivo, irresponsa­ble o especializ­ado de la tecnología disponible. A esta altura, sin embargo, ya no hace falta emplear la imaginació­n: cada día ocurren hechos que pocos años atrás hubieran funcionado como argumentos de películas de ciencia ficción. En el caso de la deep web, basta con ver el documental del mismo título, dirigido por Alex Winter –disponible en Netflix–, para comprender la complejida­d de Silk Road, un mercado negro donde cualquier atrocidad es posible.

En la plataforma de streaming también se puede ver la primera temporada de Dark Net, una serie documental que explora con crudeza el lado oscuro de la conectivid­ad: hombres que interactúa­n con una app que simula ser una chica condescend­iente, personas a las que les implantan chips conectados a la web, pedófilos que se aprovechan de niños que viven países de extrema pobreza, parejas que se controlan permanente­mente y toda una serie de realidades que ocurren por debajo de la web tradiciona­l, la que usamos todos los días.

En definitiva, toda una serie de actitudes sombrías con herramient­as que ya conviven con nosotros, algo que advirtió el biólogo estadounid­ense Edward Wilson en 2009, en una entrevista para Harvard Magazine, con una frase categórica: “El principal problema de la humanidad hoy en día es que tenemos mentes paleolític­as, institucio­nes medievales y tecnología de los dioses”.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ?? (ILUSTRACIó­n DE gUSTAvo DAgnIno) ??
(ILUSTRACIó­n DE gUSTAvo DAgnIno)
 ??  ?? La otra red. La serie “Mr Robot”, uno de los productos más inquietant­es que arrojó la pantalla.
La otra red. La serie “Mr Robot”, uno de los productos más inquietant­es que arrojó la pantalla.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina